Abrázame fuerte (Mathieu Amalric)

Dentro de la estructura caleidoscópica de Abrázame fuerte (Serre-moi fort, 2021) puede vislumbrarse un breve prólogo, de apenas dos o tres minutos de duración, que ejerce como sumario de las fijaciones temáticas que Amalric desgranará paulatinamente a lo largo del metraje. El primer plano del film es un contrapicado enfocado a la copa de un árbol, que apenas permite el filtrado de la luz solar y que parece quemar la imagen cinematográfica al mismo tiempo que la mirada del espectador. Antes de que aparezca en pantalla el título de la película, Amalric intercala a través de un corte de montaje una brevísima escena de la protagonista —una nueva lección de movimientos, gestos, miradas y silencios de Vicky Krieps— en la que esta se enfrenta a un conjunto de fotografías mientras las maldice («on recommence!»). Con este sencillo y sutil ejercicio, Amalric pone las cartas sobre la mesa: la suya es una historia sobre los caprichos de la memoria (en especial si esta se encuentra bajo el influjo del trauma), sobre el paso del tiempo, los recuerdos y las vidas en pasado, presente y futuro.

El sexto largometraje del reconocido actor Mathieu Amalric (por desgracia, más renombrado que en su vertiente como cineasta, carrera que lleva desarrollando desde hace más de dos décadas) traslada al lenguaje fílmico una obra de teatro de Claudine Galea, Je reviens de loin (2003). Este apunte responde a una conjetura personal de que cuando más alto vuelan los proyectos de dirección de Amalric es cuando adaptan textos de terceros y no propios: ocurría también en la que para servidor es su otra gran obra (basada en una novela de George Simenon), La habitación azul (La chambre bleue, 2014), que le proporcionaba los elementos necesarios para construir un relato de misterio a través de un “todo” fragmentario, confuso y a veces incluso opaco.

Estos mismos estilemas los adoptará Amalric en su última película, en la que resuenan ecos lejanos de la producción fílmica gala, como en la manera de abordar una suerte de fantástico o de realismo mágico en Petite maman de Sciamma o en los retorcidos recodos de la narrativa “resnaisiana”. Dos puntales son los que sostienen (más bien elevan) esta propuesta y que le permiten alejarse del melodrama anodino en el que bien fácilmente podría haber caído: las decisiones de puesta en escena (y por tanto, de montaje) de Amalric y la presencia impagable de Vicky Krieps, sin duda alguna una de las actrices más interesantes —por la elección de proyectos, por su capacidad marciana para mostrarse igualmente frágil como dominante, por cómo se mueve ante la cámara, etc.— del actual panorama performativo. El festival de contrastes de la actriz entre la contención dramática y la explosión afectiva dan para un estudio en profundidad que por desgracia no puede darse en este espacio, pero al que ciertamente merece la pena acercarse.

Si hasta ahora no hemos entrado a valorar las lindes por las que discurre el argumento de Abrázame fuerte es porque no interesan tanto como la forma en la que las aborda Amalric. A grandes rasgos, seguimos en paralelo los pasos de una madre de familia en aparente fuga en contraposición al retrato de la vida familiar de un padre y sus dos hijos en crisis ante la ausencia materna. Si el discurrir de sucesos de la historia se hubiera planeado desde una óptica lineal, el resultado final no diferiría en demasía con el de un melodrama familiar ramplón. Pero Amalric juega al despiste, a desorientar al espectador para que entienda cuán desorientada está su protagonista. Con osada habilidad logra entretejer tiempos, espacios y recuerdos en una misma amalgama de verdades y contradicciones, de manera que somos incapaces de reconocer (y dudamos que exista) cuál es la voz fiable que relata esta crónica de una huida. Importante recalcar la importancia del montaje sonoro, que permite introducir más capas y correspondencias entre tiempos pasados, futuros, reales o fantasmáticos.

En suma, es apreciable —de nuevo— el esfuerzo de Amalric por traernos una propuesta narrativa poco acomodaticia, que confronta a su audiencia y le exige unos ciertos esfuerzos e implicaciones para desentrañar las virtudes de Abrázame fuerte y para poner en cuestión la validez discursiva de los puntos de vista que parecen relatar “la verdad” o “lo real” en un film. Pocas veces se ha sentido tan consecuente el concepto de “imaginación” con su puesta en imágenes (y sonidos) como en esta gran última película del cineasta francés, con un resultado final igualmente satisfactorio para aquellos que busquen sentirse epatados tanto en lo sentimental como en lo cerebral.

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