Blue My Mind (Lisa Brühlmann)

La ópera prima de la directora suiza Lisa Brühlmann supone un nuevo ejemplo del abordaje hacia el drama evolutivo adolescente donde el paso a la madurez supone un viaje traumático, infernal, e incómodo, rezumando el peor lado de las experiencias de conocimiento y sumersión que se pueden llevar a sufrir en esa complicada y trascendental época de la vida. Con una mirada introspectiva del espectro adolescente, Blue My Mind expone las andanzas de su protagonista Mia, quien se introduce en una oleada evolutiva de su propia idiosincrasia metiéndose en el aspecto más salvaje y alienado de la adolescencia, donde las nuevas compañías le llevan hacia la espiral de situaciones perversas, también complementarias a la formación de su crecimiento psicológico, bajo un inesperado deseo de aceptación; y es que, respecto a esto, la joven comenzará a experimentar extrañas deformidades en su cuerpo, campo de acción para que Brühlmann incluya el elemento fantástico, que ha hecho que muchos quisieran emparentar su película con cintas como Carrie, Ginger Snaps o la más reciente Raw. En todas ellas hay un retrato adolescente de telón de fondo sobre la auto-comprensión personal y la recepción interna de la madurez, aunque el film que nos ocupa consiga dejar a un lado el impacto más discordante que pudiera tener su enclave hacia el cine de género.

Mia se siente atraída por la rebeldía y el reverso salvaje de su universo adolescente, cayendo rendida ante aquellos que idolatra, el grupo más transgresor de sus compañeros de instituto. Esto la lleva a entrar en una oleada de desenfreno, excesos, y locura, al mismo tiempo que sus actos de rebeldía converjan con la propia obstinación de su cuerpo, siempre anexo a las propias emociones que Mia sufre en su perenne actos disruptivos; una mirada metafórica y poco condescendiente hacia los vestigios más ingenuos y desenfrenados de una de las transiciones más impactantes a nivel emocional del ser humano, que Brühlmann enfoca hacia el dibujo de un universo propio con un problema centralizado en la madurez, revistiendo la estética de su fondo bajo unas impactantes confrontaciones de la protagonista con los propios despliegues físicos en las reacciones de su cuerpo, y no con una intromisión clara de metamorfosis en la búsqueda de la propia película hacia su género. Blue My Mind tensa las aristas hacia el terror enfocando la entrada en la pubertad como si de un sendero de horror sobrenatural se tratara, en base a unas secuencias de impacto en las que la película dinamiza una cristalina sordidez que expone de manera alentadora la problemática interior de su protagonista, interpretada por una lucida joven actriz llamada Luna Wedler. El enfoque hacia el lado más realista y cotidiano de la experiencia, donde se evita cualquier tipo de anexión a las parábolas argumentales del propio elemento fantástico, ayudan al film a la edificación de sus componentes más perversos, en una óptica mucho más desesperanzadora que la que una abierta escenografía sobrenatural pudiera ofrecer aquí.

Con un gran acierto narrativo, y exteriorizando con mucha solvencia la idiosincrasia interior de Mia, la cinta entra de manera estoica a la hora de construir y destruir su propio universo, cayendo en una paulatina perturbación simbolizada en las propias respuestas físicas de su cuerpo. Una metáfora que mantiene el tipo durante todo su metraje, a pesar de que el intento de poesía visual de su último acto vacíe la exitosa sutileza manejada previamente, que aunque reste algo de su valor simbólico se expone con bastante preciosismo en sus imágenes. Blue My Mind supone un viaje por algunos recovecos argumentales ya bastante recurridos en este tipo de dramas, pero jugará con el suficiente atino hacia esa alegoría bajo la que consigue un imponente sello personal. Un relato sobre el peligro de las pretensiones emocionales en la adolescencia, además de la inocente rebeldía, que deja algunas secuencias de cierta incomodidad. La cinta funciona también como un retrato sobre el miedo, sobre las respuestas incontroladas ante el propio desconocimiento y a las herméticas recepciones ante una evolución incontrolada.

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