The Last Showgirl (Gia Coppola)

Me fascina Las Vegas. Miento, detesto esa ciudad. Nunca he estado. Realmente lo que me maravilla es cierta mirada sobre Las Vegas. Hablo, no de aquellas películas donde los protagonistas viajan a la ciudad del pecado a casarse, jugar a la ruleta rusa o esconder un muerto en el desierto de Nevada y donde suceden un sin fin de historias de ida y vuelta, con foráneos que hacen en las Vegas, lo que se supone que hay que hacer en Las Vegas; hablo de la otra cara, de las personas que viven y trabajan en Las Vegas, como aquella cinta de los hermanos Polsky, The Motel Life (2012). En estos retratos lo novedoso, la fascinación por las lucecitas y el neón, el entusiasmo desmesurado por encontrarte en el buque insignia del capitalismo, replicado cada vez más en cualquier parte del mundo (dentro de poco, todos los países tendremos nuestro Las Vegas), se apaga. La ciudad queda observada al desnudo, recién levantada después de una gran noche, con el rímel corrido y los tacones, réplica falsa de unos de lujo, rotos. Y lo que más me gusta es que se mira a la ciudad sin criticarla en exceso.

The Last Showgirl, por si no lo sabíais, transcurre en Las Vegas. La directora es Gia Coppola, nieta precisamente de ese Coppola del que usted está pensando, lo que la convierte en la sobrina de la musa de Cine maldito, Mari Sofi, alias la retratista de la vacuidad. Y encima la actriz protagonista es Pamela Anderson, una bailarina que lleva los últimos 30 años realizando el mismo espectáculo erótico todas las noches y que se enfrenta a la cruel realidad: ya no es deseable y el espectáculo va a ser cancelado. Por ahí tenemos también a una Jamie Lee Curtis genial, cogiendo del brazo a Pamela y llevándosela lentamente fuera de los focos hacía lo que se intuye es una película de terror (mujer soltera pobre de más 50 años sin curro).

En la obra, sencilla, con personajes mínimamente descritos, pues no necesitas más para conocer sus intenciones, nuestra heroína, Shelly, ve como su mundo se desmorona. En 2 semanas el ‹show› cierra. De antigua estrella del espectáculo a estar en la parte de atrás tapada por chiquillas de no más de 20 años y, ahora, sin futuro. Al mismo tiempo intenta recomponer los lazos con su hija, alguien que nunca le llama “mamá”, y que tiene reservas más que fundadas para no apegarse demasiado a ella. Son dos coritas jóvenes quienes parecen suplir dicha figura, y quienes a la vez buscan el calor maternal que no tienen o han abandonado. Todo esto en Las Vegas, de las que vemos su cara recién levantada con el rímel corrido, etc., y donde la cámara se detiene sobre todo en el ‹background› del teatro, donde las chicas se cambian los trajes o se maquillan entre confidencias y ayudas. También tenemos a Shelly, fumando cigarrillos por la mañana mientras la ciudad se quita las pestañas postizas. Shelly tiene dos estados, o fumando intentando no pensar en un futuro del que no puede salir nada bueno, o rodeada de gente y abriendo la boca para decir lo glamuroso, lo francés y lo sensual que era el espectáculo, y defendiéndolo a capa y espada mientras sus acompañantes se ponen el tanga.

Sorprende que los dos largos rodados hasta la fecha por Gia no vengan firmados por ella, cosa que suele ser casi un mandamiento para ser considerada autora, aunque conociendo el fallecimiento de un padre que la cineasta sufrió incluso antes de nacer, se pueden encontrar ciertos ecos y reflexiones sobre la ausencia. En este caso, el libreto viene de las manos de Kate Gersten, guionista sobre todo de series de televisión. Entre las dos artistas, dibujan a una Shelly vista casi como un chiste por su hija, que no puede perdonar la infancia con una madre ausente por estar moviendo el culo delante de unos señores en un teatro de un casino. No será el único personaje que se lo recrimine.

Porque todo lleva a un debate, a una aparente contradicción, que dentro de los feminismos se da en ocasiones con cierta virulencia, con una Shelly “disfrutona” en su trabajo, machista por definición, y cómo ese machismo y su consiguiente mirada del deseo masculino excluyen a la propia Shelly “señora de 50 años, da usted pena”.

A esa encrucijada quiere llevarnos Gia. Nosotros la seguimos mientras rueda con respeto y cariño a Shelly y sus dos amigas jóvenes. A Jamie Lee Curtis le regala una escena con una mirada que puede caer en el patetismo en cualquier momento pero a la que intenta insuflar dignidad. Difícil discernir si lo consigue o fracasa, ya me dirán ustedes.

La obra tiene en todo momento un aroma de “un último baile” y nos vamos. Los actores están muy bien elegidos. Pamela Anderson, lo que representa, o más bien lo que representó para los chavales de los noventa, era un cuerpo espectacular. Su elección se enmarca en la recuperación de su figura como actriz, a la vez que se le rinde homenaje. Próximamente la vamos a tener hasta el la secuela de Agárralo como puedas, lo que indica lo rehabilitada que se encuentra su estatus. Porque de ‹sex symbol› paso a chiste del que reírse (Barb Wire, ejem) y luego al olvido. Pero esto es “Jolivú”, por muy independiente que sea la peli, una vuelta tras travesía en el desierto es lo que más les gusta.

Si ese desierto es en Nevada y sale Las Vegas como a mí me gusta, pues mejor.

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