Sesión doble: Víctima (1961) / Yo, tú, él, ella (1974)

Nos unimos al mes del orgullo con una sesión doble dedicada al cine LGTBIQ+ con dos obras avanzadas a su tiempo de cineastas de lo más dispares: por un lado el británico Basil Dearden, que dirigía a inicios de los 60 una Víctima en clave ‹noir› protagonizada por Dirk Bogarde, y por el otro Chantal Akerman, que también realizó su particular mirada con Yo, tú, él, ella justo antes de filmar la considerada cumbre de su obra con Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles.

 

Víctima (Basil Dearden)

La homosexualidad fue ilegal en Gran Bretaña hasta 1967, e incluso las relaciones sexuales practicadas entre personas del mismo sexo en el ámbito privado podían ser castigadas como un acto de sodomía con penas de prisión. A saber qué dirían entonces los homófobos que fuesen de tolerantes en aquel entonces, porque está claro que con ellos no valía lo de “a nadie le importa la sexualidad de nadie. ¿Acaso voy yo contando que soy heterosexual? Si en realidad yo lo hago por los niños, que no tendrían que ver a dos personas del mismo sexo besándose… que lo hagan en privado”. Supongo que en aquel entonces no tenían que fingir, los homófobos. Ya habían hecho todo lo posible, desde una ejemplar democracia, para impedir la existencia del colectivo LGTBIQ+. Porque, no lo olvidemos, existir era el motivo de ir a una cárcel. Pero bueno, como no los ahorcaban en grúas, deberían dar las gracias. Pero basta, que me desvío.

Víctima, película estrenada en 1961, puede que no sea una obra maestra del cine, pero su importancia fuera y dentro del cine resulta innegable, sobre todo vista en el contexto de su época, lo cual permite apreciar su impacto mucho más: Melville Farr es un aspirante a abogado de la corona muy respetado que, sin embargo, pone en peligro su carrera cuando una banda de extorsionadores le chantajea con fotografías de situaciones comprometedoras que confirmarían una posible homosexualidad. Así, comienza una investigación policial que mantiene un ligero suspense y cierta atmósfera opresiva mientras, en realidad, utiliza este marco argumental para hablar de un tema mucho más importante, describiendo con claridad cómo el mundo de los protagonistas se empieza a tambalear, y cómo su sexualidad les pesa y los vuelve vulnerables debido a unas leyes completamente carentes de sentido y humanidad.

He estado investigando un poco por internet, porque creo que el valor de Víctima tiene tanto que ver con el cine como con lo que fue y aún es. Resulta que, en el Reino Unido, provocó un debate público desde el principio. Al parecer, fue la primera película británica en usar la palabra homosexual, recibiendo por ello una calificación X, lo que significa que fue aprobada solo para adultos. Y eso en el Reino Unido. En Estados Unidos, debido a que los productores se negaron a eliminar la palabra para el estreno allí, la junta de revisión del Código Hays se negó a siquiera estrenarla. ¿Hasta qué punto se puede usar el adjetivo valiente para hablar de esto? Yo diría que lo fue (la película y sus hacedores), también porque nos sirve para recordar que se puede y debe luchar por algo cuando es justo.

En este sentido, queda claro que Víctima abrió una senda para cambiar la legislación británica que sostenía y toleraba la situación de discriminación hacia los homosexuales que se vivía en la época. Confiando en la empatía de la humanidad, el director Basil Dearden y los guionistas Janet Green y John McCormick mostraban aquí una realidad que era innegable y que fue un éxito en taquilla, mezclando conceptos como el thriller, el cine negro y la intriga, pero dando prioridad a un tema que a nosotros puede parecernos muy poco controvertido, gracias a los avances luchados y conseguidos, pero que entonces lo eran hasta el punto de ser un delito. Sorprendente, en todo esto, pensar en que aquí director y productor (Michael Relph) se atrevieron a poner sus nombres y dinero en juego, y también los actores homosexuales que en aquel entonces se arriesgaron aceptando un papel en la película. Aunque fuera de manera testimonial, como en el caso de Dirk Bogarde —interpretando al héroe de la historia como una persona que mantiene un perfil bajo, pero no duda en convertirse en víctima para defender lo que considera más valioso: la verdad—, quien dicen que mantuvo su homosexualidad en secreto. O Dennis Price, que al parecer intentó suicidarse unos años antes del rodaje de esta película debido a su orientación sexual prohibida. Y todo porque hasta no hace mucho todo esto era un delito, uno por el que miles de personas vivían vidas secretas por miedo a ser encarceladas o a que sus carreras se fueran al garete, motivo por el cual floreció un delito de verdad, el de la extorsión a esas personas.

Escrito por Alberto Mulas

 

Yo, tú, él, ella (Chantal Akerman)

El reciente impulso que se ha dado desde la crítica cinematográfica a la ya consolidada figura de Chantal Akerman ha permitido reivindicar como se merece una filmografía radical en las formas, eminentemente personal y a la vanguardia social y cultural. Fue Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles la punta de lanza de esta reivindicación, pero un año antes ya había realizado una obra que ejemplificaba tal vez de la mejor manera, sus rasgos de estilo y su aporte al cine.

Es difícil negar el carácter fuertemente autobiográfico de Yo, tú, él, ella. Por si acaso, para despejar las dudas sobre dicha intención, la directora belga asume el papel protagonista en esta obra que recoge buena parte de sus inquietudes sobre su identidad sexual y emocional. La trama es muy sencilla y escueta, en realidad: una mujer, tratando de superar una ruptura con su pareja, busca una distracción infructuosa en una aventura fugaz; sin embargo, es un posterior —y se entiende que último— reencuentro sexual con su ex el que revela la importancia de su vínculo afectivo y la dificultad de superarlo.

Todo ello está narrado en un formato de diario visual. Una voz en off de la propia Akerman narra los eventos rutinarios de su protagonista, a través de viñetas levemente conectadas en una línea de tiempo. Julie, la protagonista, pasa sus días en un pequeñísimo apartamento. A veces mira a la calle, a veces cambia los muebles, se desnuda en la cama y se arropa con su chaqueta, en ocasiones tiene alguna rareza, como meterse cucharadas de azúcar entre pecho y espalda. Es una vida normal, sin nada fuera de lo común, pero las sensaciones que deja son de vacío y depresión; de alguien que combate la soledad moviendo los muebles y deambulando en su espacio. Asimismo, en su salida, encuadra al joven camionero con una suerte de curiosidad cercana al hastío, alguien en quien confía para olvidar y distraerse, pero con quien en ningún momento establece un vínculo real; su sexo es mecánico y desapasionado. En el último tercio de la cinta, el reencuentro con su ex, a una estancia incómoda y silenciosa, le siguen quince minutos de sexo apasionado; y luego, de nuevo, el bajón.

Sin embargo, lo que he contado es solamente una interpretación, tan válida como cualquier otra, de lo que aparece en pantalla; porque los sentimientos no están explicitados en ningún momento para hacerlos fáciles de entender. Akerman confía en la empatía que genera a través de su mirada a las acciones cotidianas y, en cierto modo, rehúye de apelar emocionalmente al espectador. Es una historia cerrada en su propia intimidad, al fin y al cabo, y éste es tal vez su acierto más lúcido: hacer una película para sí misma y hacerla desde la postura cinematográfica más radical posible. Yo, tú, él, ella genera esa sensación pura de estar viendo algo que no está dirigido a ti, sino a la propia directora, y que comparte reflexiones, no esperando que se comprendan, sino por la necesidad de compartirlas; y eso es algo que me parece admirable, tanto desde la radicalidad de las formas como desde su concepción del cine como canal y mensaje.

La cinta es, además, todo un icono ineludible del cine LGTBIQ+, por su atrevimiento al contar y poner en escena el romance de Julie con su ex. No solamente por la escena sexual final, ese cuarto de hora de sexo explícito entre dos mujeres, que supone un golpe frontal a la moral homófoba y puritana de entonces y hace de ésta una de las películas más valientes y contestatarias de su época; sino también por naturalizar, intimar en pantalla la relación afectiva entre ambas. A lo largo de las siguientes décadas se ha podido recorrer bastante, pero que una obra de 1974 tuviera esto ejemplifica como pocas cosas el carácter revolucionario que escondía la obra, personal pero esencial, de esta gran directora a quien el tiempo y la progresiva concienciación social y cultural del cine están empezando a hacer justicia.

Escrito por Javier Abarca

 

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