La casa del diablo (Ti West)

Con el inicio de la década de los 2000 una hornada de jóvenes directores pegaron un puñetazo en la mesa del cine fantástico y de terror, ofreciendo una serie de productos que sin abandonar del todo una etiqueta ‹mainstream› consiguieron calar hondo en el aficionado y de paso revitalizar un género con una salud precaria. El músico Rob Zombie con su saga dedicada a la familia de psicópatas Firefly, un Eli Roth apadrinado por célebres nombres como los de Quentin Tarantino y David Lynch, el francés Alexandre Aja que ha sabido salir bastante airoso de la moda del ‹remake› o un James Wan que sorprendió a más de uno con la truculenta Saw, son sólo unos pocos nombres del denominado ‹Splat Pack›, esta generación de cineastas que ha sabido alimentar al fantástico con un amor irrefrenable al terror añejo en base a la posición tremendamente cinéfaga de sus creadores.

De entre todos esos nombres quizá haya habido uno que ha pasado mucho más desapercibido que el resto, posiblemente por el inferior apoyo comercial y mediático de sus productos: Ti West. El realizador de The Roost o Cabin Fever 2 (y que rueda en estos momentos The Sacrament, bajo la producción de su amigo Eli Roth) alcanzó cierta popularidad con el aún así discreto estreno de La Casa del Diablo, una pieza de terror psicológico ambientada en los años 80 con la que demostró su más que buen hacer con la cámara a la hora de ofrecer un producto de género con encanto, frescura, estando además fantásticamente narrado.

La película hace que tanto su narrativa como vigor estético nos lleve directamente a ese cine de género sucio y desvergonzado de las décadas de los 70 y 80, haciendo que la ambientación de su drama también en esa época no se utilice sólo como un homenaje plagado de nostalgia, sino ofreciendo el curioso recurso de emular que cada uno de los clichés de la cinta parezcan efectuados en el mismo año de su ambientación. Aunque uno de sus grandes aciertos recae en la forma de narrar el suspense. El excepcional uso de la cámara, la atmósfera, el encuadre e iluminación (junto con ese enfoque tan propio de los 70 al que antes se hace referencia) funciona en conjunto como una épica herramienta para intrigar al espectador, hacer traspasar lo enigmático de su planteamiento y construir en definitiva una narrativa tenebrosa (sin ningún tipo de parches, artificios o trucos tan propios de la actualidad) con una pausa en el ritmo que muchos ya se han atrevido a comparar con La Semilla del Diablo de Roman Polanski en lo que a sus aciertos cinematográficos se refiere.

La casa del diablo puede alardear que sus intenciones retro van completamente de la mano de una trama que funciona como un reloj con el avance de las escenas. La película puede presumir (y de hecho, el talento de West permite que la propia narración lo haga) de tener una personalidad, algo difícilmente de alcanzar en un producto con tantos referentes. Si algo destaca de su ‹look› es la sobriedad; una característica que hace que la facultad ‹in crescendo› de su manera de presentar el horror logre esa atmósfera tan opresiva, algo que pasa por ser el gran punto fuerte del film.

Las interpretaciones también ayudan a la facilidad con la que se coge cariño a la película, partiendo de una Jocelin Donahue que resulta admirable como esa atemorizada niñera a través de la cual el espectador sentirá un ambiente de terror que explotará con un clímax fastuoso que construye una película redonda. Tom Noonan contagiará lo enigmático de su personaje en un tipo de papel al que se encuentra muy acostumbrado y West tiene escondidos algún pequeño guiño a los fans del fantástico como la aparición de Dee Wallace, una de las musas del género.

Lo mejor que se puede decir de La casa del diablo es que pasa a ser uno de los mejores, honestos y frescos homenajes que se han hecho al cine de terror clásico nacido en una época que ha significado tanto para el cine de género, de manos de alguien que intenta en cada una de sus películas contagiar una cinefagia extrema con la que tanto el propio West como sus otros compañeros de generación arriba citados han construido una manera de hacer cine fantástico que conecta directamente con el corazón del aficionado.

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