Slow West (John Maclean)

Slow West-1

Empecemos por el punto de conexión, Kodi Smit-McPhee. Los “AmiC’s del garrafisme” lo reconocerán en seguida como puente genérico entre dos películas, Young Ones y la que nos ocupa, Slow West. Aparentemente la presencia repetida de un actor no tiene porqué significar nada, pero sin embargo y si uno repasa la historia del western verá que es un género repleto, necesitado de iconos. Y admitámoslo, Smit-McPhee se está convirtiendo en uno de ellos.

Su aire desvalido, su aspecto de pérdida, son siempre —y Slow West juega fuerte en este sentido— una tábula rasa para crear un punto de partida, un lugar que acompasadamente, y siguiendo en cierta manera (¿o es a la inversa?) el desarrollo atmosférico y paisajístico del relato en un proceso en el que la pérdida de la inocencia se refleja en un ambiente cada vez más hostil, más salvaje.

En un principio Slow West habla de una búsqueda, la del amor perdido, envuelta en desorientación, en la poética de la pérdida tanto interior como contextual. La descripción pues de dicha perdida necesiita una cierta poética, un desarrollo que con buen criterio John MacLean, pone a cocer lentamente. Más que diálogos hay versos sueltos, cabos que los flashbacks y las relaciones puntuales en el trayecto de sus personajes van atando hasta conformar un paisaje, un mecanismo de precisión en el que cuando suena el click de su maquinaria bien engrasada se da paso a otra dimensión, otro mundo dentro del universo descrito hasta ese momento.

Slow West-2

La impresión que da Slow West es la de un film de iniciación, donde toda el dulzura y el mimo expuesto en la maduración de la trama contrasta con la violencia de la naturaleza donde transcurre. Y todo para llegar a ese punto de no retorno donde hay una inversión de roles y la violencia y la calma cambian las tornas. Como si toda la previa no fuera más que una puesta en escena, casi teatral, diseñada para llegar al clímax final; como un test poniendo a prueba la catadura moral y la resistencia de cuerpos y almas de cuantos moran los fotogramas.

Esta es pues una película de movimientos, quietudes e inercias. De luchas inútiles contra el fatuum, contra los instintos indomables de los seres humanos (sean buenos y malos) y de cómo estos pueden ser objeto de destrucción y al mismo tiempo actuar como flechas cupidianas, tan románticas como poemas pérdidos en busca de amores de trazo imposible.

¿Western crepuscular? ¿Reflexión romántica de la existencia? Hay algo de todo ello en el film, sin embargo nada de ello tiene el hálito cínico que podría imprimirle un, por decir un movimiento, querolismo extremo. Aquí hay cruda sinceridad tanto en la disección fría, como en el cariño mostrado por el director hacia sus personajes. Hay una creencia en la transversalidad del género, un mimo exquisito hacia aquello que se está haciendo. Por ello Slow West funciona, porque no importa tanto la veracidad de lo visto, sino la posibilidad de dicha realidad. En definitiva por la habilidad de no confundir romanticismo con el almibar y la violencia con la explotación barater de género. Una pequeña maravilla.

Slow West-3

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *