Sesión doble: La ciudad sumergida (1965) / Odisea bajo el mar (1973)

Las aventuras submarinas llegan a nuestra sesión doble con dos títulos a (re)descubrir dentro del panorama: por un lado el que sería último largometraje del cineasta francés Jacques Tourneur con La ciudad sumergida junto al mítico Vincent Price, y por otro una Odisea bajo el mar con Ben Gazzara al frente, que dirigía a mediados de los 70 Daniel Petrie (más conocido por otras incursiones sci-fi como Cocoon: El retorno).

 

La ciudad sumergida (Jacques Tourneur)

La última película en la filmografía de Jacques Tourneur haría converger dos tendencias del cine de la época. Por un lado, la serie de filmes de aventuras que iniciaría 20,000 Leagues Under the Sea (Richard Fleischer, 1954). Por otro, las populares adaptaciones de Edgar Allan Poe que Roger Corman dirigió en American International Pictures con Vincent Price. Con el mítico actor e icono del terror como villano principal, City Under the Sea (1965) usaba el título de un poema de Poe que acaba apareciendo recitado por su voz y cuyo argumento está más bien inspirado remotamente en sus versos. En el primer tramo del largometraje una mezcla desigual de elementos cómicos, de terror y fantasía se presentan en un viejo hotel en una antigua mansión situada en lo alto de un acantilado de un apartado pueblo pesquero a principios del siglo XX.

En este escenario un abogado aparece muerto en la playa y misteriosas visitas de seres que no parecen de este mundo causan inquietud rápidamente a todos los implicados en el relato. Incluyendo el joven Ben (Tab Hunter) —interesado en Jill, la hija del propietario del hotel— y uno de los peculiares huéspedes que interpreta David Tomlinson (Harold). Pero el misterio se resuelve rápidamente y los intereses del guion transitan más por las peripecias de esta extraña pareja de hombres que van en la búsqueda de la damisela en apuros, que ha sido secuestrada. De esta manera se relega a elementos estéticos y algún plano suelto de la actriz Susan Hart caminando por los pasillos oscuros del caserón con un candelabro la aparente propuesta inicial de terror gótico, que se combina con la presentación de personajes y el detonante de la acción, sin tiempo para aprovechar los decorados, generar suspense o jugar con las expectativas.

Con una evidente urgencia narrativaaunque muy estimulante y dotada de un admirable sentido de la aventura y de la maravilla— nos descubren una antigua ciudad sumergida y sus habitantes: un grupo de contrabandistas liderados por su tiránico capitán, que llevan allí un siglo ocultos sin envejecer gracias a las especiales condiciones de la atmósfera del lugar. La antigua civilización responsable de su construcción fue destruida y ellos se aprovechan para su supervivencia de la energía de un volcán cuya erupción inminente les matará. Resulta complicado escapar de la analogía con el contexto de la Guerra Fría y la proliferación nuclear a través del poder decadente de una sociedad endogámica y sin contacto con el exterior, que no está dispuesta a renunciar a su posición ni asumir la derrota aunque suponga igualmente su misma aniquilación.

Aunque el intento constante de huida del lugar acabe en una repetitiva ronda de escenas similares que no elaboran nada más allá de su esquemática mitología, su desenlace subacuático es probablemente lo peor desarrollado de la película, con una sucesión de persecuciones y enfrentamientos reiterativos excesivamente confusos visualmente. Sin embargo, el formato anamórfico de imagen 2,35:1 junto con un tratamiento llamativo del color que la fotografía e iluminación aprovechan para crear espacios enigmáticos y cargados de una naturaleza sobrenatural e indescifrable— ayudan a proveer a la ambientación de la película de una espectacularidad acorde a las ambiciones del personaje antagonista de Price y su personalidad, que atrapa sin remedio el interés con su mera presencia y su característica voz.

Escrito por Ramón Rey

 

Odisea bajo el mar (Daniel Petrie)

Tras un maremoto inesperado, se pierde un grupo de submarinistas que trabajan en la construcción de una base científica bajo el mar. Después de perder el contacto con los posibles supervivientes, el jefe de la expedición determina que solo les quedan unas cuarenta y ocho horas de vida. El comandante Adrian Blake, un especialista en rescates submarinos, se sumerge con algunos de los compañeros de tripulación que salieron ilesos del accidente, a bordo del submarino Neptuno, para rescatar a los otros.

Aunque distribuida por la 20th Century Fox, The Neptune FactorAn underwater odissey, subtítulo que coincide con la traducción del que conocemos en español, es un largometraje de producción canadiense dirigido por Daniel Petrie, un realizador de la misma nacionalidad especializado en series de televisión y telefilmes, aunque con unos quince títulos entre los que destacan Distrito apache: el Bronx, Resurrection y Cocoon: El retorno. Una filmografía caracterizada por encargos y alguna obra más personal, dirigida con profesionalidad, pero sin pasión cinematográfica. Eso no impide que Odisea bajo el mar resulte un trabajo entretenido, solvente desde el punto de vista narrativo y con empaque comercial. El producto podría haber sido uno de tantos episodios pilotos de las series que se rodaban para los canales de televisión en los años setenta, de hecho unos claros precedentes con alguna similitud argumental son Viaje al fondo del mar en 1961, para cine y con serie televisiva posterior, o La ciudad bajo el agua, un telefilm famoso de 1971. Dos trabajos del productor y director Irwin Allen.

En la década de los sesenta y primeros setenta existía esta proliferación de cintas comerciales de aventuras mezcladas con ciencia ficción. Todas anteriores a Tiburón o Piraña, films acuáticos con monstruos que terminaron con esa corriente temática característica de la explotación del fondo marino.

En el caso de Odisea bajo el mar, Petrie lleva a cabo un guión escrito por Jack deWitt, autor de Un hombre llamado caballo. Mantiene en pantalla el canon de tres actos con una larga introducción de media hora, momento en que aparece en escena el querido Ben Gazzara como protagonista. Junto a secundarios tan conocidos como Ernest Borgnine y Walter Pidgeon en un papel que parece sacado de personajes anteriores suyos, como el de Planeta prohibido. Todos resultan convincentes en sus arquetipos, frente a enemigos marinos gigantescos, amén de otras calamidades. La película resulta memorable por el pulso frío pero seguro en sus acontecimientos, además de la profesionalidad de sus trucajes fotográficos, maquetas subacuáticas y el diseño de producción. Pero sobre todo en el tratamiento del sonido, un elemento tan importante o más que las imágenes, reforzadas por una banda sonora sugerente, casi épica, obra de Lalo Schifrin junto a William McCauley.

Antes de La guerra de las galaxias y todas las sagas del espacio exterior, estas producciones se programaban en las cadenas de televisión los fines de semana, sobre todo del verano, en aquellos años y los primeros ochenta. Es curioso que así se cotizaran en el mercado del juguete infantil, los ‹madelman› submarinistas o buzos. Algo parecido a la comercialización de figuras galácticas y de superhéroes que nos invadieron después.

Escrito por Pablo Vázquez

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