La alternativa | Willy, el gorrión (József Gémes)

Willy, el gorrión es el segundo largometraje como director del húngaro József Gémes. En esta ocasión la película cuenta una historia sencilla y moralista para niños en la que nos metemos en la piel de Vili, un niño muy gamberro que, tras disparar a unos gorriones, es reprendido y convertido en gorrión por un hada. En esa situación deberá aprender a vivir su nueva vida mientras ésta busca la forma de revertir el hechizo. Por supuesto, las cosas no resultarán tan fáciles cuando su gata Cili, harta de sus travesuras, vea en esto una oportunidad de vengarse de él.

Alejada del estilo llamativo e idiosincrático de la que es tal vez la animación húngara más conocida (las obras de Marcell Jankovics), la estética y narrativa de esta cinta son sorprendentemente muy asimilables a un cuento de Disney. Sin la calidad técnica que puede llegar a alcanzar este estudio, está sin embargo razonablemente lograda, con un coloreado sobrio pero consistente, y una animación sin grandes alardes pero funcional y cumplidora. Nada especial puede decirse del trabajo visual del filme más allá de que está a la altura de las circunstancias, ni más ni menos, pero desde el principio su solidez es encomiable.

A nivel narrativo puede resultar algo chocante el ritmo bastante tranquilo que se gasta la película. Ocurren relativamente pocos eventos y en cierto modo gran parte de la misma tiene un componente de observación, que cuadra con el proceso de aprendizaje y generación de empatía que poco a poco va desarrollando Vili. Es cierto que hay un elemento de amenaza constante, pero incluso éste no parece demasiado invasivo y hay tiempos largos de pausa sin sensación de peligro. En cualquier caso, el ritmo no llega a decaer y de eso se encarga una interacción muy simpática de personajes, con momentos de humor bastante eficaces (en especial un gag recurrente sobre las discusiones de los gorriones), y el inserto de unas pocas canciones que resultan memorables. Llama la atención por otro lado la aparición de algunos elementos muy oscuros en la trama. Desde el protagonista manejando una escopeta al principio de la película a la maldad sádica de Cili, incluso en un momento dado uno de los personajes es atropellado en una secuencia algo más impactante de lo esperable.

Sin embargo, por donde esta obra hace aguas, y no precisamente como un fallo menor, es en el guión. Una cosa es que sea capaz de evocar esa atmósfera de fábula infantil y tenga ese atractivo nostálgico para los adultos, que lo tiene, y otra muy distinta y en la que lamentablemente se le notan mucho las costuras es la historia. En particular, si nos paramos a analizar la psicología de Vili, encontramos puntos en la trama en los que resulta difícil entender sus motivaciones o en qué momento exacto de su desarrollo se encuentra. Y estamos hablando del protagonista; si nos ponemos a analizar a un secundario que no tiene su nivel de enfoque esto todavía se nota más. En este sentido además surge otro problema y es el de los giros argumentales, que implican a personajes cambiando su forma de comportarse o relacionarse ante su entorno de forma brusca, o eventos que suceden de manera poco clara. En general, para una cinta de este calibre y con su buen hacer general, el nivel de la narración es inexplicablemente flojo, casi como si se estuviera desatendiendo voluntariamente este aspecto crucial. Por supuesto, al final del todo queda claro para qué ha servido este proceso y la moraleja se transmite bien, pero sospecho que es más por lo sencillo y esquemático de la misma que un mérito del guión.

Y es una pena porque no hablamos precisamente de una mala película, es más, lo que tenemos en Willy, el gorrión es una obra con potencial para convertirse en un clásico e icono infantil de bastante calado, con un encanto fuera de toda duda que incluso con sus carencias graves es más que patente. Pero especialmente hacia el final de la cinta esta sensación tan positiva queda en entredicho cuando la falta de un guión realmente sólido y consecuente se carga la construcción emocional de los eventos, dejando un regusto agridulce tras la experiencia que impide la consolidación de este cuento en la memoria.

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