Sesión doble: Cuerno de cabra (1972) / Don’t Cry, Mommy (2012)

El ‹rape & revenge› regresa a nuestra sesión doble con dos títulos de lo más dispares que encuentran, primero en la figura del cineasta búlgaro Metodi Andonov una lectura de lo más atípica en su Cuerno de cabra, y por otro lado la venganza a la coreana en un film que se sale del estereotipo en Don’t Cry Mommy de Kim Yong-han.

 

Cuerno de cabra (Metodi Andonov)

Una de las cosas que producen cierto estupor en el subgénero del ‹rape & revenge› es la superficialidad con la que un tema de esta gravedad es tratado. Cierto es que tratándose de películas de género tampoco se demanda un análisis en profundidad del heteropatriarcado con sus causas y consecuencias, pero da la sensación de que se cae en el ‹exploit› de manera bastante gruesa. Estereotipos y clichés donde la mujer violada en cuestión se presenta como una suerte de ‹agent provocateur› frente a una serie de desalmados preferentemente sucios, simples y que parecen haber salido de una cueva. Y todo para dar rienda suelta a una violencia exagerada, casi grotesca donde sí, está justificada la venganza pero más bien parece una vehículo de placer “voyeurístico” para justamente aquello que, en teoría, se pretende denunciar: la masculinidad tóxica y testosterónica.

Cuerno de cabra es un ejemplo de cómo se puede enfocar de forma diferente el subgénero poniendo sobre la palestra cosas tan necesarias como el contexto histórico, una “normalidad” de época y una denuncia de la masculinidad que va más allá del retrato del agresor focalizándose más en las actitudes generales, sean de presuntos héroes o villanos. Cierto es que el film de Metodi Andonov es un drama más cercano a, por ejemplo, El manantial de la doncella (con la que comparte cierto gusto estético) que no a un producto de terror como La violencia del sexo (I Spit in Your Grave, 1978), lo que no es óbice para sustraer momentos de pura violencia y horror en ella.

Es, sin embargo, la manera en que esta violencia es mostrada la que genera el impacto. Lejos de lo explícito (aunque sus momentos tiene) lo que Andonov crea es una experiencia donde la atmósfera, el sonido y el fuera de campo crean ese ambiente opresivo, en el que la violación y el asesinato pueden ser parte de una cotidianidad donde nadie está a salvo. Pero más allá de ello resulta también interesante el enfoque de la venganza. Aquí no hay una pseudo reivindicación feminista explícita en forma de mujer empoderada tomando la justicia por su mano, no. Justamente la denuncia viene dada por la necesidad de hacer que dicho acto de retribución necesite de una conversión hacia la masculinidad. Así asistimos a como un padre masculiniza a su hija, sometiéndola a un entreno y a un cambio estético que la haga más hombre, como si esa fuera la única vía posible para poder llevar a cabo dicho acto.

Con ello también asistimos a la ruptura del frágil equilibrio entre el amor y el abuso. Al fin y al cabo la figura paterna no es cuestionada en cuanto al amor por su hija pero su forma de expresarla solo puede ser a través de la humillación y la impotencia. Con esta derivada, además, se hace hincapié en otro hecho que muy a menudo se olvida en el subgénero, que es la inutilidad y el vacío de la venganza ‹per se›. En este sentido pues, Cuerno de cabra consigue ser violenta, sí, pero del mismo modo pesimista y una denuncia sin paliativos a cualquier forma de opresión. Un film tan sucio y duro como éticamente irreprochable.

Escrito por Àlex P. Lascort

 

Don’t Cry, Mommy (Kim Yong-han)

Protagonizada por una madre recién divorciada y su hija, Don’t Cry, Mommy es una historia clásica de venganza a la coreana, aunque mucho más centrada en los efectos que provocan las agresiones sexuales que en la venganza. Su interés está en la parte policial y judicial, además de en la de los hechos en sí. En su inacción cuando se trata de las agresiones sexuales, un tema que no solo afecta a Corea del Sur, pero que al parecer sigue siendo un gran problema allí debido a ser una sociedad bastante patriarcal y en la que los derechos de las mujeres a menudo son pisoteados en el día a día. Algo de lo que se habló en los medios durante los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 con el caso de la arquera surcoreana An San, atacada por grupos antifeministas coreanos por llevar el pelo corto. Esta película de 2012 ya estaba avisando sobre ese aumento del machismo y la violencia patriarcal centrándose sobre todo en la juventud.

A pesar de tener entre manos una historia cruda y terrible, el director Kim Yong-Han opta por narrarla con un tono que a veces se acerca demasiado al de un telefilm de sobremesa, si bien en general es capaz de equilibrar el arco dramático con la impotencia inmediatamente posterior al suceso y las ansias de venganza derivadas de la falta de justicia. En ese sentido, podemos decir que Don’t Cry, Mommy es predecible y da lo que promete, pero en ambos casos en su justa medida. Además, como cuando se estrenó Una joven prometedora, aquí surge el debate sobre cuál debería ser la respuesta para los casos de violación; si debieran ir en un sentido más punitivo o en uno más “educativo”. Pero claro, cuando quien lo sufre es la protagonista, muchas veces no queda ninguna duda, y quizás por eso aquí hay tanta denuncia como vergüenza por la ausencia de responsabilidad legal entre los delincuentes y violadores menores de edad.

Puede que, por eso, la crítica a la sociedad que presenta la película es extremadamente obvia y en muchas ocasiones también con una alta dosis de dramatismo que, se supone, debería en todo momento cautivarnos emocionalmente, evitando toda posibilidad de desvío narrativo que pueda hacernos olvidar el verdadero drama. Alejada de lo complejo y de cualquier posible desarrollo de otras tramas y personajes, se cierra tanto la perspectiva que el verdadero interés acaba siendo el de desear que la venganza llegue y que nuestra protagonista deje de sufrir, aunque con ello solo le quede un final posible.

He ahí su poder. Don’t Cry, Mommy no está al nivel de los thrillers surcoreanos más recordados de este siglo, pero tampoco lo pretende. Su objetivo parece otro, mucho más alejado de dicho género y con un desarrollo y una planificación pensados sobre todo para destacar la parte dramática producto de las agresiones sexuales a una de las protagonistas. La sed de venganza no satisface por la escasa duración de esta, a pesar de existir, pero la denuncia hacia el sistema que niega las violaciones o incluso las justifica culpando a la víctima es bastante más demoledora tras los títulos de crédito, contundentes y que sirven para visibilizar la verdadera desesperación que sienten muchas víctimas cuando se les hace sentir como la causa de los crímenes de otros.

Escrito por Alberto Mulas

 

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