Malmkrog (Cristi Puiu)

En el umbral del paso del siglo XIX al XX un grupo de la élite burguesa se reúne en una mansión de Transilvania a la que les ha invitado Nikolai, un gran terrateniente. Entre ellos surgen desde el primer momento apasionados debates sobre moral, política, cultura y religión que monopolizarán los diálogos entre estos representantes de la clase dirigente, simbólicamente vinculados a las fuerzas que movían el progreso de los grandes imperios coloniales de la época. Malmkrog (Cristi Puiu, 2020) establece dos puntos de referencia absolutos en el relato fílmico: el espacio y la palabra. Dos aspectos que permiten al director rumano desarrollar el texto que adapta la obra del filósofo ruso Vladimir Solovyov “Tres diálogos y el relato del Anticristo” a través de sus largos planos secuencias. Así como trasladar al lenguaje cinematográfico los conceptos centrales subyacentes de su sistema filosófico, a partir de la idea del sobornost, que adaptaba la dialéctica de Hegel al pensamiento ruso e intentaba unificar a través de la razón todos los sistemas de conocimiento, incluyendo doctrinas religiosas, en una única jerarquía del saber que fusionara perspectivas y nociones en conflicto directo. Algo que los protagonistas del filme llevan a cabo de forma inconsciente, con su obsesión por refutar, puntualizar y superar los argumentos y afirmaciones de los demás.

La escenografía de Puiu proyecta en los espacios el mismo conflicto que se desarrolla oralmente sobre los procesos de construcción y desarrollo históricos, la hegemonía cultural de las grandes potencias, el uso de la violencia para imponer valores a los pueblos inferiores y la idea de una civilización global occidental de principios y cultura superiores que se establece mediante la negación de la humanidad del Otro. Los límites de la casa y sus ventanas son los miradores de los personajes hacia el mundo desde el distanciamiento. En el interior ellos ocupan la sala de lectura de pie o el comedor sentados, mientras los sirvientes se mueven a su alrededor poniendo o quitando platos y copas, recogiendo la mesa u ordenando los ejemplares de una biblioteca que jamás leerán, recreando una tensión inherente al statu quo de quienes tienen la voz y monopolizan la discusión. La frontera entre clases se subraya desde la composición en segundo plano y el uso de los idiomas: el francés se utiliza como lengua preferida entre los más refinados y pudientes o incluso se cita en alemán o inglés. En planos generales en los que se tiene visión directa de distintas estancias los lugares de tránsito de los criados están firmemente marcados por la estructura arquitectónica de la casa y la función de cada habitación o pasillo.

En Malmkrog vemos ante nuestros ojos cómo emerge una estética de la historia y una propuesta escénica del diálogo filosófico desde una hibridación literaria-pictórico-teatral que se concreta en la secuencia inicial de la película. El espacio cinematográfico surge aquí como una representación de sus propios límites. La rigurosidad formal y el desarrollo de la discusión nos lleva desde un plano general de conjunto de pie con gran profundidad de campo, que tienen cierta movilidad en la composición, que evoluciona con la cámara moviéndose lo justo para seguir a alguno de ellos con una esencia teatral evidente. Después un plano estático de la mesa mientras comen, que intensifica la visión pictórica. Según avanza el metraje pasamos a otra escena en la mesa con planos medios que identifican la perspectiva de la cámara con la del interlocutor, cuya presencia se explicita con la sombra de la silueta, y añade también contraplanos de reacción en el montaje. Un recorrido en la puesta en escena que acaba con una mirada omnisciente con plano frontal más cerrado sobre los rostros de quienes tienen la palabra y los que dan la réplica. Aproximándose así desde lo externo a lo interno, llegando a lo espiritual y a cosmovisiones en conflicto que desvelan la imposibilidad de alcanzar la verdad o el conocimiento absoluto —y también los límites del lenguaje— según pasa el tiempo. Un tiempo suspendido que no responde a las leyes físicas o a la lógica de un momento concreto de la historia reciente ni de la misma narrativa del filme, que reproduce en un instante la amenaza de la ruptura de una civilización sustentada sobre un orden que justifica la explotación y unas normas arbitrarias que intentan perpetuarse más allá de la demostración de su propia decadencia.

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