Sesión doble: The Lathe of Heaven (1980) / OtherLife (2017)

La sesión doble llega con una mezcla explosiva, la ciencia ficción y el efecto que las drogas pueden provocar en la “realidad” con, por un lado, la adaptación de la novela de Ursula K. Le Guin, The Lathe of Heaven, que dirigía a inicios de los 80 el tándem formado por Fred Barzyk y David R. Loxton, y por el otro la pieza dirigida por el australiano Ben C. Lucas para Netflix unos años atrás.

 

The Lathe of Heaven (Fred Barzyk, David R. Loxton)

Las estrellas y el mar se mezclan antes de que todo acabe, y la imagen añeja de los años pasados deja salir de en medio de la polvareda a un hombre a gatas que se acuesta y cierra los ojos; su sueño inerte dará pie al deseo truncado del que se atreve a buscar en el cielo, al saber traicionero que la realidad es un mal inherente, que detrás de cada verdad hay una daga que aguarda.

Como la mano del mono que va cerrando dedo por dedo cada ilusión, los sueños de George lo agotan, y es un fracaso complicado, porque en sus noches todo parece posible, ya que, pequeños, los individuos se juntan como juguetes en su mente y ejecutan sus historias, hablan en un tono monótono, en un paisaje reducido, pero cuando despierta estos se vuelcan en el panorama de lo real y todo se desarma… y el doctor William, al querer ir más allá dando pasos agigantados en la historia, termina por hacerla colapsar. Porque por más que parezca que en un punto todo se equilibra, que los deseos han ido hacia un punto desde el que descifrar alguna especie de puzle cósmico que brinda la justa medida, tal equilibrio es una vergüenza, un modo de vida indigno para una bestia tosca llena de nervios latentes en busca de una pasión a la cual enraizarse, por eso el principio y el fin son ambos a la vez origen y consecuencia.

La ciencia ficción es un género curioso, históricamente subvalorado, como un vicio de frikis de la informática, de inadaptados inmaduros que acumulan un gran conocimiento científico, pero que adolecen de la sensibilidad necesaria para entender la esencia metafísica de la condición humana. En la literatura nunca he encontrado a un crítico que ponga en el mismo escaño a Isaac Asimov o William Gibson con Faulkner, Cervantes o Pessoa, y en el cine si bien ha habido un gran respeto por las incursiones en la ciencia ficción de realizadores como Andrei Tarkovsky o Stanley Kubrick, este sigue siendo un género ocasional, al que los cineastas acuden solo por momentos, y para el que desarrollan poco conocimiento especifico en los campos que tratan; es una lástima esta realidad porque las indagaciones de la ciencia ficción abren camino para una mejor interpretación del devenir, la ciencia ficción es anticipación, es fracaso en la ilusión, y sabiduría en la distancia, la ciencia ficción permite perfeccionar potenciales, y dado este caso el cual es una adaptación de una novela de Ursula Le Guin, nos permite adelantarnos a las innovaciones y “conquistas” de individuos como Jeff Bezos o Elon Musk, porque cuanto más crece el poder mayor es el desastre.

Hay algo en este cine de bajo presupuesto televisivo, una inverosimilitud, una carencia de decorados y extras, una materialidad bizarra y postiza, que es perfecto para la media noche, ese momento en que la razón funciona a medias y en el que estos vacíos físicos se complementan por sobreinterpretaciones de la memoria del sueño. Al final, detrás de los caracteres forzados queda la huella del relato, el mal sabor de un sentido incomodo, de que a lo mejor también somos el sueño de alguien que falló estrepitosamente…

Escrito por Nelson Galvis

 

OtherLife (Ben C. Lucas)

Futuro y drogas. El fin de la sociedad tal y como la conocemos. OtherLife nos ofrece el producto definitivo rompiendo con todo tipo de líneas temporales posibles. Nos centramos en Ren Amari, una joven que desarrolla una sustancia química capaz de ofrecer experiencias controladas de diversión a sus usuarios sin moverse del lugar. ¿No suena esto a un chute de heroína?

En un futuro próximo, una empresa de jóvenes emprendedores se esfuerzan por sacar adelante su producto, una (no)droga de diseño inoculada ocularmente que modifica los recuerdos. Unos segundos diluyéndose en el ojo implica horas de experiencias vívidas y aventureras al alcance de cualquiera. Como toda distopía que se precie, sobre el papel suena idílico, pero nos abre una puerta de posibilidades terroríficas. Ben C. Lucas se atreve a ir por el mundo de la ética y la piratería empresarial. Además, nos invita a participar en esas terapias inmersivas donde ir a nadar, escalar en vertical o esquiar sin repercusiones, mientras va fraccionando el tiempo atrás y adelante sin aviso alguno, conjugando una experiencia confusa, exasperante, ilimitada, tal como si fuera un mal viaje con alguna sustancia no autorizada por expertos sanitarios.

Así nos metemos a bandazos en la vida de Ren y sus verdaderas intenciones con este experimento. Ella quiere el enriquecimiento personal (familiar), su socio el monetario, y nosotros descubrir qué parte del negocio tiene más fuerza. Con esto de la inmersión en recuerdos inoculados, OtherLife se sirve de esta excusa para trazar llamativos giros de guión con la intención última de sorprender al avispado espectador. Aunque es complejo a estas alturas, sí nos descubre algunas situaciones que nos permiten dudar de lo que es real y lo que no, cuando el experimento se manifiesta en primera persona para la protagonista y la ciencia-ficción queda a un lado para someternos a la intriga.

La película se toma muchas licencias gratuitas gracias a la ciencia-ficción y los posibles avances científicos de un futuro próximo, algo que queda en anécdota al saber mantener el interés en todo momento en su formato thriller. Una mujer con ideales claros que no se deja amedrentar en un mundo de tiburones con intereses propios ayuda a forjar una protagonista fuerte y de mentalidad abierta en una historia que deja el 5G de la vacuna que está en boca de todos en la actualidad en una nadería cuando se insinúa el posible uso de este divertimento social como castigo a la sociedad, azotando al personal con una reflexión sobre nuevas tecnologías y la opción siempre latente de encontrarles utilidades totalmente nocivas.

OtherLife se convierte así en algo más que un experimento con drogas, junto a la tensión, la acción y algunos subrayados elementos dramáticos, nos encontramos con una película abierta de miras, que cuenta historias conocidas desde un punto de vista original y que sabe aprovechar la temática para construir sus propias líneas de discurso zigzagueantes. Es inteligente, y aunque hacia el final se precipite en favor de dejar clara su postura de no manipulación —y contenga unas forzadas escenas de cama que intentan humanizar el duro corazón de Ren—, conseguirá enganchar a todo aquel que busca una experiencia sintética recreativa en el cine futurista más allá de la píldora roja y azul.

Escrito por Cristina Ejarque

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *