Francesco Munzi… a examen

Esta semana ha llegado a nuestros cines Calabria (Anime nere), una película que, como ya comentábamos en nuestra crítica, describe el día a día de una familia mafiosa de la región. Recalcamos lo de “día a día” porque el cineasta Francesco Munzi suelta al espectador en una acción ya empezada, sin hacer la clásica introducción que acostumbran muchas otras obras para describir cómo llegaron los personajes al punto inicial. De hecho, tampoco podemos decir que exista un nudo como tal, sí existe un desenlace a lo grande, pero en cualquier caso resulta evidente que Munzi ha querido seguir su propio estilo narrativo. Estilo que, acompañado de una acertada fotografía y un notable desarrollo de los personajes, contribuyen a que Calabria arroje un meritorio punto de vista sobre el mundo de la ‘Ndrangheta.

Menos conocida pero parida por el mismo hombre es Saimir, ópera prima con la que Munzi inició su andadura en el largometraje allá por 2004. El título representa el nombre de su protagonista, un adolescente de origen albanés que trabaja a destajo para su padre en algún lugar de la región del Lacio, tras llegar a Italia hace no demasiado tiempo; no es casualidad que no sepamos con exactitud ninguna de las dos cosas ya que, al igual que en Calabria, el cineasta prefiere no ofrecer demasiados datos ni otorgar antecedentes innecesarios que entorpezcan la narración, dejando que el espectador tire de lógica e imaginación. Lo que sí es evidente es que la tarea que llevan a cabo padre e hijo no es demasiado legal que digamos: acuden con su vehículo a la playa para recoger inmigrantes ilegales y los trasladan hacia un determinado hombre de la zona que los explotará para su negocio.

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Tráfico de seres humanos, por tanto. No es exactamente la mafia que vemos en Calabria, pero se le parece mucho, tanto en sus propias actividades como en la manera que Munzi las describe: conversaciones escasamente verborreicas que salen de las bocas de rostros feos y antipáticos por doquier, porque aquí no estamos ante una pasarela de estrellas, sino ante actores puros y duros, entre los que no sería extraño que alguno estuviese interpretando a su propio personaje de la vida real. En este caso, la fotografía no es tan oscura como en su última película, quizá porque el cineasta ha querido arrojar un halo de esperanza sobre el protagonista. Efectivamente, Saimir desea escapar de ese mundo de crimen y corrupción en el que le ha introducido su padre y sueña con ir a Roma o Milán. Pero no posee estudios y tiene muy poco dinero ahorrado, ya que su progenitor, como bien le recuerda en una escena de la película, bastante tiene con concederle comida, ropa y un techo. Así que Saimir se verá obligado a entrar en contacto con otros malhechores, robando y delinquiendo para acumular algo de dinero, y así también tener contenta a la chica que ha conocido. Este retrato de un joven que se debate entre lo que dicta su padre y otro hombre de más carácter también lo podemos ver con el personaje de Leo en Calabria, por lo que Munzi parece tener cierto interés en mostrar cómo los descendientes asumen (o no) la estirpe delincuente de sus padres.

Así, Saimir se construye con ladrillos igual de sombríos que Calabria, pero en medio de su argumento va dejando migas de pan para que el espectador se imagine si al final de la cinta su objetivo de emancipación cuajará o no. Y es que la familia con sus idas y venidas une a ambas películas, aunque en esta ópera prima sólo tenga dos rostros (tres si contamos la novia del padre que no le cae nada bien a nuestro protagonista) y en otra los mil y uno propios de cualquier mafia, además de que en la última los trapos siempre se lavan de puertas para dentro y en un sentido más amplio termina rigiéndose por la Omertà. Lo que no cambia es el crudo retrato que se realiza sobre la Italia profunda, destacando la manera tan especial con la que se toca el tema de la inmigración en Saimir: en los primeros 80 minutos de metraje, no aparece en pantalla un solo policía u otro tipo de fuerza de orden y seguridad, pese a la incipiente criminalidad. ¿Casualidad? No lo parece, porque tras visionar este díptico comprobamos que Munzi está más que concienciado sobre cómo la violencia y la corrupción campan a sus anchas en el país en forma de bota. Algo muy triste para la realidad transalpina si tenemos en cuenta que entre ambas películas han pasado nada menos que diez años, de Berlusconi a Renzi y con una crisis económica por medio que ha provocado que el país no haya mejorado en absoluto, como bien refleja la obra de este realizador.

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Más allá del mero acto de visionar Saimir para entender los cambios que se han producido en el cine de Francesco Munzi hasta llegar a Calabria, la película también posee virtudes propias como para que merezca la pena concederle 88 minutos de nuestra vida. Ya hemos hablado de lo bien que están tratados varios de los temas que saca a escena el cineasta, como la inmigración, la corrupción o la familia, pero además de estas consideraciones, Munzi se muestra firme a la hora de retratar a su protagonista. Saimir camina por la vida como lo haría cualquier chaval de su edad en circunstancias tan difíciles como las suyas, con sus escarceos con las drogas, el sexo o la delincuencia, pero también motivos para seguir creyendo como un afán de superación personal, la rebeldía ante lo establecido y, en el fondo del todo, un corazón noble. Una historia que termina por convencer y que alza a su director como un hombre que sabe retratar de manera notable la realidad de su país.

Saimir

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