Vera y el placer de los otros (Federico Actis, Romina Tamburello)

Capítulo 7: Entre pillos anda el juego

De buenas a primeras Vera y el placer de los otros parece ser otro ‹coming of age› más. Y no, no diremos que este es un tema constante del festival ya que, en realidad, la insistencia en este asunto va más allá de las puertas del D’A, extendiéndose como una pandemia cinematográfica que encontramos en el ‹mainstream›, en la autoría y salpica aquí y allá al cine de género. Lo interesante, sin embargo, es que más allá de que la fórmula funcione mejor o peor, uno tiene la sensación de que muchas veces es una mera excusa para hablar de otras muchas cosas. Y no, esto no es necesariamente una crítica, pero sí una cierta añoranza de la idea en estado puro. De centrar justamente el foco en ese crecimiento. Con ello es obvio que los apuntes sociales, de un modo u otro aparecen ya que nadie vive en una burbuja de aislamiento, pero demasiadas veces estos elementos parecen ser el auténtico caudal del film y su protagonista la excusa para hablar de ellos.

Es por eso por lo que el film de Tamburello y Actis tiene un doble mérito. Consigue ser desenfadada al tratar temáticas tan de actualidad como puede ser la especulación inmobiliaria y el falso emprendimiento, curiosa a la hora de hablar de sexualidad sin caer en el morbo o el topicazo y, sobre todo, posee la virtud de crear todos estos arcos a través de la mirada de su protagonista. Una adolescente, Vera, con sus conflictos y dudas propias de la edad, pero que en ningún momento se presenta como un arquetipo sino que la quiere dibujar con sus errores, dudas e incluso ambigüedades.

Cierto es que quizás uno espera artefactos más sofisticados en lo formal tratándose de una presunta película de autor pero justamente se agradece que se deje el artificio a un lado en pos de una narración fluida y una preminencia casi obsesiva de primeros planos de su protagonista, dejando que sus miradas y gestos den más información que palabras que puedan ser impostadas. Es así como el film se siente cercano justamente porque no hay una preminencia de la dirección, evitando los fuegos artificiales innecesarios. Así, por ejemplo, es notabilísimo como se rueda una escena de sexo juvenil, rehuyendo el exhibicionismo o las cabriolas, buscando cercanía y al mismo tiempo un caos de entusiasmo más real que muchas de las estilizaciones a las que estanos acostumbrados.

Se podría objetar que Vera y el placer de los otros es un film demasiado “sencillo”, demasiado tendente a buscar un final feliz que complazca a todo el mundo y así rehuir algunos de los conflictos de calado que tiene de fondo. Probablemente algo de cierto hay en todo eso, pero tambien lo es que en ningún momento estamos ante un producto que se posicione políticamente sino que más bien quiere retratar un pedazo de vida, de una chica, de una familia, con sus luces y sombras. No se trata de buenismo, se trata de no caer en un falso cinismo, de ser en definitiva un facilitador de emociones y de recompensas positivas que, de vez en cuando, también hacen falta.

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