Sesión doble: Morning Patrol (1987) / Resurrected (2023)

La distopía llega a nuestra sesión doble dirigiendo la mirada a lugares de lo más dispares: desde la Grécia donde Nikos Nikolaidis dejó huella con no pocos acercamientos a futuros post-apocalípticos, centrándonos en Morning Patrol, a Estados Unidos, lugar que acoge al ruso Egor Baranov, autor de The Blackout: La invasió, para su debut en lengua inglesa con esta Resurrected donde también lucen el terror y el thriller conspiranoico.

 

Morning Patrol (Nikos Nikolaidis)

El griego Nikos Nikolaidis estrenaba en 1987 Morning Patrol, un thriller postapocalíptico y existencialista (¿puede ser de otro tipo?) que nos presenta a una superviviente que recorre un mundo en el que los recuerdos han desaparecido y, con ellos, la mayoría de la gente, dejando tras de sí una sombra fantasmal que funciona a pleno rendimiento —coches, cines, teléfonos, radio— y de cuyos espacios es mejor huir. Es en ellos donde más probabilidades tienes de ser atacado por otros supervivientes, entre la maldad, la desesperanza y el desamparo. Si los evitas y sobrevives a ellos, puedes encontrarte con la Patrulla de la mañana (o Morning Patrol), una especie de ejercito que distribuye los medicamentos que tratan la enfermedad que ha afectado a la mayoría de los habitantes de las ciudades, disfruta del placer ocasional de la violencia en una tierra sin ley y cuyo trabajo a fin de cuentas consiste en matar a los que aún permanecen en dicho mundo fantasmal en el que muchos mueren entre sueños.

La protagonista (Michele Valley) —que no dejará de preguntarse mediante voz en ‹off› quién es y qué le ha pasado al mundo antes de convertirse en lo que es— es capaz de recordar un verano en el que estuvo cerca del mar, por lo que este se convierte en el objetivo de su viaje, evitando en el camino tanto a los asesinos de la patrulla como a los demás humanos. Una vez en la ciudad, se encontrará con otro hombre sin memoria que, a pesar de la tensión producto de esta sociedad y de que él forma parte de la patrulla, la ayudará a intentar llegar al mar, dando lugar a una historia de amor extraña y amarga en la que intuimos que ambos se conocieron en el pasado, mediante conversaciones con las que intentan llegar a dar al menos con fragmentos de recuerdos de la catástrofe experimentada por el mundo y de la vida antes de que tuviera lugar. Un mundo sin pasado en el que la propia naturaleza de lo que lleva a la muerte de la gente es tan desconocida y traumática que, en su búsqueda interior de respuestas, recuerda casi más al Stalker de Tarkovski y al cine negro de los años 40 que al cine postapocalíptico de Hollywood en los 80 (aunque sí es visualmente similar al de los 70).

Utilizando como recurso narrativo extractos de novelas y relatos de Philip K. Dick (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? y Ubik), Daphne du Maurier (Rebecca), Raymond Chandler (El sueño eterno) o Herman Raucher (Verano del 42), sus dos protagonistas se preguntan qué nos queda cuando ya no queda nada, en una búsqueda de libertad dentro de un mundo de trasfondo abstracto. Que reflexiona sobre el amor y la supervivencia en una civilización que ha olvidado el pasado y lo reemplaza por objetos culturales e imágenes de cine clásico (con especial predominancia de Philip Marlowe) y donde las dificultades para conectar y comunicarnos con otras personas solo pueden ser superadas a través de la colaboración con personas de las que desconfiamos. Porque, frente a la alienación, para Nikolaidis, parece que solo la posibilidad de comunicarnos puede detener la destrucción total del mundo, aunque sea por poco tiempo, y aunque sea solo en torno a una pareja que, rodeada de edificios y formas industriales monstruosamente distorsionadas, busca llegar al mar que todavía se conserva en la memoria de la protagonista como un elemento original, natural y bello que contrasta con todo lo demás.

Como buena película de ciencia ficción, Morning Patrol expresa miedos y ansiedades sociales que preocupaban a la sociedad en el momento de su creación. En este sentido, esta es una de las películas postapocalípticas más pesimistas e inusuales que he visto en tiempo, pero en la música romántica (muy años 80), en su desarrollo y hasta en su final abierto queda algo de optimismo. Una solución contradictoria que aúna la idea de preservar el “yo” en la ayuda al otro frente a un proceso de desintegración que ha provocado el mundo. ¿Qué mundo? ¡ª!

Escrito por Alberto Mulas

 

Resurrected (Egor Baranov)

Aunque Resurrected podría entrar perfectamente en la idea de distopía, su idea nos acerca peligrosamente al mundo actual tal y como lo conocemos. De hecho, la única diferencia estriba en el factor sobrenatural que da el pistoletazo de salida a considerar el film como un retrato de un mundo alternativo al nuestro. Obviamente, cualquier distopía parte de una realidad reconocible, sin embargo, lo que da más miedo, por así decirlo, es lo reconocible de la metáfora que opera en la sociedad retratada.

De hecho, la premisa sobre la que pivota el film de Egor Baranov, la resurrección de los muertos por parte del Vaticano, no es más una excusa (casi un ‹mcguffin›) de tinte sobrenatural, para hacer un retrato bastante pesimista sobre el mundo real que habitamos y los múltiples que acechan, sobre todo, en base a la ola de movimientos reaccionarios que nos invaden.

Sí, estamos ante una exploración de la influencia del poder religioso sobre la sociedad, pero al mismo tiempo se nos habla de terrorismo, inteligencia artificial, conspiranoias y el control invasivo de las nuevas tecnologías. No en vano se opta por un formato de ‹desktop movie› que, sorprendentemente, le sienta de maravilla a la cinta en cuanto a esa sensación de observación y de ser observados que opera 24 horas sin solución de continuidad.

No estamos, en efecto, ante una obra que se pare demasiado a observar o analizar su mundo. Con unas pocas pinceladas entramos de lleno para pasar a desarrollarse como una especie de thriller conspirativo, de lucha contrarreloj contra un evento terrible que, solo al final, nos será desvelado. Quizás el problema es que las expectativas que se generan sobre el evento final resultan un tanto exageradas para lo que finalmente se nos ofrece. No por ausencia de gravedad, sino por la precipitación en que se resuelve y una cierta falta de coherencia en cuanto a que lo que parece un evento de magnitud global acaba reducido al microcosmos local de Estados Unidos.

Quizás, parte de ello tiene que ver con limitaciones presupuestarias que se dejan notar no solo en esto, sino también en un ‹casting› justito en cuanto a su capacidad de dar empaque y credibilidad a lo que se nos narra. Por otro lado tambien hay una necesidad dramática de apostar por una subtrama familiar que, aunque necesaria como punto de partida, acaba por diluir el efecto universal del tema y circunscribirlo a un ámbito de tragedia íntima.

Es con estos mimbres que Baranov construye una realidad alternativa que funciona como advertencia de algo que podría pasar en tiempo presente y que, de hecho, ya ha pasado en pequeña escala como en el caso del asalto al Capitolio. Junto a ello opta por una realización económica gracias al formato escogido que dota al conjunto de un realismo palpable y cada vez más ominoso según avanza la obra. Lástima que todo ello no consiga traducirse en una capacidad real de dejar huella y quedarse a medio camino entre la intención y la consecución de un objetivo que deja al film como una curiosidad incompleta en su propósito.

Escrito por Àlex P. Lascort

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *