Under the Skin (Jonathan Glazer)

La cámara se aleja casi imperceptiblemente sin que se pueda llegar a comprender unas formas y texturas abstractas y oscuras, que acaban transformándose en un ojo humano. Esta necesidad de distanciarse para aprehender la naturaleza de lo observado recorrerá hasta el final el metraje de Under the Skin (Jonathan Glazer, 2013). Somos testigos de la creación de un ser humano, una mujer joven que se viste y actúa como tal pero que desde un principio se encuentra fuera de lugar, examinando a su alrededor los comportamientos de las personas en la calle, en un centro comercial… Scarlett Johansson busca en su furgoneta a su próxima víctima y el director utiliza de referencia un inquietante plano subjetivo desde su interior, reproduciendo la mirada escrutadora que usa la protagonista de la película para distinguir las mejores presas, las más fáciles y las adecuadas para levantar la menor de las sospechas cuando acabe con ellas. Estas rondas callejeras evocan a las de algún título de asesinos en serie como Maniac (William Lustig, 1980) y la estructura y el aspecto formal del film durante bastantes minutos sería indistinguible a la de aquellos protagonizados por alguno de los famosos ‹psychokillers› de la tradición del género de terror de los años ochenta.

Pero el personaje de Johansson tiene un propósito calculado y sus acciones un objetivo claro y racional aunque contentan un horror absoluto. Las elipsis en la narración juegan con cualquier expectativa, proporcionando al principio tan sólo unas pistas de lo que ocurre con aquellos desafortunados individuos que se cruzan en su camino y potenciando el aspecto misterioso y enigmático de algunos de sus planos, que relegan cualquier clave para una explicación al fuera de campo. La fotografía de colores fríos se combina por momentos con planos generales y más abiertos —que eluden la fragmentación de los cuerpos— durante los momentos en los que la violencia directa o simbólica, cruda y despiadada acapara el relato. Los escasos e intrascendentes diálogos en las interacciones de esta cazadora, que emulan los de los rituales de flirteo y seducción, son coherentes con la perspectiva naturalista del director, que evita desentrañar la psicología hermética de un personaje que sólo revela sus intenciones a través de sus actos. La disonante y atmosférica banda sonora de Mica Levi potencia lo escalofriante y perturbador que esconden el rostro y los ojos de la actriz, añadiendo un estado de desequilibrio constante para situarnos al borde de un abismo desconocido.

Observación, emulación y mímesis. ¿Qué ocurre cuando esta entidad extraña comienza a ser más allá de la sensualidad de su apariencia, de sus formas recreadas y gestos copiados? La instrumentalización de la sexualidad humana para sus propios fines la lleva a descubrir también un universo por desentrañar, contenido en el otro: el significado de la fragilidad, la mortalidad, la empatía y la atracción. Si bien ella usa los mecanismos del deseo para acabar con sus víctimas —un deseo que busca siempre el consumo del sujeto que es objeto de deseo, su destrucción—, llega un punto en el que se comienza a identificar con ellas y alcanza la subversión de su propio rol en el proceso. Su sentido autoconsciente sirve de catalizador a una transformación de su esencia que trasciende lo superficial y el hipnótico acercamiento a las imágenes que propone Glazer, que llegan a proveerse de cierta dimensión lovecraftiana en algunos momentos.

Ya sea en el fluido viscoso de ese espacio fuera de lugar y de tiempo —y cuya realidad es más que ambigua y hasta cuestionable— donde lleva a sus capturas o en el retrovisor de la furgoneta, el motivo recurrente del reflejo expresa una fascinación inevitable por la función que desempeña la forma que ha adoptado para moverse entre nosotros como una más sin descubrir su identidad. Pero el simulacro tiene un límite. Por muy elásticos que sean los parámetros de autenticidad, su virtualidad se acaba por mostrar cuanto más próximo se encuentra a sublimar su existencia. Under the Skin lo explora a través de la deconstrucción de su protagonista, que es la de todos nosotros. Esa deconstrucción introspectiva tiene como precio la amenaza de aniquilación por parte de sus iguales o de aquellos que la puedan señalar como elemento extraño, como un híbrido en un estado intermedio que le abre las posibilidades infinitas del ser y a la vez la pueden condenar a la nada.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *