¡Al abordaje! (Guillaume Brac)

El invierno es al thriller nórdico lo que el verano a la comedia ligera francesa: su hábitat natural. De ambientes relajados y conversaciones chisposas y distendidas entiende Guillaume Brac como pocos podrían hacerlo, al menos el verano y la juventud son temas indispensables en sus películas, donde los problemas, desastres y demás quehaceres vitales se esfuman al son de una pequeña brisa relajante.

Dentro de ese paraíso estival nos introduce con ¡Al abordaje! en una sencilla historia de amor de verano, un amor por el que romper reglas de concordia y pasividad, uno pasajera e inolvidable que nos confirma eso de qué bonito y qué rastrero es un flechazo. A orillas del Sena comienza la película: bailes nocturnos y abrazos matutinos que terminan en una repentina despedida. Lo bueno es que Brac nos ofrece en bandeja a un Félix que no se conforma con el bonito recuerdo, que quiere materializar algo más que el idilio en forma de grata sorpresa de conquistador empedernido.

El carisma de Félix engatusa a Chérif y se lleva por delante al inocente Édouard, creando así un extraño trío que va a amenizar nuestra propia tarde de verano. Cada uno con sus puntos flacos, miedos y agonías se enfrentan a un ‹road trip› que nos aleja de las elegantes calles de París o las enigmáticas noches de la costa. Nos vamos a un pueblo de río, puente, heladería y camping a pasar unos días improvisados y deliciosos.

Hay rechazo, otitis y madres extremadamente pesadas. Hay ataques de testosterona, gestas honoríficas y planteamientos vitales. Hay un tipo grande con exclusivas camisetas cinéfilas haciendo de niñera. Es quizá esa amalgama de pequeñas cosas sin importancia que fluyen con gracia y constancia lo que convierte ¡Al abordaje! en una agradable oleada de buen rollo, una de esas paradas obligatorias en momentos de agonía calurosa que se adhieren a la perfección a nuestros propios días de verano, a algún recuerdo (lejano/cercano) de vivencias, películas, novelas o cotilleos que se reproducen en esta película.

Los personajes son únicos y virtuosos, todos de personalidad inquebrantable que se equilibra en el conjunto, con diálogos ágiles y exquisitos que siempre saben arrancar una sonrisa. Sin duda no olvida el retrato generacional, de clases y estatus sociales, que pasa más por la percepción que por el subrayado y que tan bien le sienta a esta narración liviana.

En el error está la aventura, Brac lo sabe y nos lo expone de forma concienzuda, por lo que el amor de verano puede tener forma de decepción, de apertura de miras, de autoconocimiento, y aunque nada surja como levemente se ha planeado, en este pueblo en medio de la flora y la fauna local todo parece posible y permisible. Un coche roto, una chica testaruda, una tienda de campaña que huele a pis… todo sirve como comienzo para tener algo que contar al volver a casa. Si se vuelve. Si interesa.

¡Al abordaje! es un “al agua patos” en toda regla: tirarse al charco, aunque sea con reticencias y, una vez enfangados, disfrutar con lo que pueda surgir. Una fiesta estival digna del más alto nivel del cine francés que pasa en un suspiro y consigue que saquemos esa sonrisa perenne a relucir desde el primer momento. Me he enamorado un poco de esta experiencia, me ha entusiasmado compartir un rato con estos muchachos, me transmite esa sensación de buen rollo que a veces (raras) experimentamos al dejarnos llevar. Puede parecer una nadería, son otros jóvenes enredándose con sus experiencias, pero la apariencia es solo la punta de este iceberg.

¡Todos al agua!

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