Astral City (Wagner de Assis)

Desde la cristiana tierra de Brasil nos llega Astral City, una película dirigida y escrita por Wagner de Assis y cuyo subtítulo promocional en la distribución a Occidente es A spiritual journey, o lo que es lo mismo, Un viaje espiritual. Con esas tres palabras queda perfectamente sintetizado el espíritu (valga la redundancia) de la cinta, ya que aquí se nos presenta a un tal André Luiz, que acaba de despertar en una tierra repleta de una especie de zombies, mientras paralelamente nos van ofreciendo escenas sobre su niñez. Pasados unos pocos minutos, este inicial desconcierto queda parcialmente solucionado cuando sabemos que en realidad el cuerpo del hombre ha fallecido en La Tierra, no así su espíritu que ha acudido raudo al mundo post-vida con el que tantas veces se ha especulado en las sociedades que tienen por bandera la creencia en un dios.

Lo que nos intenta contar esta película brasileña (que por cierto, nos llega con cuatro años de retraso respecto a su estreno allí) es una especie de fábula religiosa sobre el más allá y cómo en dicho lugar brotan las consecuencias de las decisiones que tomamos mientras el cuerpo vivía. Tal cual. Puede que resulte un poco difícil de entender leído en el papel, pero la realidad es que en la película todavía lo es más. Al menos durante la primera media hora, cuando nos es complicado descubrir qué es lo que se nos está intentando contar. Pasada esa franja temporal, la respuesta está clara: es todo un manifiesto a favor de la religiosidad, de que creamos en un dios porque después de muertos lo vamos a necesitar, de que realmente la existencia humana se divide en un cuerpo y un espíritu, y de éste depende la fe que tengamos durante nuestra vida en el mundo tangible.

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Engalanada con un espíritu despampanantemente buenrrolista, donde se promulga que es fácil alcanzar el estado de felicidad si afrontamos las oportunidades que nos brinda El Señor para la redención por los pecados que cometimos, Astral City avanza sin llegar al extremo de que resulte desquiciante por su simpleza (es un maniqueísmo evidente, pero alejado de radicalismos), y de hecho habrá quien quede embelesado por lo que le están contando. Gran parte de culpa la tiene el buen aspecto visual del que goza la película, quizá más debido al presupuesto que a la propia labor humana, pero que en cualquier caso permite adentrarse en ese mundo onírico con más facilidad. También colabora a esta situación el haber colado un par de temas de música clásica en medio de una banda sonora algo repetitiva.

En medio de esta turbia mezcla (además del espiritismo y las evidentes analogías con la cristiandad encontramos alguna estrella de David suelta), resulta que se nos sigue contando la historia del protagonista, al que ya habíamos perdido un poco de vista entre tanto plano presuntuosamente grandioso. Un hombre que no muestra signos de perplejidad ante el nuevo mundo que le rodea, que poco a poco va acoplándose a esta nueva forma de hacer las cosas, que se va codeando con otros muertos y que más adelante recibirá informaciones sobre cómo le va a su familia. Un guión a medio camino entre lo sencillo y lo insubsistente, cuyo índice de somnolencia se puede disparar dependiendo de lo receptivo que esté el espectador a sus mensajes.

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En conclusión, se podría decir que Astral City es una obra concebida para personas de fe, quienes tendrán más fácil sacar algo positivo de estos 109 minutos de cinta, al darse por supuesto que previamente tienen una base ideológica acorde a las ideas de una película que, por otra parte, navega en el cauce de lo inofensivo. Los impíos no tienen pues motivos para la discordia, porque realmente la película no se mete con nadie ni intenta creerse superior, simplemente enumera unas cuestiones demasiado evidentes como para ser tenidas en cuenta por aquellos que todavía no han abrazado los designios de la fe.

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