Workers (José Luis Valle)

La playa está casi vacía, como una estampa que presenta la inmensa explanada de arena empequeñecida por el mar, inabarcable a la vista. Un hombre observa el horizonte. Después a un niño que juega. Luego a su madre charlando con su marido a través de una verja, esa frontera que separa Tijuana del resto del mundo. El hombre se llama Rafael, tendrá unos sesenta años. Visita una tienda de calzado para comprar sus zapatos nuevos. Mañana se jubilará, tras tantos años limpiando para la misma fábrica de bombillas.

En una zona residencial, lejos de allí, trabaja Lidia. Es la criada de una anciana millonaria, pero todo su esfuerzo es para Princesa, la perra que diviniza su señora. Corta con cuidado trozos de solomillo, los pesa y cocina con esmero para la mascota. Más tarde salen de paseo en el coche que conduce el chófer de la mansión. Y los tres juntos, la perra más los súbditos, miran el bello atardecer sobre esos otros límites que marca el sol por encima de los suburbios de la ciudad.

Workers tuvo una carrera fulgurante cuando se proyectó en festivales cinematográficos como el Iberoamericano de Huelva, en el año 2013. Allí consiguió el Colón de oro a la mejor película junto a otro premio para el mejor guión, además de otros galardones en diversos certámenes. Aunque viendo el resultado final del film ¿a quién le importan los premios? Es más importante que la película, ya reconocida por jurados diferentes de distintos países, aún permanezca en el limbo de los visionados bajo demanda, sin haber sido estrenada en algún cine comercial, sala especializada o al menos en filmotecas. Su valor cinematográfico radica en la concepción audiovisual del largometraje, planificado, compuesto y sonorizado para contemplarlo en una pantalla grande. Por sus encuadres captados con lentes anamórficas. Por esa planificación que se sustenta con una puesta en escena muy elaborada, hipnótica durante los desplazamientos de la cámara, relajante mientras el tiempo discurre en sus planos fijos, de una estética pictórica que nunca es artificial. Porque la infraestructura de lenguaje y estilo visual que sustentan el film, se mantienen frescos gracias al naturalismo con el que se abordan las secuencias. Desde la interpretación de dos protagonistas que son complementarios en sus historias paralelas, aunque no se crucen en el recorrido de la narración.

José Luis Valle, director y guionista de Workers, escoge a dos personajes maduros, solteros en apariencia, cercanos al final de du vida laboral, pertenecientes a la clase media, con formación escasa y el objetivo de llegar a un retiro digno que les permita disfrutar de a vejez. Un motivo irónico para el título en inglés que los define como trabajadores, aunque tal vez sería más apropiado situarlos como supervivientes o esclavos. En el caso de Rafael por su situación de extranjero que no ha sido reconocido como empleado legal en la multinacional de luces eléctricas, para la que desarrolla su labor de limpiador. Por el error de recursos humanos y otros superiores, el operario, de origen salvadoreño, debe prorrogar más de diez años sus servicios en la empresa, para poder tener un retiro mínimo. Al otro lado de la balanza, pero con el mismo peso narrativo, se presenta la situación absurda de Lidia y sus compañeros que trabajan como empleados de hogar de la mujer que, al morir, ha dejado en herencia todas sus riquezas a Princesa, la perra que cuidan entre todos, quienes —en hipótesis— serán recompensados una vez perezca el animal.

El cineasta demuestra un dominio en la narración que alterna las vidas de los dos protagonistas. De forma contemplativa en las secuencias de él, mediante planos generales que lo muestran fregando suelos, limpiando los restos de un chicle después de un lento descenso con la cámara sobre la grúa; o esos planos detalle de una luz roja que tiene una función expresiva de la furia de Rafael. También las composiciones fijas en las que un adolescente se hace amigo de él y lo enseña a leer cada semana en el parque. Siempre marcadas estas escenas por un ritmo dilatado que se justifica por la personalidad silenciosa y reservada del solitario protagonista.

En contraste se sucede la narración de las apariciones de Lidia, la sirvienta, más dinámica y directa, tal vez convencional porque se trata de otra protagonista que convive con un grupo de personajes secundarios más amplio, aunque se muevan en un entorno cerrado dentro de la mansión del ama. En su caso el montaje resulta más picado, al corte, con una sucesión de planos diferentes, siempre justificados, fluidos, pero sin la capacidad evocativa y el dominio del contracampo que sí se ve en su compadre. A pesar de los saltos entre ambos caracteres, en espacios amplios de naves industriales que parecen vacías en la fábrica de luminarias; o los tonos cálidos dentro de la casa en la que trabajan y duermen los sirvientes, rodeados de lujos, una cocina moderna o grandes salones, resaltando la austeridad del dormitorio en que residen dentro de la mansión, las dos historias se siguen sin la sensación de pertenecer a personas distintas, unidas por una conexión invisible que las refuerza.

Por dramático que pueda parecer, José Luis Valle utiliza un humor constante, soterrado, más cercano al timbre de Buster Keaton con su impronta visual, aunque sin la espectacularidad de aquel genio. Todo es absurdo, incluso irreal, pero se desarrolla con un naturalismo que tensa todavía más la comicidad del relato desarrollado con acierto entre el año 1999 y los inicios de la década del 2010. Sin necesidad de situarnos mediante voz en off, información sobreimpresionada en pantalla o pistas similares, sino con un uso muy sutil y afinado de las elipsis, reforzado por el maquillaje, vestuario y ambientación.

Workers es una obra casi maestra porque perdura en la memoria —tanto visual como afectiva— del espectador. Además logra crecer en esa caja de resonancia que son las remembranzas, tiempo después de su visionado. También trata dos de los mayores problemas de México, al menos desde el punto de vista sesgado de los noticiarios: el narcotráfico y la inmigración. Huye del dogmatismo y la evidencia al señalarlos, sugiriéndolos en las bellas, mantenidas y sorprendentes panorámicas con que se abre y cierra el film. Menciona sutilmente los negocios sucios por boca del personaje de Emilio, huérfano de la millonaria, un hombre educado, agradecido a Lidia y el resto de sirvientes, pero con cierto aire amenazador cuando les informa de los últimos deseos de su madre fallecida. Por supuesto consigue un equilibrio entre el contenido y la forma, con planos elaboradísimos que no muestran nada al azar, pero en los que tampoco se encorseta a los personajes. Con el regalo de un puzle descompuesto en varias escenas que resultan intrigantes durante su desarrollo, pero que dejan fuera de campo una serie de piezas que servirán para que el público resuelva el enigma después.

Lo mejor de la cinta es que ofrece una lectura directa sobre dos personajes conformistas que, poco a poco, resultan revolucionarios. Ya que sus vidas han estado siempre en las manos de otros, ahora lucharán para que sus futuros les pertenezcan. Lo peor de todo es que sea una obra maldita que todavía no ha tenido la difusión adecuada para llegar a su categoría ideal como film de culto.

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