Hasta la vista (Geoffrey Enthoven)

La historia de un ser humano terminal en busca de un último deseo no es la primera vez que se lleva a la pantalla. Tampoco es nueva la de alguien con parálisis en el cuerpo que lucha contra esas dificultades. Sin embargo, unirlas en un grupo y hacerlo en forma de ‹road movie› con grandes dosis de comedia y con destino final a un prostíbulo, se presenta como algo novedoso. El director belga Geoffrey Enthoven ya había tocado temas similares en Meisjes, donde nos presentaba a un grupo de música de ‹rhythm and blues› integrado exclusivamente por unas ancianas enfermas de Alzheimer. En Hasta la vista, inspirándose muy levemente en la historia de un discapacitado estadounidense que mostró sus experiencias en un documental de la BBC, ha conseguido el reconocimiento de varios festivales, entre ellos el de la Seminci de Valladolid, donde se impuso de manera no muy lógica a la estupenda y también belga El niño de la bicicleta de los hermanos Dardenne.

Nos presenta una historia de tres jóvenes amigos residentes en un suburbio belga adinerado que tienen diferentes discapacidades. Los tres beben los vientos por el vino y las mujeres. pero todavía no han disfrutado del sexo fuera de la masturbación. El trío propone a sus padres hacer un viaje para recorrer una ruta enológica que culmina en España. Quieren hacerlo con la única compañía de un chófer que hará las veces de enfermero y asistente, ya que el primero es ciego, el segundo tiene una enfermedad degenerativa que le causa parálisis y convulsiones ocasionales, y el tercero es completamente paralítico. Aunque es cierto que planean disfrutar de los viñedos, su principal objetivo es España, donde quieren perder la virginidad en un prostíbulo especializado para discapacitados. Todo se complicará cuando el médico diagnostica a uno de ellos el empeoramiento de su enfermedad y le comunica que le queda poco tiempo de vida, lo que obligará al trío a escaparse sin el consentimiento familiar y lanzarse a una odisea en la que aprenderán una vital lección de tolerancia y conocimiento personal. Sin embargo, los problemas aumentarán cuando descubran que el nuevo conductor es una mujer de antipático carácter, aspecto descuidado, con gran sobrepeso, y que habla francés pero no entiende el flamenco, la lengua de nuestros protagonistas.

La cinta belga nos presenta una odisea, con un gran equilibrio entre la parte cómica y las emociones, en la que el viaje en sí mismo cobra mucha más trascendencia que el calenturiento destino de nuestros protagonistas. La película obliga a los espectadores a mirar de frente el asunto de la lucha de los discapacitados frente a una sociedad que les planta un terreno repleto de obstáculos y limitaciones, y lo hace tocando nuestra sensibilidad con modestia y sutileza, mediante una historia tierna, vital, melodramática y muy divertida, en la que brilla especialmente la sencillez y la humanidad con la que se nos muestran sus imágenes. El argumento incide en la necesidad de recorrer nuestros propios límites para alcanzar la plenitud, y en la búsqueda de la libertad de estos seres tan dependientes frente al carácter protector de unos padres que han estado toda la vida cuidándolos como si fuesen bebés. Hasta la vista no cae en la condescendencia hacia estos particulares seres y expone su auténtica idiosincrasia, más allá de las barreras que provocan sus discapacidades. Pero estas barreras no serán las únicas tratadas en el film, que también nos señala algunas invisibles que impiden la comunicación entre los seres humanos, independientemente de su estado físico. Otro de los temas candentes es el de las dificultades que tienen los parapléjicos para encontrar no sólo el amor, sino el sexo. En ese aspecto, los más susceptibles puede que la tachen de misógina por su defensa de la prostitución, que se presenta como una (y probablemente la única) opción sexual para la gran mayoría de los discapacitados.

El tratamiento humorístico hacia los discapacitados es muy sutil y respetuoso. No es el espectador quien se ríe de ellos, sino que son los propios implicados quienes se mofan de sí mismos. La película esgrime un humor autocrítico e irónico que no manipula al espectador de forma maniquea como lo hiciera la taquillera Intocable, película con la que comparte en cierto modo una temática similar, pero resulta mucho más sincera que la cinta francesa. El sentido del humor del que hace gala la cinta belga es moderadamente inteligente, si bien abusa puntualmente de algunos chistes inevitables sobre ciegos bastante trillados, que remiten ligeramente a la infame No me chilles que no te veo, aunque esta sea una comparación rebuscada. La cinta belga presenta un arranque magnífico, dotado de un ritmo y una simpatía en sus acciones encomiables. Sin embargo, en la parte final se torna más previsible y blandengue, sin llegar a abusar de manera exagerada del sentimentalismo facilón, y los acontecimientos dan la sensación de solucionarse de manera algo precipitada, aunque este pequeño bajón no empañe el conjunto global de la obra.

Hasta la vista, película modesta que carece de grandes pretensiones filosóficas y metafísicas, se percibe bastante convencional en su aspecto. Su austeridad formal ayuda a darle mayor realismo y verosimilitud a la narración, pero donde más sorprende es en lo delirante que resulta la trama, y en sus ácidos diálogos. El director se aparta de la pantalla y otorga el protagonismo exclusivo a unos personajes muy interesantes y bien desarrollados, con cambios graduales y perfectamente medidos. En el plano interpretativo sobresale por encima de todos Isabelle de Hertogh en el papel de la enfermera y cuidadora que acompaña a los chicos. Su trabajo es magnífico, repleto de ricos matices; tras un comienzo donde da la sensación de ser un auténtico ogro femenino malcarado, su mirada se va transformando paulatinamente para acabar con un brillo especial en sus ojos, resultando una mujer encantadora con una sapiencia absoluta sobre los placeres sencillos de la vida, que se apodera por completo de la pantalla. También está particularmente inspirado Vanden Thoren, que domina emocionalmente todas las escenas sin mover ni una sola extremidad. Su personaje es el que tiene una personalidad más agria de todos, además de ser mal hablado y prepotente, especialmente cuando lleva unas copas de más (aspecto que se entiende a la perfección, no debe ser nada fácil tener un carácter afable sin la posibilidad de mover ninguna articulación). Por el contrario, la actuación del actor que interpreta al ciego es la más irregular, probablemente motivado por el carácter bufón de su personaje, el único de los tres que camina con unas dificultades que van en contra de su integridad física para deleite cómico del espectador.

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