Marc Recha… a examen

Reposo total y absoluto, es el tratamiento prescrito por el médico para Juan de Dios, su paciente. Por eso se tumba a la sombra del parque, dispuesto a mirar la pared blanca, las sombra de las ramas, percibir la brisa, el zumbido de una mosca, sentir esa cinestesia que le causa la ausencia de movimiento en su cuerpo. Para vigilar adormecido a la mujer que se tumba en otra silla a leer, a perderse con ese cielo que crece y sube sin remedio. Antes de la tempestad, antes del regreso.

La historia del primer largometraje es la de un olvido mantenido durante más de veinte años. Un olvido a varias bandas, desde la Academia de Cine, que contra una recepción casi unánime en la prensa del año 1991, por Ángel Fernández Santos, José Luis Guarner y Carlos Boyero, entre otros críticos, totalmente de acuerdo en la calidad e interés del film. La indiferencia endémica de una Academia de Cine que ni siquiera se planteó nominarla al guión adaptado, un apartado en el que cuadraba perfectamente su candidatura a los premios. Por supuesto de un público que no fue a verla a las pocas salas en las que fue estrenada. Pero sobre todo, la ignorancia mayor provino de muchos cineastas contemporáneos, fueran de la misma generación o anteriores, sumada a la falta de atención de mucha cinefilia de los noventa, dos sectores en los que yo mismo me incluyo.

El cielo sube era un título que sonaba a relato plúmbeo, poca energía cinética y ritmo lento. Mea culpa en este caso porque hasta hoy ha permanecido en el limbo de las películas pendientes, siendo con bastante probabilidad, una de las obras fundamentales del cine español del siglo veinte. Las razones para esta consideración sobran, pero es lógico que se puedan enumerar aquí. La primera es por la propia coyuntura de la industria del cine español que, fuera precaria o idealizada, era un sector cultural y económico menos rentable que el fútbol o la música popular, por citar otras manifestaciones masivas para el público. A inicios de los años noventa se habían agotado los repartos de actores en los que destacaban en cartel Ana Belén, Carmen Maura, Victoria Abril, Jorge Sanz, Antonio Banderas, Imanol Arias, Verónica Forqué, Maribel Verdú y Antonio Resines, un grupo de intérpretes que, combinados, permutados y mezclados, aparecían en la mayor parte del cine español de los ochenta. Unidos a un grupo de directores, guionistas y técnicos en activo desde la desaparecida Escuela de Cine de los años sesenta, cineastas que frenaban un relevo lógico, solo salvado por gente como Almodóvar, Trueba, Colomo, Ventura Pons o el francotirador Zulueta. Así que desde un creciente mercado del cortometraje saltaron a la gran pantalla Álex de la Iglesia, Juanma Bajo Ulloa, Julio Medem, Enrique Urbizu, Chus Gutiérrez, Santiago Lorenzo, Santiago Segura, La Cuadrilla y Rosa Vergés, una avanzadilla que luego completarían otros más jóvenes desde la mitad y finales de los noventa. El más aislado de todos ellos resultó ser Marc Recha, que con veintiún años demostró fuerza narrativa, buen uso de los medios a su alcance y sabiduría para llevar a buen puerto una película en la que pretensiones y resultados estaban en equilibrio. Además de ser de los pocos que ya provenían de ese campo fértil del formato breve que tanto se premiaba en festivales como el valenciano Cinema Jove o el de Alcalá de Henares, pero que después de estrenarse en el largo volvió al cortometraje sin complejos de inferioridad. De hecho, por textura cinematográfica y narración en off, su siguiente película, el corto de ficción És tard, una sucesión de planos estáticos con la voz de un niño que cuenta la tarde de un domingo como si fuera un ejercicio de redacción escolar, en contraste con el dramatismo fuera de campo, rodado también en blanco y negro, aunque con un ratio más panorámico.

La forma provenía en este caso de El cielo sube, un largometraje de setenta minutos, treinta y cinco milímetros en aspecto antiguo, como el del cine de los pioneros. La textura fotográfica en blanco y negro, profusa en grano, rayaduras en el celuloide, imágenes muy lavadas, otras difusas, encadenados, fundidos y el uso de lo que parecían colas finales de película para aprovechar todo el material, consiguen una calidad atemporal del producto, desarrollado en ese inicio de década pero con la apariencia de cine primitivo. Esa es una de las mejores bazas para resistir el paso del tiempo, frente a toda la comedia madrileña, barcelonesa o el cine posmoderno que se hacía y seguiría haciendo posteriormente. La idea de llevar a la pantalla un tratado sobre el cansancio, el descanso, los diversos procesos de una siesta y otras ironías que relataba el escritor Eugenio d´Ors en su Oceanografía del tedio, resulta el mayor acierto porque descubre desde el principio la condición de una mirada reposada, observadora, perezosa, que se corresponde con los planos desenfocados por el sueño, la modorra o el sol que deslumbra. Siempre con puntos de vista justificados, inestables cuando son más abiertos, estáticos cuando los contrapicados encuadran las copas de los árboles, una gran nube o el cielo. Expresionistas al acercarse a los ojos, párpados y detalles del protagonista, casi como si un insecto lo sobrevolara.

La elección un texto literario enérgico en su humor soterrado, profundidad sonora y aliento poético, fragmentos de la novela sin adulteración, leídos con expresividad por la voz en off. Acrecentados por un uso ambiental, sugerente y sensual de la banda sonora que completa el montaje alterno de situaciones de Juan de Dios, sus miradas, lo que ve, secuencias oníricas, cercanas al cine fantástico, como aquella de la binovia, con esas dos mujeres refrescándose pero vistas como seres divinos.

Al final queda una película única, no solo en la cinematografía española, sino en la propia filmografía de su autor. Un cineasta coherente, cuya trayectoria demuestra que no es que se trate de una persona que rueda películas necesarias, sino que él mismo, como director, guionista, actor ocasional y productor, es una figura necesaria entre los cineastas, además de un faro para otros autores más jóvenes a los que puede haber influido de algún modo, como son Mercedes Álvarez, Óliver Laxe o Hermes Paralluelo. Son muy recomendables dos artículos sobre la película, el primero publicado en la revista donostiarra Nosferatu. Y el segundo en el blog Textos en red/ Textos aparte.

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