El destierro (Arturo Ruiz Serrano)

Durante una ya avanzada Guerra Civil, el creyente Teo llega al puesto ocupado por el guerrillero nacional Silverio con el objetivo de escoltarle para defender la posición. Su personalidad, tímida y con mayor tendencia a las letras que a las armas, es claramente opuesta a la de su nuevo compañero, de modales bastante más rústicos. Estas diferencias estallarán en el momento que aparezca en escena un tercer e inesperado invitado: Zoska, una polaca que lucha en el bando republicano y que deberá elegir entre su libertad y su dignidad para subsistir.

Con su debut en el largometraje, Arturo Ruiz Serrano se pone a los mandos de una producción española sobre la Guerra Civil, que no «una nueva y redundante película sobre la dicotomía de ambos lados de la contienda en la Guerra Civil». O al menos eso es lo que El destierro aparenta ser durante sus primeros minutos, antes de que la evolución de los personajes haga que el film se aproxime más a lo que versa ese entrecomillado (y que tantas veces, de manera justa o injusta, hemos escuchado y leído en los últimos tiempos) que a una versión pura y honesta sobre el vergonzoso conflicto que asoló nuestro país hace menos de un siglo.

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Porque la puesta en escena de El destierro es impecable en su inicio. Las cumbres heladas, tan desafiantes como seductoras en su contexto, son utilizadas por Ruiz Serrano de una manera que permite ser optimista de cara a la evolución de la obra. El juego de personalidades enfrentadas se complementa a la perfección con la ambientación creada, ya que es lógico deducir que ambos están condenados bien a entenderse, bien a enfrentarse. Las tomas del interior del refugio alcanzan un punto muy interesante, puesto que realmente hace sentir que los protagonistas se encuentran ahí y en esa época.

Pero pasa el tiempo y El destierro no avanza por líneas inexploradas, sino que se adentera en el terreno del cliché, el politiqueo y la búsqueda del sentimiento barato. Un desarrollo fácil y previsible  que va minando la confianza en que la película nos ofrezca algo que realmente valga la pena en su línea argumental. El reparto, aunque deja muestras de su valía en alguna escena complicada (destaca una sorprendente Monika Kowalska), también es víctima de una evolución mucho más plana de lo que la cinta parecía prometer en su primera media hora. La relación entre los tres personajes alcanza su punto álgido con la llegada de Zoska, pero ahí comienza a atascarse para acabar entrando en barrena por un innecesario empeño en llevar al límite sus respectivas singularidades. Todo termina sonando grandilocuente, con una excesiva búsqueda de lo lacrimógeno que solo encontrará a las almas más cándidas.

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Ni siquiera el film se libra de recibir una dosis de moralina sobre buenos y malos que, en cantidades justas, habría sido loable (al fin y al cabo no hay que olvidar lo que sucedió). Pero la falta de sutileza que se muestra en el desarrollo de las ideas de los protagonistas y a la hora de retratar a algunos secundarios hace que cualquier posibilidad de trazar una nueva reflexión sobre el conflicto sea arrojada por la borda.

Es una pena que el buen trabajo de Ruiz Serrano tras las cámaras, la creíble atmósfera y el breve pero intenso planteamiento inicial queden solapados por una deriva argumental más que cuestionable. El mérito de su realización (se ha conseguido mucho con un presupuesto que parece bastante modesto) no es suficiente para hacer que El destierro sea algo más que una entretenida y ya manida película sobre la Guerra Civil.

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