Invisible Stripes (Lloyd Bacon)

Me apetecía hablar de uno de esos directores que a pesar de ostentar un excelente curriculum quizás sea más conocido por los títulos de sus films que por su nombre como autor, es decir, un perfil que se ajusta a la perfección con esa definición de artesano que se creó a principios de los años sesenta con cierta mala baba para catalogar a esos directores de los grandes estudios de Hollywood capaces de realizar como si de una cadena de montaje de una fábrica de piezas de automóvil se tratara más de cuatro películas al año de géneros y atmósferas diversas. En esta definición podemos incluir nombres que han alcanzado un merecido prestigio crítico como por ejemplo Henry Hathaway, William Keighley, Sam Wood o Tay Garnett. Si bien son incontables los apellidos que encajan en esta jerarquía que en los últimos años siento han perdido parte de su fuerza popular no sólo entre las nuevas generaciones de aficionados al cine sino también entre los profesionales del medio cinematográfico. Uno de ellos es sin duda el de Lloyd Bacon, un pionero de la Edad de Oro del cine americano con una carrera de proporciones descomunales y no cabe duda que uno de los cineastas de cabecera que hizo grande en los años treinta y cuarenta al estudio Warner Bros con títulos como La calle 42, Desfile de candilejas, San Quentin, La mujer marcada o Acción en el Atlántico Norte.

Invisible Stripes

Bacon fue un todo terreno capaz de sacar un resultado digno tanto de musicales de tintes folletinescos, como de westerns más de vaqueros que de indios, de primerizos thrillers o películas de gángsters como gustaba definirlas a nuestros padres, de melodramas trillados en su argumentación redentora y, sobre todo, de comedias alocadas y sofisticadas en las que Bacon ponía en el asador todo su aprendizaje previo absorbido en los rodajes que compartió como actor en varios cortometrajes del genio Charles Chaplin —con el que trabajó en unas 40 películas como intérprete secundario—, sin duda, la universidad práctica tutelada por un rector ataviado con bombín y bigote en la que el director de Eran cinco hermanos adquirió todas las habilidades necesarias para moverse con soltura y suficiencia en el complejo mundillo cinematográfico. Tras desarrollar una sólida carrera como actor, el estadounidense daría el salto a la dirección en los años veinte realizando infinidad de cortometrajes, para posteriormente lanzarse a la conducción de largometrajes a finales de esta década. Bajo la protección de un incipiente estudio Warner Bros, el californiano cinceló más de un centenar de películas motivado ello al tiránico ritmo de trabajo del estudio del triángulo que imponía a sus directores en nómina la obligación no escrita de levantar no menos de tres películas al año. Este severo ambiente laboral marcaría la concepción y el revestimiento artesanal de sus obras, caracterizadas por esa pulcritud y elegancia apoyada a su vez en un ritmo trepidante —las prisas de rodaje se notan como una cicatriz marcada a fuego en este tipo de obras de producción en masa— no exento de intenciones morales. Un punto que aún me sigue hipnotizando de los films dirigidos por Bacon es su académico montaje, sin duda la pieza esencial que garantizaba el certificado de calidad en este tipo de cintas, que empalmaba los planos y contraplanos sin que estos pequeños cortes de navaja fuesen casi perceptibles por el espectador, de modo que los magníficos editores de la Warner nos engatusaban para hacernos creer que el cine era en realidad una obra de teatro estampada en una gigantesca pantalla de tela.

Invisible Stripes

Invisible Stripes (Marcas invisibles en su traducción literal al español) forma parte de ese grupo de cintas producidas por la Warner en los años treinta que daban el protagonismo a un gángster que buscaba sin suerte su reinserción a la vida civil alejándose pues del mundo delictivo que había provocado que sus huesos acabaran en la cárcel. Se trata por tanto de uno de esos melodramas sociales de base noir que triunfaron a lo largo de la década de los treinta y que trataban aleccionar al público que acudía en masa a los cines sobre los peligros de la idealización de la delincuencia así como los efectos nocivos que un pasado marcado por la violación de las leyes de convivencia y el crimen acarreará a sus inductores. La cinta contaba con el protagonismo de la estrella de la Warner, por aquel entonces George Raft, así como la aparición en dos breves pero importantes roles secundarios de un par de actores que en años venideros se convertirían en leyendas: un Humphrey Bogart cada vez más asentado en la Warner tras el éxito de El bosque petrificado que al año siguiente daría el paso definitivo a la gloria de la mano de Walsh con El último refugio y un imberbe William Holden que ese mismo año obtendría un gran éxito con Sueño dorado, que está como siempre estupendo y al que es un lujo poder ver casi irreconocible por su juventud en un papel complejo que se convertirá al final en el elemento esencial que dará forma a la moraleja que desprende el final de la epopeya narrada.

Aunque el argumento del film carece de sorpresa siendo por tanto algo previsible para todo aquel que se haya empapado con las mejores cintas de cine social de los treinta, he de reseñar que la solvencia de Bacon como narrador permite transformar los indicios rutinarios que emanan del film en una historia muy entretenida y sólida en la que en ningún momento existen huecos para el aburrimiento y el desinterés, siendo Invisible Stripes por ende una cinta rotundamente interesante y de imprescindible visionado para entender los derroteros que recorrieron los seminales trayectos del noir estadounidense desde sus primarios melodramas gangsteriles de tono muy social hasta atrapar los mandamientos del harboiled protagonizado por novelescos y violentos detectives que pisaban las cloacas de una sociedad demolida moralmente por las consecuencias de la guerra.

Invisible Stripes

La cinta arranca entre los barrotes de una prisión a la que acaban de llegar unos viejos conocidos tras haber sido liberados unos meses antes. El guardia parece recitar en verso un mandamiento que adorna las celdas de la cárcel: tarde o temprano, el maleante volverá a su hábitat natural. Entre la muchedumbre de reos, dos presos llamados Cliff Taylor (George Raft) y Chuck Martin (Humphrey Bogart) conversan amigablemente bautizados por una reparadora ducha —clara metáfora de los anhelos de reinserción de Cliff— acerca de su pronta liberación así como la intención del bueno de Cliff de llevar una vida ajena al crimen. En cambio Chuck parece pertenecer a ese grupo de ex-convictos que aprovecharán su pronta libertad para volver a integrarse en una banda de criminales, conocedor quizás que la reinserción en la vida civil es una quimera para todo aquel cuyo expediente presente la mancha que representa la estancia en prisión. Una vez obtenida la libertad condicional, Cliff retornará al hogar familiar ubicado en el barrio neoyorquino de Brooklyn para iniciar una nueva vida junto a su madre, una viuda confiada en la capacidad de su vástago para alejarse de la delincuencia, y junto a su hermano pequeño Tim (William Holden), un ambicioso joven aprendiz de mecánico en un destartalado taller de barrio que a pesar de la tentación que la falta de dinero y los desprecios que provoca en el barrio por el hecho de ser pariente de un convicto aún no ha sido atrapado en las redes del crimen.

Cliff está empeñado en iniciar una nueva y ordenada vida contando para ello con el apoyo del agente de la condicional encargado de su caso. Sin embargo, las ilusiones de Cliff pronto se toparán con la cruda realidad. Por un lado su novia de toda la vida le abandonará avergonzada por los antecedentes penales de su pareja. Igualmente Cliff será despedido de toda una serie de trabajos mal remunerados únicamente por el hecho de ser un ex-convicto a pesar de su eficaz y bondadosa predisposición laboral. Así, Cliff irá dando tumbos de puesto en puesto, siendo despreciado incluso entre sus compañeros de trabajo que le harán la vida imposible para provocar su despido. Ante este panorama, Cliff tendrá que aceptar un puesto basura inicialmente destinado para jóvenes trabajadores en un almacén, entre los que despertará una incomprensible admiración una vez que se descubra su pasado delictivo. Empero, la incipiente felicidad que parece emerger en el trabajo, será violada por una falsa acusación de robo en el almacén que recaerá sin pruebas en el ex-convicto. Aunque se demostrará la inocencia de Cliff, los recelos que su perfil despierta en una hipócrita sociedad que grita falsamente su solidaridad con los ex-convictos pero que de forma invisible impugna y contradice los impostados mandamientos de respaldo a los que quieren reinsertarse que parecen proclamarse en público, inducirán a Cliff en buscar refugio en la banda de su ex-compañero Chuck, retornando así a una carrera gangsteril con la que obtener el dinero necesario para que su hermano Tim monte su propio negocio de mecánica para evitar el peligro de que éste caiga atrapado en las trampas del crimen que parecen comenzar a atraer a su hermano.

Invisible Stripes

Toda esta argumentación, muy vista en el cine tanto en tiempos pretéritos como contemporáneos es trazada por Bacon con un gran virtuosismo, hilando una fábula con moraleja que lanza una afilada denuncia en contra de los convencionalismos sociales imperantes en la farsante sociedad norteamericana de los años treinta y a su vez ofreciendo un canto esperanzador favorable a los mecanismos de reinserción y perdón como única vía para evitar que los criminales vuelvan a caer bajo las garras de la muerte y el robo, permitiendo así que la dignidad del hombre arrepentido pueda desarrollarse en plenitud y sin obstáculos. Si bien las mujeres ejercen una labor de mera comparsa para insertar pequeñas gotas de romance como subtrama a la línea principal del argumento, es de ley resaltar las magníficas apariciones de la angelical Jane Bryan en el papel de la sufrida novia del impaciente Tim (William Holden), así como la solvente presencia de la siempre magnífica Flora Robson en el rol de la madre de los dos hermanos de personalidad bondadosa pero de trayectos vitales enfrentados por las circunstancias. La cinta se beneficia del talento de Bacon en obtener un resultado digno de unos mimbres discretos (el guión no es precisamente innovador), apoyándose en una puesta en escena técnicamente perfecta, en unas interpretaciones brillantes de todos los actores que aparecen en pantalla y en un dominio de la cadencia privilegiada, iniciando la película de un modo pausado para describir detalladamente las interrelaciones experimentadas entre los personajes para ir poco a poco incrementando la velocidad de escena, culminando su obra con una espectacular escena de pura acción adornada con robos, persecuciones, traiciones y tiroteos que hará las delicias a los fans del género.

Ideada como una especie de melodrama noir de corte social y moralista, Invisible Stripes se visualiza hoy en día como una de esas magníficas piezas de la Warner Bros que sirvieron de lanzadera a dos estrellas en ciernes como Bogart y Holden, en las que se retrataba de un modo nada soterrado esa lucha encarnizada entre el bien y el mal (el chico bueno/chico malo tan típico tanto en el cine como en la literatura universal) que sigue conservando fresco todo su mensaje de denuncia —como han podido adivinar, el argumento del film evoca directamente al Atrapado por su pasado de Brian de Palma— y que aún seguirá hipnotizando a los que se atrevan a verla gracias a su espectacular embalaje visual —magníficos los decorados que mimetizan las calles del viejo Brooklyn con esas casas engalanadas en su entrada con las características escaleras que servían de asiento a borrachos, pillastres y enamorados—, y a su apuesta por edificar sus cimientos bajo la premisa del puro entretenimiento en detrimento de la introspección que rige el cine de autor.

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