Sesión doble: Mientras haya salud (1966) / Ciudad cero (1988)

Humor y absurdo se mezclan en esta nueva sesión doble donde os descubrimos dos pequeñas joyas del género, una capitaneada por uno de los nombres ineludibles del género, un Pierre Étaix que dirigía con Mientras haya salud su tercer largometraje, una colección de ‹sketches›, mientras la segunda nos lleva a uno de esos cineastas a descubrir del cine soviético, Karen Shakhnazarov, que otorgaba su particular visión sobre los últimos coletazos de la URSS en Ciudad cero.

 

Mientras haya salud (Pierre Étaix)

Los pormenores de producción y distribución por los que tuvo que pasar Tant qu’on a la santé (1966) dan buena muestra del perfeccionismo y del rigor formal y conceptual bajo los que trabajaba Pierre Étaix. Estrenada inicialmente en 1966 ante la urgencia del productor, el montaje del film no complace a su director, ya que no forma parte de la idea que concebió originalmente. Así, cinco años más tarde, Étaix consigue rehacer el montaje que deseaba, sustituyendo el ‹sketch› En pleine forme (que restará inédito hasta el año 2010, con motivo de la restauración integral de todos sus films) por Insomnie, un cortometraje que había filmado en 1962 y que no había gozado de distribución hasta entonces.

Tant qu’on a la santé (y por extensión, la filmografía de Étaix) bebe inequívocamente del cine de Jacques Tati y de Jerry Lewis, tanto en fondo como en forma. Nada sorprendente teniendo en cuenta que cultivó una estrecha relación con ambos y que fue ayudante de dirección del primero antes de dirigir sus primeros trabajos en solitario (aunque siempre acompañado de su inseparable Jean-Claude Carrière, en el rol de coguionista o codirección). Con este film Étaix firmaba su tercer largometraje, después de un excelente debut con Le soupirant (El pretendiente, 1962) y su gran obra maestra Yoyo (1965). En ambas se percibía ya el gusto por la broma sutil, blanca y elegante, eminentemente visual y muy deudora del ‹slapstick› del cine silente, lo que nos lleva inevitablemente a pensar en Keaton, Chaplin o Lloyd como sus más evidentes influencias.

Pero dada su naturaleza fraccionaria, desglosemos el tercer largo de Étaix (en el cual juega el papel de actor protagonista y de hilo conductor de las pequeñas historias). Dividida en cuatro ‹sketches› y presentada enfrente de la pintura de una cortina teatral (en un homenaje al cine mágico y fantástico de George Méliès), la película muestra su posicionamiento de buenas a primeras: un distanciamiento irónico y metaficcional en el que nos confirman abiertamente nuestro estatus de espectador (de espectador molesto, ya que se escucha en segundo plano a espectadores hablando de lo que pasa en pantalla, de otros que tosen agresivamente, otros que suspiran porque la película no está empezando, etc.). Una vez se abren las cortinas, se proyecta el primero de los sketches: L’Insomnie, el cortometraje ausente en el primer montaje. Aquí ya podemos intuir la estilística de Étaix en un relato que narra el calvario de un hombre que yace en su cama sin poder dormir. La decisión del protagonista es la de leer un libro y el montaje alterna los pasajes imaginados de la lectura con la habitación real del insomne. Muy divertido el juego visual presentado por Étaix, y es que cuando el hombre lee sin querer un mismo tramo del libro, también repite las mismas imágenes narrando ese pasaje; cuando el insomne lee el libro del revés, la narración la vemos con los personajes paseando por el techo.

En la segunda historia, Le cinématographe, la comicidad del film aumenta varios enteros. Describe las desafortunadas situaciones con las que se topa un pobre espectador para encontrar un buen asiento en el cine y como el cine se deja pervertir en pos del sistema capitalista, que lo atiborra de pausas publicitarias. En cierta manera, este segundo acto se erige como el mayor deudor de Tati, especialmente en la puesta en escena arquitectónica que tan bien le funcionó en Playtime, una verdadera delicia. El tercer cortometraje supone para servidor el mejor pasaje de la película. El ‹sketch› siguiente, que da su nombre a la película, nos muestra la cotidianidad de una ciudad francesa llena de excesos, contaminación y falsa cortesía. Bajo una premisa más bien normal, Étaix consigue escenas hilarantes que a su vez dejan un poso crítico sobre la sostenibilidad de los sistemas urbanos (unas reflexiones que 60 años más tarde parece que sigan enquistadas).

La historia que cierra definitivamente el film, Nous n’irons plus aux bois (No iremos más a los bosques), remite a esa huida que lleva a cabo el ciudadano urbanita en busca de la paz y de la armonía con que siempre nos recibe el entorno rural. Una calma que evidentemente no encontrará, en un último acto que da cuenta del talento cómico de un cineasta francés que, si bien ha demostrado un enorme talento en el campo cinematográfico (también era dramaturgo, dibujante y payaso), ha tenido una influencia más bien pobre (especialmente de público) más allá de las fronteras francesas. Por ello, aprovecho estas líneas para reivindicarle y para realzar el interés por una filmografía envidiable que de buen seguro os hará pasar muy gratos momentos.

Escrito por Maties Tugores

 

Ciudad cero (Karen Shakhnazarov)

Ciudad cero, de Karen Shakhnazarov es una comedia absurda en la que, a través del viaje de Aleksei, un ingeniero que se ve atrapado en un extraño pueblo tras ser testigo de un supuesto suicidio, conocemos un catálogo de personajes que viven en un entorno surrealista, falseando y proclamando ficciones propagandistas. En poco tiempo el suceso se convierte en carnaza para todo el pueblo, que trata de elevarlo a símbolo de su identidad cultural, y para ello atrapa al protagonista en una espiral de fabulaciones de la que no puede salir, en la que debe interpretar un papel como el hijo del fallecido para contentar a todos.

El humor de la cinta, plenamente dependiente del enfoque protagonista, es característicamente seco y de expresión contenida. Aleksei, un hombre de escasa iniciativa, se encuentra en primer lugar con un absurdo que le perturba y al que trata de encontrar una explicación plausible mientras éste continúa sucediendo a su alrededor. Pero su insistencia se apaga poco a poco, viendo que no llega a ningún lado. Harto de rebelarse y no entender, acaba por convertirse en un sujeto pasivo, un personaje gris y mediocre manejado por las circunstancias, transformando también, a través de la estupenda interpretación de Leonid Filatov, el tono divertido y chocante de la cinta a una deriva más bien dramática y kafkiana.
Pero Ciudad cero no es solamente un notable in crescendo de absurdo que se siente cada vez más alienante y gris, es también una película enmarcada en un contexto claro que marca su discurso y la manera de mostrarlo. Estrenada durante los últimos años de la Unión Soviética, ya en pleno gobierno de Gorbachov, el estado de ánimo de la cinta refleja muy bien ese espíritu decadente de un régimen destinado a terminar, que se mantiene vivo a fuerza de costumbre y dogmatismo ideológico, pero que está dando sus últimos coletazos. Frente a la convicción por la causa política y social, la película se insufla de un autoconvencimiento fabulador, necesario de prestigio y de falsos símbolos para seguir funcionando. Como el milenario árbol que protagoniza una de las escenas, el sistema se encuentra muerto y podrido desde hace tiempo, y dispuesto a ser desmantelado por los mismos que dicen defenderlo. La progresiva deshumanización del protagonista, que le lleva a dejar de luchar contra todo eso pese a que lo sabe falso y ridículo, simplemente por el hastío y la necesidad de pertenencia, es también reflejo de la alienación individual generada por el sistema a fuerza de costumbre, cuando éste ya ha perdido por completo su empuje y capacidad para inspirar compromiso.

Probablemente el propósito de Shakhnazarov con esta película sea criticar el régimen desde la base ideológica del comunismo, aprovechando la inminencia de su fin. Yo personalmente no lo creo, más bien diría que es un canto nostálgico y desesperanzado por unos valores ya desaparecidos o a punto de desaparecer, que únicamente pueden mantenerse en el tiempo como una performance en la que se ha perdido desde hace tiempo todo aquello que los hacía reales. En todo caso, sea cual sea el objetivo final de esta sátira, no le quita ni un ápice de su fuerza como distopía, que desde su perspectiva absurdista construye un orden social vacío de contenido, el cual trata de mantenerse vivo perpetuando sus propios relatos. Y en ese sentido Ciudad cero cumple con creces como una experiencia fría y distante, en la que lo chocante deja de serlo para transformarse en un puro síntoma de que algo está alargándose ya demasiado tiempo y ya no queda nada de lo que pudo haber en su momento.

Escrito por Javier Abarca

 

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