Sesión doble: El palacio de los espíritus (1963) / Amantes de ultratumba (1965)

El terror gótico de tintes sobrenaturales llega a nuestra sesión doble con dos títulos que harán las delicias de los amantes del género: entre ellos, encontramos nombres como el de Roger Corman, que dirigiera a mediados de los 60 El palacio de los espíritus junto a un emblema del terror como Vincent Prince, o Barbara Steele, una de las musas del género, protagonista de Amantes de ultratumba, dirigida por el italiano Mario Caiano.

 

El palacio de los espíritus (Roger Corman)

La brujería y el poder de lo oculto siempre han gozado de un impacto especial en el arte, sobre todo cuando se hace referencia a algo que sucedió en siglos pasados. Durante esas épocas antiguas, lo que tenía que ver con estas temáticas estaba castigado hasta la muerte, como bien sabemos los españoles y nuestra terrible Santa Inquisición. No por algo la expresión “caza de brujas” se usa habitualmente como sinónimo de persecución hacia un grupo de personas. El magnetismo que desprende lo referente a la brujería en el cine tiene como una de sus causas la circunstancias de no saber muy bien a quién apoyar: ¿a la minoría representada por los brujos y que es castigada por actuar de manera diferente? ¿o al pueblo que se rebela contra una práctica que es tan oscura e incluso peligrosa?

Al contemplar las primeras escenas de El palacio de los espíritus (The Haunted Palace), obra del mítico Roger Corman que adapta un relato de H.P. Lovecraft, sentimos algo similar. El pueblo de Arkham acude al palacio en que reside el brujo Joseph Curwen, con el objetivo de linchar a este por sus prácticas oscuras que han llevado a multitud de mujeres jóvenes del pueblo a desaparecer. Antes de ser quemado vivo en un árbol, Curwen echa una maldición a la pequeña localidad y promete vengarse de sus verdugos en un futuro. Ciento diez años más tarde, un lejano descendiente de Curwen y con claro parecido a este (Vincent Price interpreta a ambos personajes) arriba en Arkham para asombro de sus austeros habitantes.

Como decimos, es evidente la fascinación que desprende Curwen y los oscuros rituales de brujería que lleva a cabo en los primeros compases de El palacio de los espíritus. Corman sintetiza en apenas 8 minutos todo lo que será la base del desarrollo posterior de la película, característica esencial para fortalecer ese interés en el devenir de la obra. La representación de la atmósfera oscura que envuelve a la localidad de Arkham en general, y a la residencia de Curwen en particular, es el apoyo más importante para una narrativa que avanza con paso firme aunque, como se descubrirá más adelante, no tiene en la profundidad su mayor virtud. Corman consigue recrear con acierto el misterio de Curwen sin necesidad de echar mano de demasiados trucos, solo valiéndose de la oscuridad y del siniestro aroma que desprende la figura del actor Vincent Price como los acólitos del personaje que aquel interpreta.

El toque gótico de Lovecraft está, pues, claramente presente en la hora y media de metraje de El palacio de los espíritus y se convierte en la mejor baza de Corman para transmitirnos toda esta historia de brujería y maldiciones. Como apuntábamos, la lástima es que toda la parte final del relato no sea lo suficientemente atractiva como para dotar al film de un toque distintivo que le pudiera diferenciar de otras producciones, algo que se nota con claridad en la última escena de la obra. Más allá de esto, resulta difícil ponerle más peros a El palacio de los espíritus, que cumple a la perfección con el hecho de dotar de misterio a su obra tanto en forma como en fondo, aspecto imprescindible en toda película de terror que se precie.

Escrito por Álvaro Casanova

 

Amantes de ultratumba (Mario Caiano)

Reuniendo todos los tropos de la variante gótica italiana, Mario Caiano, infatigable servidor de los subgéneros europeos, se revistió en sus inicios de esa nueva corriente nacida al amparo del buen hacer de los Mario Bava, Riccardo Freda o Antonio Margheriti. Con Amantes de ultratumba procrea la que seguramente sea su película más considerada, en un producto que se mantiene en el paso del tiempo como uno de los tótems de este barroquismo a la italiana dentro de esa ebullición artística que representó el cinemabis de los 60. Caiano muestra una lealtad a las aristas cinematográficas temáticas de la mencionada vertiente ya desde su propio argumento: un conde, variante sádica y excesiva del ‹mad doctor›, asesina cruel y salvajemente a su infiel esposa y su amante; años después, cuando el hombre rehaga su vida con su ya ex-cuñada, esta experimentará de primera mano las ansias de venganza desde el más allá de los desaparecidos enamorados.

En un episodio tan importante dentro de la ebullición del cine popular italiano, la variante gótica venía vanagloriada por las excelentes filias cromáticas de Mario Bava, quien puede considerarse con todos los honores la principal figura de la temática; Caiano fusiona, por el contrario, las visuales filias grisáceas del blanco y negro para revestir un cuento cruel y tenebroso que, sin embargo, pone el punto de mira en uno de los hitos de la filmografía de Bava: el doble papel de Barbara Steele, ya en aquel 1965 encasillada en el gótico italiano con su sempiterno papel de mujer ahogada entre el mundo terrenal y espiritual. Pero Amantes de ultratumba enfrasca en su buen hacer narrativo una especie de compensación hacia las debilidades de un guión desarrollado con ciertas trabas, dignificando esa crueldad emocional propia de la corriente, elemento inseparable de la misma. Excesiva en sus maneras para el impacto e irreflexiva a la hora de trazar esa unión entre la dimensión presente y el más allá, la cinta aúpa sus formas con una atmósfera construida para el clasicismo propio de la fábula tenebrosa, así como se hará en su subtexto con la personal sensibilidad mediterránea del horror. Esto es especialmente patente en cuestiones como la crueldad desmedida sumida en postales barrocas, esas motivaciones sobrenaturales no muy alejadas de la ingenuidad propia del clasicismo en estas materias, o el abordaje de temáticas como la mezquindad o la escasez moral de alguno de los personajes principales. Todo ello destacado en pantalla gracias a la cámara de Mario Caiano, que inserta un elegante formalismo narrativo como nunca se le ha visto al autor.

Pero, aún cumpliendo a rajatabla y de manera tan oficiosa como artesana cada uno de los tópicos argumentales, formales y narrativos del gótico oriundo del país de la bota, es inevitable afirmar que Barbara Steele es la auténtica estrella del subgénero en general y más especialmente de esta película en particular; Amantes de ultratumba deja caer en ella todo el protagonismo dramático, al amparo de esa ferocidad corpórea tan característica de esos papeles por los que ha pasado al imaginario popular. Aportando un ambiguo carisma, sobre el que traza en su dualidad de caracteres tanto su belleza desbordante como la debilidad dramática en su conexión con lo etéreo, la actriz se ensambla a la perfección con las maneras de este pequeño gran cuento clásico. Amantes de ultratumba propone un campo de juego conocido para el espectador, al que imbuye por su continua fidelidad a la hora de crear las más disruptivas formas de las pulsiones italianas para el horror tan moral como espiritual.

Escrito por Dani Rodríguez

 

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