Néixer per néixer (Pablo García Pérez de Lara)

En términos melindrosos, podríamos decir que el trabajo de Pablo García Pérez de Lara está hecho de un conjunto de fragmentos de realidad. Lo que, en el lenguaje de los mortales, podría traducirse como la exposición de varias situaciones de un grupo de personas en un periodo determinado. En ese aspecto, la película se acerca ligeramente a productos como En construcción (José Luís Guerín, 2001) o El agente topo (Maite Alberdi, 2020), y si a ello añadimos el detalle de que el director se proponga evitar las entrevistas y cualquier tipo de intervención, todavía se acerca más a títulos como La plaga (Neus Ballús, 2013) o Los increíbles (David Valero, 2012). Esto último remite directamente al relamido apunte con el que abrí este párrafo y me interesa especialmente, puesto que se traduce en la decisión de ceder toda la responsabilidad a las imágenes, es decir, limitarse a mostrar.

Un detalle, por supuesto, apreciable en la mayoría de productos cinematográficos que consumimos… pero con la diferencia de que Valero, Ballús y García no cuentan con ningún plató ni actores dispuestos a seguir sus órdenes: el trabajo de los directores consiste (y perdón otra vez por el tópico) en captar el momento. De ahí la inmensa dificultad que pueda suponerles construir encuadres que transmitan la información necesaria, siguiendo (hasta cierto punto) las reglas básicas de la narrativa cinematográfica. Por supuesto, cabe imaginar, en los casos de Valero y Ballús, cierto grado de libertad, ya que nada impide a los documentalistas llegar a un acuerdo con sus personajes para repetir o falsear, en caso de necesidad, ciertas escenas. Pero algo así resulta casi impensable en el trabajo de García Pérez de Lara, dado que prácticamente todas sus secuencias están protagonizadas por los alumnos de una escuela de primaria.

Entonces, y siguiendo con el proceso de acotar referencias, podemos situar Néixer per néixer al lado de películas como Ser y tener (Nicolas Philibert, 2002), Una niña (Sebastien Lifshitz, 2020), Miss Kiet’s Children, (Petra Lataster-Czisch, Peter Lataster, 2018) o, especialmente, Sólo es el principio (Jean-Pierre Pozzi, Pierre Barougier, 2010): películas que, con intereses diferentes (pedagogía infantil, perspectiva de género, infantes refugiados, discriminación de clase), proponen el seguimiento de un conjunto de niños en sus horas escolares. Y para acotar un poco más, de todos los títulos mencionados, el de Jean Pierre Pozzi y Pierre Barougier es el único que comparte con el que nos ocupa, el mentado aspecto de la “no intervención”. Un aspecto para nada secundario y que nos invita a preguntarnos cómo han hecho los realizadores para dotar sus títulos de un discurso tan compacto sirviéndose exclusivamente de imágenes en las que no han podido intervenir.

De ahí (centrándonos ya en el título que nos ocupa) que ciertas secuencias de Néixer per néixer parezcan incompletas e incluso lleguen a transmitir cierta sensación de falta de contexto. Y es que el director debe escoger entre acercarse a los personajes perdiéndose parte de la acción o asegurar el tiro con un plano abierto corriendo el riesgo de resultar frío. Si a ello añadimos el hecho de que en la primera secuencia de la película García ya deja clara su conformidad respecto a no mostrar las situaciones que los alumnos prefieran omitir, la complicación es todavía mayor. Sin embargo, nada impide que todas (¡todas!) las escenas resulten rabiosamente interesantes. Por una parte, porque Pablo García compensa los obstáculos fijando su atención en un reducido número de personajes a los que retrata, en cortas secuencias sobre sus etapas escolares, de forma ejemplar. Por otra, porque el hilo conductor de la película (clases, evaluaciones, trato con los niños, viaje y despedida) goza de una solidez que contrasta maravillosamente con la flexibilidad y ligereza con que está contada la historia.

Y también porque el director consigue estar presente en los momentos clave de su relato. Pensemos en la secuencia de los niños hablando sobre la muerte, cuya autenticidad dota la película de una fuerte personalidad. O en los instantes de intimidad que García acierta en capturar, como el anochecer en el barco, las dudas de los niños sobre su futuro o el intento de solucionar un conflicto entre ellos, plasmando la dificultad que tienen algunos a la hora pedir perdón. Tampoco quiero dejar de recordar el emotivo momento en que una de las profesoras lee, de noche y frente a los alumnos viajeros, la carta que sus compañeros de escuela han escrito para ellos: en realidad, una carta de despedida, ya que los protagonistas se encuentran en la recta final del sexto curso de primaria, es decir, el último que harán en la que hasta entonces ha sido su única escuela. Un instante que el director retrata sin maniqueísmos, mostrando (sin exagerar ni minimizar) el emotivo llanto de algunos niños, detalle que denota, de forma casi involuntaria, el infrecuente grado de madurez emocional del que gozan.

Y el hecho de que la película pueda mostrar momentos tan significativos como este, y el que lo haga de una forma tan clara y entendedora, nos lanza dos preguntas más: la primera, cómo ha logrado Verònica Font un tratamiento del sonido tan efectivo, y no sólo por la habilidad con que nos conduce de una escena a otra sirviéndose de nuestros oídos ni por la facilidad con que unifica diversos planos a través de un leitmotiv sonoro: también (o especialmente) por su capacidad para captar diálogos y ambientes con semejante nitidez cuando la mayoría de situaciones contienen tantos personajes interactuando a un mismo tiempo. Y la segunda, cuánto material habrá tenido que registrar Pablo García para poder presentar una selección tan efectiva.

En cualquier caso, el resultado es una película que cuenta con la medida exacta de secuencias para hacerse entender y emocionar, y de las que resulta un interesantísimo seguimiento de las vivencias escolares del sexto curso del centro educativo Congrés-Indians del año 2018-2019: la primera promoción en salir de esta joven escuela tras completar todo el ciclo educativo. Una experiencia inmersiva y deliciosa, que nos permite descubrir el tipo de personalidad, valores y caracteres que desarrollan los infantes cuando son educados desde una perspectiva de inclusión, compañerismo y comprensión.

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