A Sickness (Guy Soulsby)

Nada como esos lugares comunes reproducidos constantemente en el cine de género para regresar a pesadillas recurrentes, esas que se escriben en letras destacadas en los titulares y que terminan en espacios que por sí solos ya resultan turbadores. Guy Soulsby parece tener claro en su nuevo cortometraje que esos lugares no sólo deben ser reproducidos, e incluso reconducidos, sino además se antojan capitales para la construcción de un relato que cimiente sus posibilidades en lo escénico; un elemento, este, que se deduce capital en A Sickness —lejos del relato y sus posibles desvíos—, y que el cineasta británico alimenta a través de una poderosa puesta en escena donde el plano corresponde las intenciones de una narrativa hábil que encuentra en el zoom una herramienta expresiva desde la que manejar los tiempos y, en especial, fomentar una atmósfera que se dirime entre un sugestivo empleo del cromatismo y esa incesante banda sonora que también deja espacio para un uso depurado del sonido. Una serie de elementos que, además de complementarse y encontrar en el inquietante rostro de David Langham los estímulos necesarios más allá de lo meramente expositivo —aunque, en realidad, su rostro no deje de reflejar una información necesaria para el espectador—, describen a la perfección ese universo que terminará arrojando sentido al relato y su último devenir.

Así, aquello que parece dotar de una importancia capital al cortometraje de Soulsby, una escueta crónica que sabe administrar sus recursos con el tino necesario —hallando además, en su última línea de diálogo, un cierre impecable—, donde verdaderamente termina por cristalizar es en la construcción de un espacio que va más allá de esos citados lugares comunes, y ya no tanto por cómo el británico logra reformular el significado que terminan teniendo, sino por el modo de hacer confluir en él un horror dúctil, donde cada elemento puede inducir una representación ilusoria, irreal. A Sickness consigue, pues, más que construir un micro-relato no exento de sorpresa —que, en realidad, otorga suficientes detalles como para no serlo, incluso en forma de crucifijo en el pomo de una puerta—, alcanzar la consecución de un universo que se despierta ya desde las primeras notas de un trabajo capaz de sugerir mucho con tan poco; y es que no es fácil que cada recurso empleado para alcanzar algo más que un mero ejercicio estilístico consiga otorgar un sentido específico a lo narrado, infundiendo incluso en un minucioso ‹travelling› la información necesaria para comprender que cualquier particularidad puede ser tan relevante para el relato como para el propio género en sí mismo.

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