Sesión doble: Intimidad de los parques (1965) / Ufa con el sexo (1968)

La Generación del 60 argentina llega a la sesión doble para descubrir nuevas cinematografías con dos nombres a tener muy en cuenta, el del palmeño Manuel Antín, que a mediados de esa década rodaba Intimidad en los parques, y el del porteño Rodolfo Kuhn, que ya casi a finales de esa misma década entregaba una de sus obras más subversivas con Ufa con el sexo.

 

Intimidad de los parques (Manuel Antín)

En esta sesión doble os proponemos mirar hacia las nuevas olas periféricas, mucho menos conocidas que esas más canónicas que nos embelesaron. Por mi parte, me voy hacia el cono sur para recomendar una película y a un cineasta del Nuevo cine argentino, Manuel Antín, encuadrado en la llamada Generación del 60, de la que formaron parte entre tantos otros, Leopoldo Torre Nilsson, Rodolfo Kuhn o, por supuesto, Leonardo Favio, por citar a los más conocidos. Una parte muy significativa de la obra cinematográfica de Antín se singulariza además por la querencia hacia una inspiración literaria específica: nada más y nada menos que el universo de uno de los grandes cuentistas de la nueva modernidad, su compatriota Julio Cortázar. Para mi un atractivo acicate adicional para acercarse a obras como La cifra impar (1962), su fascinante opera prima, Circe (1964), el fatídico drama de reminiscencias homéricas, o esta que nos ocupa, Intimidad de los parques —su carrera continuó a lo largo de los años 70 por otros derroteros y en color hacia el terreno del género histórico-cultural, como en su reconocida Don Segundo Sombra (1969)—.

Si en su debut partió del célebre cuento Cartas de mamá, o en su siguiente film referido, del relato homónimo —el narrador participó también en la escritura del guion—, en esta tercera incursión en la prosa “cortazariana” ensayó una desafiante adaptación combinada de Continuidad de los parques, el hipersintético ejercicio metaficcional del argentino universal, y El ídolo de las Cícladas, la tragedia mágica de tintes extrasensoriales. Desde los mismos títulos de crédito, parece que Antín desea dejar patente el origen literario, en ese diseño iconográfico de vieja máquina de escribir, sobre un dinámico recorrido de la cámara por entre los impresionantes vestigios del Machu Pichu peruano. Desde aquel escenario, en un viaje casi trascendental, se prende el relato que vuelve a girar en torno a un triángulo amoroso —un lugar común esencial en el que podríamos considerar el tríptico de Cortázar del director, sobre el que ensaya diversas variaciones, emulando a su vez de esta manera el núcleo analítico de las historias del escritor—.

Aquí, Teresa (Dora Baret), su marido Héctor (nuestro Paco Rabal) y Mario (Ricardo Blume), antiguo amante de Teresa, compartieron una estancia arqueológica en el fastuoso templo hinca. Mario realizó un hallazgo importante, “la estatua”, ese ídolo fatídico de la Antigua Grecia en la literatura, que aquí el director argentino traslada al Perú, y que parece haberlo embrujado. Sobre estas premisas básicas y archiconocidas, Antín se vuelca en trasladar a los recursos narrativos netamente cinematográficos, esa circularidad sin final, enigmática, mágica y desasosegaste, plagada de tensión y suspicacias, de las ficciones escritas por el discípulo moderno de Borges. En este sentido, la disruptividad temporal continuada y repetitiva nos llevará a las persecuciones entre las ruinas milenarias de Teresa y Mario, a rebosar de deseo clandestino, como en esa maravillosa secuencia en la playa, desde la que afloran los celos de Héctor, a las lecturas compartidas en la cama de los cónyuges o a ese obsesivo encuentro de los contendientes en el taller del arqueólogo, que en su composición integral constituyen un elemento diferencial de esta propuesta, en la que también caben los paseos solitarios de la mujer en la urbe bonaerense —¿o es Lima?— filmados con cámara al hombro con un tono semi-documental, que asemeja el film a las tendencias europeas más extendidas. Y al final, el impulso asesino, una llamada secreta y descubierta.

No cabe duda de que el desarrollo artístico de Antín en relación con el legado literario de Cortázar, requiere de un análisis mucho más profundo y exhaustivo, que de ningún modo cabe en esta limitada aproximación. Pero en cualquier caso, espero que contribuya a reivindicar la gran diversidad en diferentes contextos culturales —aquí, el argentino— de aquellos irresistibles oleajes de modernidad que transformaron el cine.

Escrito por María Verchili Martí

 

Ufa con el sexo (Rodolfo Kuhn)

Ufa con el sexo es sin duda una de las piedras filosofales de eso que se llamó Nueva ola del cine argentino (yo ampliaría a latino) de los 60. Su director, Rodolfo Kuhn, fue uno de los nombres indispensables del movimiento y con ésta logró tejer una de sus cintas más paradigmáticas.

Sin embargo, su impacto no tuvo presencia hasta que a principios del siglo XXI un grupo de cinéfilos argentinos recuperó el negativo del film que había sido secuestrado por el gobierno. Pues esta obra magna de Kuhn no logró obtener la calificación industrial para ser exhibida en cines y por tanto fue retirada de circulación sin posibilidad de ser vista en el momento de su producción.

El motivo de la censura fue que la película no casaba con la moral argentina. Esto podría hacer pensar, por su título, que se trataba de una película obscena, por no decir pornográfica. Nada más lejos de la realidad. Está claro que las autoridades de la administración de Juan Carlos Onganía se quedaron patidifusas al observar una película ideada con una ironía y sarcasmo supremo. Un producto que hacía vertebrar su esencia alrededor de la pantomima y el absurdo para retratar con mucha inteligencia una sociedad carente de libertad en la que existía una juventud con ganas de revolucionar los arcaicos cimientos que mantenían con vida a la dictadura.

Ello se refleja muy bien en la propuesta de Kuhn desde su arranque en el que una incisiva y guapa periodista preguntará a una serie de personas normales y corrientes su opinión sobre el amor y el sexo. Acto seguido, arrancará la trama que integra la novela fotografiada por el autor de Pajarito Gómez. Como en esta última el protagonismo reposará sobre los hombros de Héctor Pellegrini, un niño de papá consentido y sin oficio ni beneficio llamado Juan que gasta su tiempo en encuentros fugaces con mujeres para disfrutar del sexo que le proporciona estas relaciones efímeras.

Sin embargo, Juan conocerá en un café a Evangelina, una joven que está leyendo un libro de Simone de Beauvoir, por motivos obvios una autora desconocida por éste. Así, Juan se obsesionará con Evangelina cortejándola sin descanso, pues intuye que puede ser la mujer que cambie su vida de gigoló de pacotilla. Por fin conseguirá conquistar a la joven, pero para su sorpresa ésta le pedirá sus honorarios de prostituta al acabar su primer coito. Este hecho provocará que Juan sufra una serie de dislates por el hecho de no poder concebir que una joven culta, libre y guapa pueda ganarse la vida en la calle con el consentimiento y dirección de su madre.

Ufa con el sexo es una maravilla que se apoya en el sinsentido y el esperpento para narrar una historia contracultural y crítica que presenta como heroínas a unas mujeres que luchan contra las convenciones establecidas. La película combina muy bien la esencia de la ‹Nouvelle vague› con un humor irreverente propio de la Ola negra yugoslava y con una puesta en escena tragicómica que evoca, tanto en su espíritu como en su superficie visual, a una película como Los amores de una rubia de Forman. La metáfora está muy bien jugada presentando a esa familia adinerada, burguesa y seguidora de las reglas del régimen como antítesis de esa aparente familia disfuncional compuesta por esa madre e hija que hacen lo que les da la gana y les hace feliz, aunque ello no sea aceptado por la sociedad.

Esta claro que los censores de la época observaron el peligro de que el público empatizara más con esa familia rara y divertida que con esa otra retrógrada y codiciosa que seguía las doctrinas establecidas.

A destacar los números musicales de apertura (protagonizados por la guapa Marilina Ross) y las escenas de cabaret cantadas por Nacha Guevara cuyas letras suponen una bomba explosiva. Una pena que esa secuencia musical rodada en color con la que culminaba el film se haya perdido para siempre…

Escrito por Rubén Redondo

 

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