Domino (Brian de Palma)

Encontrarse ante un producto como Domino tiene lecturas encontradas: Por un lado, el reverencial respeto hacia un grande como Brian de Palma. Por otro, la interiorización realista sobre qué diríamos sobre un producto como este en caso de que su director no fuera quien es. Porque la realidad es que no hay que llevarse a engaño: Domino es, en factura, guion, interpretación y cualquier aspecto imaginable, un subproducto digno de figurar en los anales del cine basura más desganado, falto de ambición y creatividad.

Si la pretensión es que la figura de De Palma fuera los árboles que tapan el bosque el resultado es que el tiro ha salido por la auténtica culata ya que, de alguna manera, que el producto venga firmado por un tótem de la dirección solo hace más indigno si cabe el resultado final.

El problema fundamental que plantea Domino no reside tanto en sus resultados sino en sus expectativas y ambiciones. El film pretende tener un aire de thriller nórdico a la par que vocación europeísta al plantear una especie de eurotrip que ponga de relieve que el terrorismo islámico es ya algo global y ramificado. Lo que consigue sin embargo es una sucesión de postales marginales que tiran de clichés (una Europa nórdica y civilizada versus un sur más cercano a la España “Berlanguiana” de sol, toros y sangría barata) geográficos y, un retrato del islamismo donde el factor miseria como base de la fanatización ni está ni se le espera.

En su lugar nos hallamos ante una sucesión de arquetipos maniqueos, corruptelas de segunda división y una trama de espionaje que dejaría al mismísimo Austin Powers como adalid de la eficacia. Domino es como una parodia involuntaria del film que quería llevar dentro, un espejo que deforma incluso virtudes como los habituales juegos de doble pantalla tan habituales en de Palma, que aquí acaban siendo una especie de videojueguización multimedia del terrorismo. La denuncia acaba pues convertida en banalidad tanto estética como argumental, y los motivos dejan de ser materia de análisis. ¿Para qué hacerlo cuando podemos realizar un ‹reductio› a la maldad de primero de Trumpismo?

Tampoco ayuda la indudable sensación de deriva mostrada en un montaje incomprensible que desecha subtramas, pone de relieve otras y acaba precipitándolo todo en un desenlace tan increíble como absolutamente ridículo por su acumulación de eventos incoherentes con la narración anterior.

Domino es definitiva un film que, si se posicionara sin tapujos como serie Z, podría ser hasta disfrutable desde la vertiente risible del cine trash pero que acaba siendo un viaje agónico entre sus pretensiones y su plasmación final en pantalla. ¿Y qué papel juega De Palma? Pues la sensación es la de tener un excelente capitán al frente del Titanic intentando salvar los muebles tirando de clásicos visuales en su filmografía, algo que, por desgracia, en medio de todo el desaguisado solo hace que resaltar su condición de refrito y de recurso tan aleatorio como desesperado de dar algo de empaque. Así pues, el resultado final es una cinta tan desagradable de ver como fácilmente olvidable y, no menos importante, una mancha fílmica que alguien como De Palma no se debería permitir.

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