Sesión doble: Los nuevos bárbaros (1983) / Sangre de héroes (1989)

Sci-fi y cine post-apocalíptico vuelven a nuestra sesión doble con dos títulos bien distintos entre sí: por un lado, de la mano del mítico cineasta italiano Enzo G. Castellari nos encontramos con Los nuevos bárbaros, y por el otro nos dirigimos a Australia con la Héroes de sangre de David Webb Peoples capitaneada por el emblemático Rutger Hauer.

 

Los nuevos bárbaros (Enzo G. Castellari)

Con un conflicto bélico internacional que amenaza ya con hacernos regresar a la era de la Guerra Fría y la paranoia nuclear, en mitad de una pandemia, con una crisis energética y económica de repercusiones cuyo alcance es todavía desconocido, la ciencia ficción y las creaciones cinematográficas que recrean escenarios postapocalípticos se vuelven ahora extrañamente familiares, cercanas y hasta generadoras de nostalgia. Los títulos emblemáticos de los años 70 y 80 no sólo se reafirman como comentario político de nuestra realidad, sino que en su momento también fueron la base de multitud de copias de serie B realizadas sin pudor alguno, pero sobradas de un gran sentido lúdico. Es el caso de producciones italianas como 2019 — Dopo la caduta di New York (1983) o Vendetta dal futuro (1986) de Sergio Martino, que tomaban de inspiración la primera Escape from New York (John Carpenter, 1981) y la segunda The Terminator (James Cameron, 1981) o Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Y entre ellas también se encontraba una peculiar versión de Mad Max 2 (George Miller, 1981) a cargo del mítico Enzo G. Castellari, I nuovi barbari (1983).

El guerrero de la carretera aquí es Scorpion (Giancarlo Prete), un antiguo miembro de los Templarios, un sangriento grupo de bárbaros motorizados que quieren acabar con todos los supervivientes del holocausto nuclear que arrasó la Tierra hace pocos años. No hay apenas descanso en la acción y los enfrentamientos y persecuciones se encadenan, dando un sentido de amenaza constante al protagonista. El montaje rápido dinamiza secuencias de tiroteos y peleas de gran fisicidad que se ruedan en planos cortos y breves, que disimulan la falta de preparación o recursos y unas coreografías simples. Incluso camufla, no con mucho éxito, la utilización de muñecos que hacen posible la recreación de escenas de una imposible violencia extrema y exagerada pero muy divertida, que constituye uno de los grandes puntos a favor de la cinta. Scorpion salva a Alma (Anna Kanakis) de sus enemigos y sus peripecias para que la atienda un médico le permiten encontrar un asentamiento de una secta que busca el origen de una señal emitida por quienes supuestamente reconstruyen la civilización.

El homoerotismo soterrado y los símbolos fálicos omnipresentes en armas y coches no evitan que la escena más bizarra de la película transforme el filme inesperadamente en algo que parece sacado de Cruising (William Friedkin, 1980), con unas connotaciones homofóbicas que se reafirman en el clímax final de la película. El conflicto entre los que tienen esperanza por el futuro y quienes pretenden condenar a la humanidad al olvido se cristaliza con nuestro antihéroe en el centro de todas las disputas, que cuenta con la ayuda de un niño experto mecánico (Giovanni Frezza) y Nadir (Fred Williamson), un arquero que parece inspirado en Hawkeye. Este antihéroe solitario aprenderá el valor del amor y de la lucha colectiva de nuevo, no sin antes enfrentarse a los Templarios cual pistolero solitario de western de Sergio Leone. Castellari rueda escenas con los típicos planos dobles que combinan el plano general y el detalle de la pistola colgando de su cintura, además de buscar reencuadres usando el entorno, la chatarra, los coches o el paisaje —que en algún instante permite hacer una alusión visual a James Bond— y combinar planos largos con primeros planos en su puesta en escena, que cuenta con un buen puñado de ‹one-liners› y detalles imaginativos durante su metraje.

Escrito por Ramón Rey

 

Sangre de héroes (David Webb Peoples)

Curioso que tras el apocalipsis funesto e intempestivo y la caída de las grandes civilizaciones lo que se proponga como distopia sea el auge de una sociedad que romantiza y sacraliza un deporte salvaje híbrido entre futbol americano y hockey. En una etapa decadente en proceso de incivilización, los seres humanos paulatinamente vuelven a costumbres más arcaicas como las que se podían dar en el coliseo romano, porque esta es una variable despiadada de los deportes anteriormente mencionados; ya no se trata solamente de bloquear al rival para impedir su movilidad, sino directamente los concursantes se dedican a darse golpes de pie como si fuesen dos guerreros de la antigüedad en un campo de batalla hasta que alguno de los participantes caiga al suelo y quede inmovilizado permitiéndole así a alguno de los concursantes libres avanzar cargando consigo el cráneo de un perro con el cual se anotan los puntos: en el fondo no deja de ser un drama deportivo sobre cómo el deporte puede darle sentido a la humanidad en un escenario en el que ya todo se ha perdido.

Esta es una distopia desértica similar al clásico Mad Max donde los protagonistas deben atravesar grandes desiertos antes de encontrar ciudades o poblados en los cuales competir; estos espacios llenos de polvo hacen que los protagonistas siempre se vean sucios como vagabundos trotamundos llenos de la grasa del sudor seco, siendo así mismo la mayoría de los mismos del color de las dunas por lo que pareciese que lo que quedara fuera una gran porción de Asia meridional llena de mercados y campamentos árabes. La música acompasa con ritmos que sugieren tribalismo, detalle que potencia esta idea de desarticulación o retroceso en las costumbres de esta nueva civilización.

En este nuevo mundo hay una especie de jerarquías aristocráticas que controlan los hilos de la sociedad desde el submundo; literalmente estos nuevos ricos burgueses se esconden bajo el suelo y son como apostadores profesionales o managers deportivos que juzgan el valor y el estatus de las personas de acuerdo a sus habilidades destructivas en el campo de juego. En ese sentido, se desliza el comentario típico en contra del capitalismo y de como quienes ocupan las mas altas posiciones utilizan su poder para obligar a los que se encuentran en los escaños mas bajos a pelearse entre sí para obtener un poco de estatus o bienestar, siendo así como esta lógica competitiva que promueven los oligarcas más que una funcionalidad pragmática lo que persigue es el goce primitivo y sádico de ver a grupos de gente matándose entre sí.

Lo que se echa en falta quizás sea un mayor desarrollo de las características de este nuevo mundo más allá de las dinámicas deportivas de las que son participes los protagonistas. Por momentos pareciera que estamos viendo el capitulo de una serie en la que todavía caben miles de historias y lastimosamente solo nos quedamos con una, sin llegar apenas a entender casi nada de cómo inició este culto salvaje o de cuál es la lógica en la que se sostiene este sistema competitivo y los oligarcas que lo promueven.

Escrito por Nelson Samuel Galvis Torres

 

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