El viaje a la felicidad de Mama Küsters (Rainer Werner Fassbinder)

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El cine de Rainer Werner Fassbinder tiene la extraordinaria virtud de no dejarme nunca indiferente: o me aburre o me encandila, paradoja que considero una fantástica cualidad. Mi sensación es que gran parte de la culpa de esta irregularidad en mis gustos cinematográficos se debe al draconiano ritmo de trabajo que empleaba el cineasta alemán, produciendo un mínimo de dos películas por año. Máximo exponente del llamado nuevo cine alemán de los setenta, su carácter indomable se plasmó en todas las películas que completan su extensa filmografía concentrada en el corto período de trece años. Uno de los aspectos que me conquistan del bávaro es su insobornable independencia -si bien fue miembro integrante de la izquierda alemana-, hecho éste que le acarreó  numerosos problemas con diversos sectores de la comunidad germana, tanto de un lado como del otro del espectro ideológico, y que confieren a su cine una personalidad inquebrantable en continua lucha por reflejar los avatares de los perdedores del sistema.

Su cine, pesimista y pasional, aprovechaba los conocimientos escénicos que ostentaba Fassbinder (gran director de teatro) para lanzar una certera puñalada en la conciencia de una sociedad alemana inmersa en la crisis del petróleo y en el  hipócrita mundo de las apariencias, ambiente que dejaba pocos resquicios para alcanzar la felicidad. Fassbinder fue un perfecto juglar de su época dejando para la historia su testimonio de las imperfecciones existentes en el país Teutón, tales como el engaño, el desamor y los deseos insatisfechos que campaban a sus anchas en los angustiosos espacios donde se desarrollaban las fábulas del director alemán.

Mi película favorita de este singular cineasta es sin duda El viaje a la felicidad de Mama Küsters por varios motivos. El primero es su entretenida y realista trama, totalmente trasladable al mundo actual, que deja aflorar los mecanismos de vampirización ejercidos por los aparatos de poder. Segundo por su carácter crítico, repartiendo palos, en tono burlesco, tanto a la institución familiar como a los partidos políticos del ámbito de la izquierda —hecho éste que no fue comprendido por los miembros del partido comunista alemán, que criticaron con virulencia la película—. Y tercero por la perfección técnica que logró plasmar Fassbinder en esta película. Ciertamente este carácter esteta ya se había confirmado en películas como Las amargas lágrimas de Petra Von Kant, El mercader de las cuatro estaciones o Todos nos llamamos Alí, pero es con Mama Küsters cuando Fassbinder consigue la perfección escénica apoyado en una espectacular fotografía de su colaborador habitual Michael Ballhaus y en un dominio teatral abrumador, arrancando planos de interior realmente espectaculares. Mama Küsters es la cinta con mayor presencia del famoso plano puerta Fassbinderiano, consistente en rodar escenas de la vida cotidiana a través de una puerta que sirve de obstáculo inerte por el cual observamos el discurrir de los diálogos de los personajes, actuando Fassbinder como un curioso Dios que aspira la vida desde la distancia. Fassbinder coloca la cámara en los rincones más insospechados de las habitaciones con un virtuosismo similar al empleado por Ozu, remarcando de este modo el carácter opresivo de la narración.

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La trama bebe del realismo militante para exponer la historia de Emma Küsters, una humilde ama de casa que subsiste en un minúsculo piso junto con su marido (un operario de una fábrica de neumáticos), su inmaduro hijo y su egoísta nuera que se encuentra embarazada de su primer hijo. Igualmente forma parte de la familia la hija mayor del matrimonio, una cantante de Cabaret llamada Corinna —interpretada por Ingrid Caven, ex-pareja de Fassbinder— que sobrevive a duras penas alejada del nicho hogareño. Alemania se encuentra inmersa en la crisis económica del petróleo que trae consigo despidos masivos en las grandes industrias del país. Tras enterarse del inicio de un salvaje ERE en la Compañía en la que desempeña su labor, el cabeza de familia decide poner fin a su vida llevándose antes por delante al hijo del gerente de la empresa. Este acto de locura producirá un enorme shock en Emma que no comprende los motivos que han llevado a su esposo a perpetrar semejante acto.

Este desgraciado suceso servirá de carnaza a la prensa amarilla, que deformará y tergiversará la historia del Señor Kürsters en manos de un ambicioso periodista que aprovecha la bondad de Emma y la ambición de Corinna -con la que establece una interesada relación amorosa- para redactar un artículo plagado de calumnias. Traicionada su intimidad, Emma iniciará una cruzada para limpiar el nombre de su marido sin contar con el apoyo de su hijo y nuera (más preocupados en el porvenir de su futuro hijo y de iniciar un viaje a Finlandia) ni de su hija Corinna que no dudará en aprovechar la fama mediática proporcionada por la desgracia familiar para relanzar su maltrecha carrera de cantante.

Hundida moralmente, Emma únicamente encontrará la ayuda de un matrimonio militante del Partido Comunista alemán que a base de adulaciones y promesas captan la amistad de Mama Küsters, pero el discurrir de los acontecimientos revelarán a la confiada viuda que las verdaderas intenciones de sus nuevos amigos no son otras que aprovechar la notoriedad pública de Emma para conseguir crédito político. Cansada de ser utilizada como el papel higiénico, Emma optará por aceptar la mano que le ofrece Horst Knab,  un miembro de las brigadas anarquistas que hastiado de la retórica comunista convencerá a Emma para pasar a la acción. Acompañada por Knab y otros miembros anarquistas, Emma visitará el periódico que blasfemó en contra de su cónyuge para exigirles una enmienda pública. Pero de nuevo su confianza será ultrajada, ya que Knab aprovechará la audiencia en el editorial para secuestrar la redacción, exigiendo a cambio la liberación de sus compañeros políticos presos en las cárceles alemanas. La película finaliza con un homenaje maravilloso a El último de Murnau planteando dos finales alternativos, uno desgarrador y trágico y otro esperanzador que apuesta por la felicidad y la existencia de consoladoras segundas oportunidades.

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Fassbinder no deja títere con cabeza lanzando una feroz crítica que describe a la familia como un ente desestructurado señalado por la carencia de  vínculos afectivos. El artista alemán destapa a unos hijos egoístas desinteresados por el bienestar de su madre y solo interesados en su beneficio particular. Igualmente no duda en cargar contra la prensa y los políticos, presentando a un partido comunista acomodado que emplea la retórica para adoctrinar a una clase trabajadora dócil y amaestrada. Y por otro lado reprocha el ventajismo de los anarquistas que fundados en la ley de acción reacción análogamente utilizan una causa justa en su propio beneficio.

Más allá de las ideologías mencionadas en la trama de la película, que tanta polémica despertaron en el momento del estreno allá por mediados de los setenta, creo que la intención de Fassbinder fue reflejar de manera cristalina las distintas actitudes que tiene el ser humano a la hora de afrontar un problema que atañe a la propia subsistencia y dignidad de las personas. El primer instrumento consistiría en asociarse con un gran partido político (no pongamos nombres) el cual diluiría nuestra complicación convirtiéndola en un simple acto sin importancia a través de la retórica y el mantenimiento del ‹statu quo› de las cosas, usando para ello una retórica alienante ajena a la acción directa para la resolución de nuestra pega. El segundo engranaje consistiría en adoptar una posición reactiva asociándonos a un grupo antisistema que renuncia a la dialéctica intercambiándola por la violencia y el terrorismo. Y la última opción sería la de efectuar una acción ciudadana ajena a cualquier grupo de influencia a través del llamado derecho al pataleo tan ignorado por los grandes grupos de presión existentes en la sociedad. Fassbinder, como buen pesimista, parece desconfiar de que estos instrumentos lleven a buen puerto la resolución de nuestros pesares, si bien deja un resquicio a la esperanza representada en la humildad y nobleza de Mama Küsters.

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Los personajes que acompañan a Mama Küsters en su viaje carecen de valores plausibles, y cual aves de rapiña no titubearán en explotar la bondad de nuestra inocente heroína, que no es más que una marioneta movida al ritmo de la codicia ajena. Revelador es en este sentido  la actitud de la fría Corinna, que hará valer las falacias vertidas en contra de su familia para obtener reconocimiento mediático. La película conserva las señas de identidad del cine de Fassbinder: gusto por una puesta en escena con predominio de largos y dialogados, cuasi teatrales, planos fijos rodados en interior, homenaje al gran Cabaret alemán (tan del estilo del cineasta), inserción de una escena nudista e interpretaciones contenidas al estilo Robert Bresson muy presentes en el cine del germano. Asimismo los sonidos ambientales imperan sobre la música, a la que reserva un papel secundario que ayuda a refrescar el carácter desasosegante de la odisea.

Destacables son las interpretaciones del elenco habitual de Fassbinder, al que se une el Fotógrafo del pánico Karlheinz Böhm, pero indudablemente sobresale sobre las demás la interpretación humanista, entrañable y cautivadora de Brigitte Mira, que como ya había alcanzado en Todos somos Alí saca de sus entrañas la emoción más serena para rebasar con su resignada mirada los límites de la compasión humana, completando su deslumbrante interpretación con toques cómicos que logran arrancar una sonrisa al espectador. Nos hallamos pues ante una de las cumbres en la carrera de Rainer Werner Fassbinder, de una intensidad y sensibilidad inigualables. Una obra única fiel reflejo del carácter de su autor, estéticamente impactante y en la que los sentimientos desbordan la pantalla para exponer la más cruda cara de la realidad, la de los perdedores que luchan en vano por alcanzar un paraíso al que no han sido invitados por los estáticos y demagogos vencedores. Una obra maestra imprescindible para aquellos que quieran aproximarse al nuevo cine alemán de los setenta  en general y al cine de Fassbinder en particular.

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