Animal de compañía (Carles Torrens)

Llevo un rato dándole vueltas a Pet, esa mascota convertida en Animal de compañía para el público post-Sitges, porque no paro de sopesar la posibilidad de no decir nada sobre ella. Aquí llega lo complicado. No es que la película me haya dejado muda, tampoco sucede que sienta la nimiedad azotándome. Simplemente, Animal de compañía es una de esas proyecciones que se disfrutan a diferentes niveles dependiendo del grado de conocimiento de sus verdaderas intenciones. El factor sorpresa y esas cosas.

Aún así, voy a desvelarme como militante del flanco moderado de creyentes en la figura de Carles Torrens, joven realizador (si él no es joven, yo tampoco) capaz de dar forma a proyectos ajenos, lejanos, en los que uno aterriza por casualidad o convencimiento, en los que el esfuerzo para hacerse notar es mayor. Así lo descubrí con Emergo, película que nació de los retazos de Rodrigo Cortés y ahora con Pet, cuyo guion quedó secuestrado en un cajón unos diez años antes y que Torrens ha reactivado como si escondiera un desfibrilador bajo la manga (corazones bombeando, qué importante).

El amor es intangible.

Dicen.

Pero tiene tamaño, precio, color o lo que la persona seleccionada para recibirlo o poseerlo decida.

Animal de compañía es una historia de amor, así nos la venden y así la aceptamos. El amor tiene la forma y esencia con la que cada uno decide definirla. En esta (particular) historia de amor nos centramos en individuos, en sentimientos unilaterales y difícilmente transferibles, en todo ese discurso que ronda en el interior de uno antes de compartir datos con el ser amado. El dato es el amor, y parece que llega.

Los individuos tienen nombre, él es Seth, Dominic Monaghan tan comprometido con su personaje como cuando le dio forma junto a Jeremy Slater (el guionista, el que se llevó el premio en Sitges). Uno nace para un papel si es capaz de hablar por él antes incluso de existir. Así surgió Seth, al que tachamos de ser solitario y complejo con facilidad. Ella escribe en un diario en el mismo autobús en el que viaja él. Ella es Ksenia Solo, que está obligada a amortajar el papel de mujer bonita y deseable para ser otro elemento unitario, poco dominante de la asertividad como ese otro viajante. Se cruzan y la debilidad hace acto de presencia.

Porque de diferentes entendimientos de amor encontramos entre mascotas y jaulas una conexión, en una historia con muchos claroscuros, de la frescura casi inocente en sus primeros minutos a las habitaciones sin iluminación natural, que pierde la seriedad con facilidad aunque el tema sea totalmente asfixiante, casi terrorífico si tenemos en cuenta la condición humana de sus protagonistas. A Seth lo encontramos en infinidad de ocasiones reflejado parcialmente en espejos, algo que nos resumiría con acierto esa intención de no mostrar todas sus cartas, contar de cada personaje lo mínimamente necesario para reconstruirlos una y otra vez mientras avanza el misterio.

Sigo dándole vueltas pasadas las horas: ¿Sería Animal de compañía una buena carta de amor? ¿o el amor lleva en el aire rastros de lealtad equivocados y todo lo que propone la película es una bizarrada? ¿mejor recomendarla a los faltos de compromiso? Me alejo de ella: ¿Es una locura enamorarse? ¿los locos también se enamoran?

Vale, tal vez sea más sencillo: ¿Realmente quiero decir que es una historia de amor pese a las cadenas que asoman desde su mismo cartel promocional?

Sí, porque el amor es más bien improbable, pero divertidamente recurrente, como Animal de compañía.

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