La alternativa | EI demonio (Brunello Rondi)

il demonio 5

Hay algo muy singular y perturbador en esta gema oculta que dirigiera el ignoto Brunello Rondi en 1963, algo que tiene que ver con la forma en que aborda una temática recurrente dentro del cine de terror italiano de aquellos años: la brujería y el influjo de lo demoníaco. A diferencia de lo que hicieran autores como Mario Bava, Riccardo Freda o Camillo Mastrocinque (hay muchos puntos de conexión entre Un angelo per Satana y la obra que nos ocupa), cuyas narraciones permanecían férreamente asentadas en el territorio de la fantasía y el goticismo decadente, Rondi prefiere utilizar un enfoque decididamente hiperrealista, hasta tal punto que casi se diría que pretende trasladar los principios del neorrealismo al campo del horror sobrenatural. Más cerca en espíritu, pues, de obras como Häxan (incluso de Las Hurdes de Buñuel) que de La máscara del demonio y derivados, la cinta de Rondi se quiere estudio frío y desapasionado (por ello, más duro de contemplar) de las supersticiones y costumbres religiosas que imperaban tiempo atrás en aquellas regiones rurales del sur de Italia. No por casualidad, la película está basada en las anotaciones etnológicas recogidas por el especialista en la materia Ernesto de Martino.

El primer problema evidente de la película, no obstante, tiene que ver precisamente con este hecho. Nacida como compendio de ritos y actos de barbarie religiosa llevados a cabo por la población de las zonas más profundas de la Italia meridional, la cinta adolece de una dispersión dramática notable; su narración acumulativa (los episodios se superponen unos a otros como elementos aislados vagamente relacionados entre sí) nunca deja traslucir la sensación de estar ante un todo coherente y unitario, sino más bien ante una recopilación de hechos independientes unificados únicamente mediante la presencia de su protagonista femenina.  La presencia, eso sí, es poderosa e incómoda. La hermosa Daliah Lavi (que ese mismo año trabajara en otro clásico del terror italiano como El cuerpo y el látigo) pone rostro a la desdichada Purificazione, uno de esos personajes complejos y problemáticos con cuyo dolor el espectador sufre sin lugar a dudas, pero cuyo hermetismo y enajenación mental dificultan, asimismo, el poder empatizar con ella de forma plena y definitiva.

El demonio

La inteligencia de sus guionistas (Ugo Guerra y Luciano Martino, dos figuras señeras dentro del cine de género italiano de la década de los sesenta y setenta) se mueve en este sentido de una forma esquiva y maliciosa: por una parte, son conscientes de que su protagonista es una víctima atrapada en un entorno insoportablemente hostil y represor, y filman su dolor y sufrimiento (a manos no sólo de la gente del pueblo, sino también de su propia familia) sin el más mínimo pudor, con una frontalidad hiriente y cruel. Por otra parte, introducen elementos fantásticos (la aparición fantasmal del niño) para aportar un grado de ambigüedad a la narración que enturbia la propia naturaleza del personaje: ¿es esa joven humillada y desquiciada una víctima más de algún tipo de enfermedad mental (esquizofrenia, probablemente), o realmente tiene algún tipo de conexión con el Maligno (a quien ofrenda actos de adoración para lograr sus objetivos amorosos, así como prácticas ocasionales de magia negra)? El demonio se mueve en ese terreno movedizo y acierta, resultando más inquietante al negarse a ofrecer certezas al espectador.

Rondi, en definitiva, logra facturar una obra de terror atípica, cuya inclinación por una vertiente casi documental permite situar al filme más cerca de la tragedia y del cine de denuncia (el retrato brutal que ofrece de esa Italia rural y supersticiosa es implacable) que del cine de terror propiamente dicho. A ello ayuda el naturalismo por el que apuesta claramente su director, perceptible tanto en el estilo sobrio de filmación (la inolvidable escena del exorcismo en la iglesia —que preludia sin ningún tipo de duda uno de los momentos más míticos de El exorcista— está filmada con una sequedad espartana escalofriante) como en la elección del reparto, lleno de habitantes de la región que aportan una credibilidad a lo narrado bastante inquietante. El paisaje, por otra parte, transmite la soledad y la sensación de aislamiento que marca la separación entre esta gente primitiva y el mundo civilizado. El resultado es una obra tan irregular como extraña, que si bien flojea en su narración (algo inconexa y falta de fluidez), sí consigue, al menos, plasmar un retrato de la barbarie y el retraso cultural tan impactante como riguroso, y postular una forma diferente de hacer y de entender el horror, que ya no está en la presencia de lo demoníaco, sino en las mentes de quienes pretenden combatirlo.

El demonio

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