Sesión doble: Postman Blues (1997) / Kill Me Please (2010)

La comedia negra llega a la sesión doble con dos títulos a tener en cuenta: por un lado una de las pequeñas joyas de aquel cineasta olvidado llamado Sabu (AKA Hiroyuki Tanaka) con Postman Blues; y por el otro una cinta encuadrada en la corriente surgida en Bélgica a inicios del presente siglo con Kill Me Please de Olias Barco.

 

Postman Blues (Sabu)

En La última noche de Spike Lee, pocas horas antes de su ingreso en prisión, con el sol aún despertando, el protagonista y sus dos mejores amigos comparten un último instante mirando los barcos de la bahía y el canal, y comentan que trabajar en uno de esos buques debe ser una vida tranquila. El camello, el ‹broker› de Wall Street y el profesor universitario miran en silencio lo que pudo haber sido de sus vidas con una melancolía infinita.

Algo así me pasa cada vez que veo a un cartero en su moto, y no sólo porque sean funcionarios —a mi alrededor todo el mundo con 40 años está invirtiendo en criptomonedas desesperadamente, preparando oposiciones desesperadamente o estudiando programación desesperadamente—.

Sin embargo, en Postman Blues comenzamos con el bueno Sawaki, cartero de profesión, totalmente alienado en su trabajo, aburrido de la vida y atrapado en lo monotonía. Por avatares del destino, es confundido con un peligrosísimo criminal mientras retoma la amistad de un viejo conocido metido a ‹yakuza›, conoce a un simpático asesino profesional y se enamora de una chica que escribe cartas que no son leídas por nadie.

Postman Blues es una comedia negra muy del estilo de ese director que sorprendió a más de uno con Monday en el 2000, conocido como Sabu, aunque su nombre real sea Hiroyuki Tanaka. Sabu, porque los gafapastas y sus amigos lo llamamos así y punto, construye una obra en ocasiones negrísima con algunos toques geniales, como esa convención de asesinos a sueldo, todos con gafas y gabardinas —homenaje a Léon el profesional incluido—, bañada por una alocada historia de confusiones estúpidas y una crónica de amor muy suya, tierna y naif hasta decir basta.

La película tarda en arrancar. Sus primeros compases fijan la actitud ante la vida de Sawaki y por tanto tiene sentido que todo esté rodado de manera más tranquila que la parte posterior y poco a poco se vayan desarrollando los equívocos por parte de todos los personajes. Sawaki, el aburrido y bueno, para nada se enamora. Ahora lleva bufandita roja y pedalea con ganas en su bicicleta roja. El destino apunta al caos y él parece ajeno a todo ello, pero a la vez allá donde va consigue crear una sonrisa. La tormenta se va acercando. La policía lo espía y lo sigue y cada vez están más convencidos de encontrarse ante el mayor peligro público de su historia. En la segunda mitad, Sabu nos regala una cinta trepidante, con todo el mundo subido a una bicicleta y pedaleando por Sawaki, para evitar la tragedia que sigilosamente se precipita hacía él.

Postman Blues es una balada tristísima combinado con ese humor negro que mencionaba antes, incluso absurdo a más no poder, pero que va ganando con el paso del metraje hasta su apoteósico final, durísimo y cortante.

Sawaki, el hombre ordinario, contra toda la maraña del estado y el destino, flanqueado por dos improbables escuderos dispuestos a sacrificarse por su viejo/nuevo amigo. La inocencia casi estúpida del amor frente a la maquinaria absurda que despliega la policía contra nuestro soñador.

La historia de la cinta es una chorrada que en ocasiones está a punto de descarillar. Pero que te tomes en serio a esos tres personajes pedaleando en sus bicicletas, sonriéndose entre ellos en una demostración de amistad varonil antes de lo que parece el amargo final, es un milagro. Débiles, exaustos y frágiles en sus vehículos, pero con una sonrisa luchando por un sueño, como millones de personas todos los días.

Y es que Sabu —y, por favor, vean algo de ese cineasta, que nos traía como locos con sus historias de perdedores entre carcajadas y lágrimas por igual a inicios de los dosmiles— sabe insuflar alma a sus personajes, por mucho que no sean perfectos y en ocasiones descritos a corre prisa.

En fin, yo sigo observando a los carteros con un deje melancólico mientras invierto en ‹meme coins›.

Escrito por Pablo García Márquez

 

Kill Me Please (Olias Barco)

Si durante el periodo 2005-2015 (aproximadamente) Francia se distinguió, en lo que a cine de género se refiere, a la explosión del ‹New french extremity›, en Bélgica, y durante ese periodo aproximado también, surgió una ola, sin un nombre definido, de cine más interesado en la exploración de lo social pero alejándose de la convención genérica explotada, por poner un ejemplo, por los hermanos Dardenne. En su lugar nos encontramos con pequeñas producciones que, vía comedia negra, trataban ciertos temas complejos desde una distancia tan irónica como habitualmente cargada de mugre visual y violencia explícita.

Es por ello que, como en el caso que nos ocupa, el uso del blanco y negro, un formato casi documental y la presencia de grano, pretendiera dar un empaque realista sin renunciar a su condición de artificio. Kill me Please vendría a ser un ejemplo palmario (aunque no el mejor) de este tipo de cine. En este caso se nos plantea el tema de la eutanasia desde una perspectiva en la que un clínica ofrece este sistema de suicidio asistido. Por ella desfilarán una amplia variedad de personajes extravagantes con sus motivaciones personales mientras en el exterior se va generando un clima de tensión contra dicha institución que, como era de prever, acabará en tragedia.

Y a pesar de lo divertida que resulta en muchos momentos, con un guión bastante afilado en cuanto a sarcasmo se refiere, el film de Olias Barco naufraga en cuanto a la exposición de su mensaje. Los dilemas éticos al respecto de la eutanasia se difuminan inmediatamente dando preponderancia a una exhibición de pacientes que acaban por tornarse casi como un ‹freak show›. Esto, como es evidente, juega en contra de la propuesta: es imposible tomarse en serio el tema cuando prácticamente reduce a sus personajes a clichés de lo extravagante. Algo que, además, contrasta ferozmente con la presunta seriedad trascendental de su formato.

Por si fuera poco, lo coral no enriquece sino que sencillamente interactúa. Los vínculos se sienten forzados y no da la sensación de creación de un ambiente, de una comunidad, sino más bien una suerte de anarquía temática donde cada “loco” va con su tema. Todo para derivar en un tramo final donde la importancia se centra en un asalto, en una carnicería a cargo de los lugareños que, si bien podría ser irónica en cuanto a que los defensores de la vida acaban realizando el trabajo de la clínica, resulta aún más delirante que otra cosa, fundamentalmente por la actitud de los personajes ante ella, más fruto de una necesidad de epatar cinematográficamente que de una evolución coherente con su personalidad.

Así pues, Kill Me Please no es que sea una mala película, de hecho en lo cinematográfico y en su función de divertimento cumple de sobras, pero se nota tremendamente desaprovechada en cuanto a sus posibilidades temáticas y exploración psicológica. Se hecha de menos algo más de debate y quizás un enfoque más orientado en menos personajes y con rasgos que los sitúen más en un cotidianidad incomoda que en el esperpento exagerado en que se acaban convirtiendo.

Escrito por Àlex P. Lascort

 

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