Titina (Kajsa Næss)

Titina. ¿Pueden los perros soñar con pingüinos?

Dentro de la importancia del rigor que tiene el pasado, y sabiendo que hay muchos narradores que le dan una perspectiva propia a cualquier hecho constatable, la directora Kajsa Næss debuta con Titina con la ligereza de un vuelo helado, con la intención de fantasear dentro de la realidad.

Puestos a encontrar narradores subjetivos atrevidos, aquí nos encontramos con Titina, una pequeña mastín que será testigo de algunos de los momentos más emocionantes de la vida de los protagonistas de esta historia. Es de este modo que grandes aventuras, fuertes personalidades y extremas condiciones de supervivencia se transforman en un entretenido pasatiempos con la capacidad de abrazar la libertad lingüística de la animación.

Titina, como animal de compañía, es el pretexto para adentrarnos en uno de esos viajes de gran repercusión. Ella convive con el ingeniero italiano Umberto Nobile, y como recapitulación de una vida juntos hábilmente la directora introduce grabaciones de archivo —en imagen real— de sus viajes surcados por los aires y el hielo. Es así como conocemos a Nobile y la sociedad italiana de los años 20 —caricaturizando, de paso, a los líderes políticos del momento—. De la mirada de un soñador, un tipo alegre y padre de familia con un negocio próspero, viajamos a la de un avezado explorador como Roald Amundsen, aquel que, una vez conquistado el Polo Sur, siempre quiso poner los pies en el Polo Norte. Con este personaje encontramos la seriedad, el metodismo y, por qué no, los aires de grandeza. Es así como, entre los torpes pasos de una joven Titina que se gana el cariño de todos, conocemos los entresijos de un viaje a la posteridad desde sus entrañas, las de un dirigible que nace de una llamada de teléfono.

La película no deja a nadie atrás, se puede tomar como un producto infantil mediante el que aproximar una parte de la historia a jóvenes curiosos, pero también tiene esa querencia por la mirada adulta, con finos detalles que doblan su significado para atraernos a todos. Pasamos de las monerías de una perra inquieta a la rivalidad certificada entre Nobile y Amudsen, del mismo modo que, de un modo algo más cinematográfico y menos comprometido, se trata esa segunda aventura donde dar honor a la marca Italia, con resultados catastróficos que no llegan a tomar consciencia en el film por buscar ideas más elegantes, un tema ya considerado por Mikhail Kalatozov en La tienda roja (1969).

Aunque somos más cercanos a la historia de Nobile por la pasión con que trata a su fiel compañera, la película parece no juzgar tanto el comportamiento de unos hombres que buscan la notoriedad —se ha repetido constantemente la lucha entre el mérito de quien decide realizar un viaje y quien consigue que el mismo llegue a su destino— como la necesidad de sentir esa adrenalina, pavimentada sobre las suspicacias personales y la apabullante presencia de la naturaleza más tosca.

Titina es divertida dentro de su homenaje a dos exploradores hijos de su tiempo, sabe mostrar su lado oscuro, pero también rendirles tributo por momentos concretos de su vida que marcaron su legado histórico. Por supuesto, el hecho de mirar un poco más abajo, concretamente al suelo, para hacernos después volar más allá de lo imaginable, tiene más poder que cualquier ataque de nostalgia por lo desconocido. Inspirada en la realidad, de animación clásica y detallista en sus instantes más inspirados, Titina tiene la virtud de respirar a su propio ritmo, hasta compartir esa bocanada de aire polar que hace flotar esta historia.

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