The Embryo Hunts in Secret (Kôji Wakamatsu)

Un día de lluvia estruendosa es el estado climático perfecto para dramatizar esta historia. La de un hombre y una joven que se meten mano en un coche, la de un verdugo y una víctima que intercambian un «hola, ¿cómo estás?; bien, ¿por dónde se va a tu cama?». Un rito iniciático común entre parejas y torturados.

A primera vista es una película donde el hombre ata y fustiga a la hembra seleccionada con un final nada propicio para el éxito por ninguna de las partes implicadas, un cuento repetido con moralina incluida en infinidad de películas. Es en los detalles y el estilo donde consigue un nombre propio, dejando al descubierto un oscuro raciocinio sobre sentimientos agazapados por la vergüenza.

La referida es The Embryo Hunts in Secret (Taiji ga mitsuryosuru toki, 1966) de Kôji Wakamatsu, un director japonés que cansado de las censuras interpuestas por las productoras, comenzó con esta película su camino en solitario financiándola para poder trabajar con total libertad. Era 1966.

Cualquier psicópata atormentado —los que van de inhumanos de vuelta de todo no cuentan— padece unos síntomas concretos por los que actuar de ese modo, y poco a poco, entre ensoñaciones y discursos lastimeros se intuyen los problemas mentales de este señor trajeado, dueño de su negocio, con pajarita y gafas oscuras.

Cuando las palabras adecuadas no llegan y todo se tuerce, el ambiente se torna agobiante, el espacio (ya de por sí ajustado) disminuye y la crueldad se abre paso en forma de látigo y vejaciones verbales, en las que la misoginia se refuerza y doblega ante la duda del hombre de odiar a las mujeres o a los perros con más ahínco, con una comparativa sucia y constante que muestra el intento de amaestrar a la fiera.

Las alucinaciones remiten una y otra vez a los miedos que le producen las mujeres y como en un manual de psicología se mantiene el siguiente proceso: mujer con la que me cruzo paga los errores cometidos por una primera esposa, que también sufrió los problemas maternos, lo que nos lleva al epicentro de la feminidad, el útero, creador de vida y, por tanto, culpable de la existencia en sí misma.

La motivación queda al descubierto y los sobresaltos se mantienen con la sexualidad expuesta y abierta que se considera una lucha perpetua con la creación.

Recuerdo a Takashi Miike con Audition, una propuesta más actual, quien giró las tornas de la tortura dando luz verde a la venganza en forma de mujer y resulta inevitable pensar que la lucha iba a favor de los injustos tratos hacia ellas (así lo consideraba la protagonista, de ahí su venganza). Tal vez la comparativa es arriesgada, pese a que el protagonista sea también el que putea, es el hombre quien lleva a cabo esa tortura, pero la sensación final sigue siendo la victoria de la feminidad por conseguir que la típica frase «ellas son las culpables de todo» no lleve a ningún lugar que no sea el deleite del cuerpo femenino y el tormento que crea en él, y la misiva que redacta el propio enajenado, ya que, aunque en su momento no se pudiese dar esa lectura, realmente consigue liberar la integridad de las mujeres que para él resultaban malditas dejando que consiguieran (de modos extremos) sus objetivos por encima de él. Otro tema serían los resultados obtenidos, que tratados de este modo malsano nunca satisfacen.

La realidad es otra, es la caída de la mente humana a base de violencia física, volver entre unas pocas paredes a los instintos básicos para evolucionar a otros niveles de comprensión más intuitivos y supervivientes. Tal y como se avanza la confusión es tal que no se distingue quien se lamenta realmente, el que recuerda o el que padece, y son las parrafadas angustiosas de Hatsuo Yamaya, superpuesto a imágenes de fetos no natos, las que presentan la parte artística y proverbial (parece que recite ‹haikus› excesivamente largos sin miramientos con las normas de escritura), mientras el cuerpo de Miharu Shima se mantiene expectante a cuál será su próximo movimiento para huir del modo que sea posible, de esta tribulación impuesta.

Más allá de la lucha de sexos rancia, la película da paso a ciertos atrevimientos que en la actualidad no parecen transgresores, pero sí para la época de un director que se aficionó a estudiar el erotismo y las flagelaciones en continuadas ocasiones haciendo del ‹exploitation› una de sus firmas, siempre y cuando todos sufrieran como condenados.

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