Salomé, hija de Herodías, bailó delante de Herodes Antipas durante la celebración de su cumpleaños. En agradecimiento el tetrarca le dijo que podía pedirle cualquier cosa que quisiera. Salomé se volvió a su madre para consultarla y esta le dijo que pidiera la cabeza de Juan el Bautista. Así es como se narra en el Nuevo Testamento los eventos que provocaron la muerte del predicador coetáneo de Jesucristo y una de las figuras más relevantes del cristianismo. También es así como Salomé y su baile se transformaron en un mito de nuestro legado cultural que ha sido representado y reinterpretado en multitud de ocasiones a través de los siglos en la tradición occidental. Lluís Miñarro toma como referencia este personaje y su historia —además de elementos de la obra de teatro que escribió Oscar Wilde— como base para su nueva película Love Me Not. En ella Ingrid García-Jonsson da vida a Salomé, una soldado de un poderoso ejército que busca imponer sus intereses en un remoto desierto donde guardan prisionero a un supuesto individuo muy peligroso al que apodan El Profeta.
Y así, trasladando el relato a un contexto que evoca hechos recientes de la historia y principalmente la invasión de Irak (pero también la de cualquier otro lugar) por parte de Estados Unidos y sus aliados (o de cualquier gran potencia con agenda imperialista y belicista a lo largo del tiempo) se asigna a cada imagen de la cinta un interés e intención políticos nada disimulado. La lucha moral e indefinida contra el terrorismo que nos trajo el presente siglo XXI se usa de trasfondo para desarrollar una narración que desemboca en un melodrama de estética y diálogos teatrales. Salomé es hija del coronel Antipas, su tío y padrastro, que la desea. Herodías alberga recelos al respecto y se siente interpelada por las diatribas que declama desde el subsuelo el prisionero mártir, que no deja de expresar verdades incómodas reveladas. Mientras la primera parte de la cinta sirve para elaborar el contexto y la alegoría discursiva, la segunda se centra en el conflicto entre todos ellos —que sigue muy de cerca los eventos del mito bíblico— desde una perspectiva que no elude el humor desde la ironía y también el trazo más grueso y escatológico.
Palpitan el sexo y la muerte como ejes temáticos que se ven enfrentados del mismo modo en que se revelan las contradicciones de los personajes y las consecuencias de sus deseos. El film está repleto de un uso deliberado y explícito de simbolismo en su escena, decorados y vestuario hasta llegar a los insertos de planos en su montaje como subrayado del que la propia película es muy consciente en todo instante. Miñarro fragmenta los espacios aniquilando cualquier posibilidad de encontrar cierta coherencia que permita una interpretación clara y directa de su narrativa, repleta de ambigüedades. Desarrolla diálogos convirtiendo los rostros en el único centro de atracción de la composición de sus planos y explota el fuera de campo en ellos casi como un metacomentario del mismo cineasta o del público hacia los protagonistas de la historia, sus decisiones e hipocresías. Salomé la mujer lasciva que acaba con cualquier posibilidad de redención del hombre es aquí un producto del sistema que actúa igual de caprichosamente que aquellos que verdaderamente poseen el verdadero poder o la influencia. Salomé podría actuar por despecho, por su deseo rechazado por la alteridad, por el enemigo. Pero quizá es sólo la consecuencia última de una civilización que la encasilla en su función destructora por parte de los mismos que usan la guerra para llegar a la paz, la violencia para obtener amor, el exterminio para proteger la vida.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.