Tras casi 30 años desde de su publicación en 1986, el best-seller de Noah Gordon El médico ha sido adaptado al cine como una superproducción europea, en su mayor parte alemana, dirigida por Philipp Stölzl. Realizador de anuncios y videoclips para Rammstein, Evanescence, Garbage y Madonna, Stölzl debutó en el largometraje tras el corto Morituri Te Salutant (2000) en 2002 con el drama familiar Baby. Su proyecto más ambicioso antes de El médico había sido Goethe! (2010), un repaso a los años de juventud del escritor y al nacimiento del Romanticismo en Europa. El pasado año Stölzl dio el salto internacional con el thriller de acción El último testigo, protagonizada por Aaron Eckhart y Olga Kurylenko. Con una trayectoria tan ecléctica, cuesta encontrar en Stölzl unos rasgos de estilo propio, más bien parece adaptarse a las necesidades de cada proyecto que emprende (o le encargan). En este sentido, su película más personal hasta la fecha quizás sea Nordwand (2008), que cuenta la historia real del intento de los escaladores Toni Kurz y Andreas Hinterstoisser en 1936 de ascender la peligrosa cara norte de la montaña suiza Eiger (el ogro).
Nordwand es otra película sobre el ansia del hombre de conquistar lo inexplorado, aquello que se resiste, algo que también reflejaría dos años más tarde Joseph Vilsmeier en Nanga Parbat, donde contaba la odisea del alpinista Reinhold Messner y su hermano de escalar una de las montañas más altas del mundo. Lo interesante de Nordwand frente a la película de Vilsmeier son sus connotaciones históricas: no sólo estamos ante una película de superación personal, sino que se nos muestra la importancia, con los Juegos Olímpicos de Berlín del 36 casi a punto de comenzar, de que fueran dos alemanes los que lograran la hazaña por primera vez, para demostrar la superioridad de la raza aria, tema Kaspar Heilderbach rescataría al año siguiente en Berlín 36.
La película está narrada desde dos puntos de vista, el de los escaladores, duro y frío en sus vivacs, y el de aquellos que están observando desde la comodidad la subida desde el puerto de montaña por telescopio, personificados en el estereotipado personaje del editor del periódico. Stölzl le aporta a su historia un aire muy clásico, pero también utiliza la cámara en mano casi de manera documental. Destaca su manera de rodar las escenas de escaladas, con primeros planos de las herramientas que se utilizan para las mismas, así como de las manos y los pies, para acentuar la tensión. Estos momentos combinan los convenientes silencios, a veces terroríficos, con la demasiado descriptiva música de Christian Kolonovits. La frialdad de la mirada de Stölzl hacia los hechos contrasta con la introducción de una historia de amor intrascendente, esbozada, e innecesaria dentro de una narración donde, lejos de hacer un retrato de personajes (a pesar de contar en su reparto con algunos de los actores más importantes del panorama alemán actual, como Ulrich Tukur —La vida de los otros—, Florian Lukas —Good Bye Lenin!— o Johanna Wokalek —La Papisa—), el Eiger se convierte en el protagonista absoluto. La fotografía de Kolja Brandt se encarga de recordarlo constantemente, con impresionantes planos aéreos de la montaña que dejan en evidencia la pequeñez del hombre frente a la inmensidad de la naturaleza.
Nordwand es una película muy cruda en su manera de contar el suceso (tanto que incluso parece que hay una angustiosa falta de ritmo), pero carece de sutileza a la hora de denunciar la obsesión panfletaria y propagandística del régimen nazi, y de retratar las relaciones personales. Dos tensiones que dejan la película descompensada por ambas partes, la sentimental e histórica, y la de documento informativo del hecho que tuvo lugar. A pesar de ello, como mínimo es interesante el intento de Stölzl de aportar una visión personal a este episodio, aunque acabe cayendo en los mismos tópicos de artesano de encargo que al final lastran todos sus trabajos.
