La animación para adultos se convierte en una curiosa sesión doble, con dos propuestas europeas y atractivas como son Princess que llegó a cines en 2006 de la mano del danés Anders Morgenthaler y la película en ‹stop motion› Una noche en una ciudad del checo Jan Balej. Todo un trayecto por el lado oscuro del hombre digno de ser recorrido.
Princess (Anders Morgenthaler)
El primer largometraje animado del danés Anders Morgenthaler trajo consigo un notable éxito de crítica y una no menor dosis de controversia debido a sus temas sórdidos y a su elevada violencia en todos los sentidos. Princess, titulada así por el sobrenombre de Christina, una actriz porno fallecida en extrañas circunstancias, es una historia clásica de búsqueda de la verdad y venganza consumada por su hermano August, al tiempo que debe cuidar de Mia, la hija de Christina criada en un burdel hasta los 5 años.
Princess es una cinta decididamente para adultos, tanto por sus imágenes como por su temática. El gore y la violencia extrema que alcanza la película se llegan a hacer difíciles de ver, pero sobre todo lo que resulta indigesto es la imaginería subida de tono, por sus implicaciones. Al inicio es tal el bombardeo que por un momento me hacía pensar que el propósito de la misma iba a ser meramente provocativo. Realmente no es así, y es que la obra no se corta en absoluto, pero al contrario que en otras animaciones también subidas de tono hay un trasfondo trágico que aborda con bastante solemnidad y perturbación una historia de abusos sexuales y objetificación repulsiva. Los claroscuros de Christina se nos muestran insertando grabaciones «caseras» en acción real, que dan cuenta tanto de su personalidad alegre como de la inestabilidad de todo a su alrededor y, a la postre, de sus propias emociones.
Ese viaje se reproduce en la venganza de August, dispuesto a acabar con aquellos que ultrajaron y destruyeron a su hermana. Ahora convertido en misionario, debe lidiar con la culpa por haberse alejado de Christina cuando esta se encontraba ya inmersa en la espiral que llevaría a su muerte, y además tomar la responsabilidad de ser una figura parental adecuada para Mia, quien ha vivido situaciones muy turbias para su edad, además de, según se da a entender, maltrato físico continuado y abuso sexual por parte de su antiguo padre, el novio de Christina que la introduce a la industria del porno.
En una secuencia, Mia se baja los pantalones frente a un grupo de niños diciendo que es «la prostituta de la casa»; la respuesta de los niños es asaltarle con un palo, con la intención de metérselo en la vagina. Sin que haya algo realmente explícito en esa escena, es probablemente uno de los momentos más horribles y desalentadores que haya visto en una cinta. Y es que Princess podrá tener algunas de las imágenes más gráficas del medio, pero ver cómo una panda de niños reproduce de un modo tan crudo las dinámicas de abuso sexual de los adultos es uno de los mensajes más radicales y difíciles de digerir del filme.
¿Y a dónde lleva todo esto? Pues no puede llevar a ninguna respuesta satisfactoria. La película juega con el doble filo de la venganza cuando August permite a Mia ser copartícipe de sus asesinatos y descargar su rabia, hasta el punto de que no es capaz de protegerla del horror como pretende. La retribución se torna obsesiva y excesiva, y en el camino va revelando su futilidad a la hora de abordar los traumas de Mia. En el pesimismo esencial de Princess no se restituye nada. Solamente hay rabia, legítima y al mismo tiempo atormentada.
Escrito por Javier Abarca
Una noche en una ciudad (Jan Balej)
Del homenaje a Segundo de Chomón a la improvisación de las pinturas de Van Gogh, una noche por las oscuras calles de Praga (algo que solo sucede en la imaginación del director) da para sorprendentes incursiones en la intimidad de personajes totalmente inesperados.
Una larga tradición de ‹stop motion› en el mundo del cine checo precede a Jan Balej, director de esta Una noche en una ciudad, que a través de relatos cortos reinterpreta aquello que solo en la intimidad se suele vivir. Aunque hay un detalle que valorar, unos personajes extremistas en sus rarezas que enganchan por sí solos.
Dividida en cuatro partes, comenzamos nuestro periplo por un extraño edificio con vecinos polifacéticos y zoofílicos hilados por unas pequeñas y entrometidas hormigas. De imagen grisácea y con rostros afeados y deformes, sin duda los protagonistas elegidos ambientan a la perfección esos erráticos gustos que replican en el interior de sus casas. Cada uno con su propio animal y forma especial de interactuar con él, nos descubre un universo perverso y divertido.
La fauna no está reñida con la flora, o eso parece querer narrar su segunda historia, donde un árbol y un pez, ambos vecinos, pasan las estaciones juntos para redescubrir los cambios a lo largo de los meses del reino vegetal sin apartarnos de una gran ciudad. Quizá la parte más inventiva y a la vez más fabuladora, adapta los signos de identidad de una urbe a los quehaceres propios de la naturaleza, consiguiendo el híbrido más colorista.
Este color se rompe de nuevo en la noche cuando la ciudad se centra en el arte, dando vida propia a los cuadros y las ensoñaciones que provocan en su tercer apartado. Reproduciendo grandes obras y artistas tanto de la pintura como de la música, nos sumerge en una semántica visual reconocible y llamativa, para hilar con su última propuesta, ya en lo profundo de la noche, en esa hora del lobo donde todo es posible. Dos borrachos y un extraño mago dispuesto a dar forma a todos sus deseos, unos beodos y rebuscados deseos, reflejan definitivamente todos aquellos pecados capitales relacionados con la malsana diversión, como si estuviese replicando en cierto modo las máquinas que Jan Švankmajer creó para Los conspiradores del placer.
Con su infinidad de referencias a los grandes autores del ‹stop motion› y sin perder su propio imaginario oscuro y feísta, jugando con las formas y los materiales para imitar de algún modo una realidad improbable, Una noche en una ciudad se desliza silenciosa por un carrusel de emociones y perversiones divertidas e intrigantes que simulan con ironía las imperfecciones más humanas. Cortejos, alcohol y deseos difíciles de cumplir, el paseo por estas calles convierte a la película en una inusual y atrevida obra de animación para adultos capaz de renovarse en cada capítulo sin necesidad de perder el hilo conductor entre sus diferentes historias. Canalla y libertina, Una noche en una ciudad nos descubre un mundo paralelo ideal para ‹stalkeadores› y cotillas irredentos de los oscuros deseos del hombre y sus imitaciones.
Escrito por Cristina Ejarque