Otra ronda (Thomas Vinterberg)

En un episodio de la famosa serie de animación The Simpsons (Matt Groening, 1989) el personaje de Homer hace un brindis: «por el alcohol, causa y a la vez solución de todos los problemas de la vida». Esta hipérbole irónica encierra, como muchos momentos brillantes de esa longeva producción televisiva, una verdad fundamental. Podría pensarse que Thomas Vinterberg fuera también seguidor de este programa cuando dio con la premisa del guion de su largometraje Druk (2020), basado en las vivencias de su hija. Lo cierto es que su propio título original en danés ya expresa las intenciones superficiales del relato. Se trata del verbo que se refiere a la acción de beber para emborracharse.

Todo un problema de salud pública que en los países nórdicos está profundamente arraigado tanto en la cultura como en el ocio de sus habitantes desde edades muy tempranas. En la película aparecen primero jóvenes de fiesta borrachos en un montaje musical, que establece un contrapunto con el juego pseudocientífico que da pie a la narración después. Cuatro profesores de bachillerato en Copenhague, infelices con su vida y su profesión, discuten la teoría del psicólogo Finn Skårderud sobre los efectos beneficiosos que puede tener en el día a día un porcentaje mínimo de alcohol en sangre. Inspirado por ello, Martin (Mads Mikkelsen) toma la iniciativa y comienza a beber regularmente durante el día y en su jornada laboral.

El pacto que surge entre estos amigos elimina cualquier idea de perspectiva moral en su narrativa, mientras se obligan también a escribir un ensayo científico sobre su experimento para tener una excusa más allá de lo personal. En distintas fases pasan desde el consumo moderado por igual, la ingesta de una dosis particular para llegar a cierto punto de bienestar concreto y, finalmente, cayendo en el descontrol absoluto, abandonándose a la bebida sin límites. Las situaciones ambivalentes y diálogos dan pie a una comedia creada desde la incomodidad, debajo de la que nunca deja de palpitar una tristeza contenida. La cámara en mano de Vinterberg se introduce, como es habitual, de manera inmersiva y siempre atenta a la acción física de sus actores, en contraste con su entorno, con un preciso tratamiento de los espacios y del paso del tiempo. Destaca especialmente el trabajo de Mikkelsen, de cuya capacidad de expresión corporal vemos una variabilidad y control extraordinarios desde lo sutil hasta el paroxismo de su extraordinario final musical.

Al otro lado de estos personajes encontramos a sus familias, alumnos o compañeros de trabajo. Mientras dan clase, realizan las tareas domésticas o cumplen con sus obligaciones, su alienación provocada por la bebida les hace ajenos a la percepción de los demás. Al desinhibirse, Martin mejora enormemente sus recursos para atraer la atención y enseñar historia a sus alumnos o cuidar de nuevo la relación con su esposa. Pero este mismo recorrido hacia una liberación de la rutina expone lo que a todas luces es alcoholismo para los otros. El desencanto y la frustración vital son lo que empuja a estos hombres a beber para evadirse de la realidad. Paralelamente el director retrata en un nivel secundario cómo los jóvenes estudiantes experimentan el estrés y el miedo al fracaso académico como algo que les genera gran ansiedad.

Así se expone la percepción pública del consumo de alcohol, tolerancia y significado en distintos contextos y ambientes según las normas sociales, que intensifica determinados aspectos de la personalidad pero no soluciona el auténtico origen de esa necesidad de huida de los problemas de comunicación, de represión de sus emociones. Lo que está en cuestionamiento aquí son los valores de la sociedad capitalista y las consecuencias que genera el incumplimiento de las expectativas y la insatisfacción con el transcurso de los años. El viaje de Martin es el de un hombre de mediana edad hacia el reconocimiento en esa mirada llena de optimismo hacia el futuro próximo, en la adaptación y superación de obstáculos de una juventud perdida llena de sueños y esperanzas, en cuyo potencial para enfrentarse a sus errores, carencias y vulnerabilidades está la clave para volver a apreciar las luces y las sombras, alegrías y tristezas, triunfos y derrotas como una parte integral de nuestra existencia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *