L’origami (Martí Sala Castells)

Un vacío, ese que expone la cámara de Martí Sala a la izquierda del personaje en las sesiones que Damià comparte con su psicóloga, es el eje central de la existencia del protagonista de L’Origami: un personaje que, tras el fin de una relación, creerá haberlo perdido todo, incluso ante la figura de Clara, su ex, a la que afirma ni siquiera reconocer. El recuerdo, y en ese sentido lo físico toma un significado propio, se erige así como un motivo vehicular desde el cual Damià obtiene una percepción de la realidad distorsionada. Al fin y al cabo, esos pequeños detalles que llevan al personaje a creer que nada queda de él en Clara no son más que un resorte, una respuesta hacia una situación (obviamente) no buscada, pero sobredimensionada de algún modo en torno a señales equívocas.

Ese desorden que se deduce del comportamiento y el estado alterado de Damià, se traslada asimismo a un dispositivo narrativo que se dirime entre ‹flashbacks›. Recuerdos o no, componen un mosaico donde hay una cierta sensación de indeterminación que es la que seguramente lleva a su protagonista a desaparecer. En la búsqueda emprendida por su padre, que dice llevar 8 años sin verle, se asentarán una serie de imágenes recurrentes (ese móvil cayendo al suelo que Damià nunca quiso dejar atrás) e incluso sensaciones desde las que dibujar un periplo, más que errático, indeciso, preñado por ese caos que llega ante aquello que se antoja inevitable en determinado momento.

Además de esa estructura, que potencia el carácter del relato y le otorga ciertos incentivos —si bien el énfasis con que aparece la banda sonora no siempre surte el efecto deseado—, en L’Origami encontramos una propensión al diálogo que, lejos de ser explicativo en exceso —a lo sumo, en esa última conversación entre el padre del protagonista y su psicóloga—, guía al espectador y ofrece las piezas necesarias para ir recomponiendo una suerte de puzle que no lo es tanto por el devenir de la historia como por la inclusión de detalles que otorgan ese punto sugerente y consiguen dotar de matices tanto al carácter de sus personajes —en ese aspecto, es más fácil comprender la naturaleza del protagonista así como lo que le impele a tomar las decisiones que toma— como al dibujo de ese (aparentemente) idílico vínculo que termina deviniendo en una suerte de pesadilla incomprensible para Damià.

L’Origami traza así un sinuoso mosaico que versa sobre la forma en cómo nos relacionamos con el recuerdo y reaccionamos ante aquello que se podría percibir como olvido. No obstante, y lejos de lo que entiende Damià ante tal contexto —y es que si bien su padre sirve como hilo conductor, Sala acierta disponiendo la perspectiva sobre el joven protagonista y creando una narrativa en torno a él—, no todo termina siendo tan manifiesto como parece advertir, y hay mucho más allá de los lugares que él dice estar evitando y entiende que Clara, de un modo u otro, está borrando. Y es que, ante todo, siempre quedarán esas memorias, escritas o no, en forma de pequeños pasajes o sonrisas congeladas que ya nunca olvidaremos.

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