Renoir (Gilles Bourdos)

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Pierre Auguste Renoir fue uno de los artistas más conocidos dentro del movimiento pictórico del Impresionismo. Contemporáneo de Claude Monet, Paul Cézanne y Vincent van Gogh, fue conocido principalmente por su fijación en retratar mujeres, niños y flores, siempre con el optimismo por bandera. Su segundo hijo, Jean fue otro nombre clave dentro de la historia del cine y posiblemente el más influyente dentro del cine francés, conocido por el cariz humanista de sus películas, entre las que destacan La bestia humana, La regla del juego y El río. La cinta que nos ocupa, escrita y dirigida por Gilles Bourdos, está basada en escritos de Jacques Renoir, el hijo mayor del impresionista, y narra las vivencias de dicha familia cuando Auguste se encontraba en una edad muy avanzada, exactamente 4 años antes de su muerte.

La cinta nos traslada al año 1915, en plena Primera Guerra Mundial, nos muestra a un triste August Renoir debido a la reciente pérdida de su esposa, y a que sus 2 hijos mayores se encuentran en el frente y han resultado heridos, que unido a la artritis reumatoide en sus extremidades (que le obliga a estar en una silla de ruedas) causan mella en el anciano pintor. Sin embargo, la aparición de una bella pelirroja revive la pasión de August, consiguiendo que entre en un nuevo ciclo de creatividad artística pese a su avanzada edad. El regreso del joven Renoir provocará lo inevitable, una apasionada historia de amor con la nueva musa de su padre a pesar de la oposición inicial de éste.

El director francés pone el mayor énfasis en retratar el conflicto generacional existente entre padre e hijo, y los vanos intentos del futuro cineasta de librarse de la influyente figura paterna del viejo pintor, que ejerce como auténtico patriarca tras la muerte de su esposa. Ambos poseen visiones muy distintas sobre la guerra, que junto a la pelirroja es el eje central del filme, siempre presente en el ambiente. También nos habla de la necesidad  imperiosa de creación para alguien que lleva toda la vida expresándose artísticamente aunque se encuentre mermado físicamente. La cinta está atorada de comentarios interesantes del viejo Renoir sobre la creación artística y alguna frase ingeniosa, como la de un personaje que asevera que el cine no fue hecho para los franceses.

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Pese a su título, el alma del filme francés es el personaje de Andree Heuschling, futura esposa y actriz de Renoir, que fue conocida en el cine como Jean Catalina Hessling, interpretada con solvencia por la bella Christa Theret. Según sus propias palabras está capacitada para ser actriz, cantante y bailarina, y no teme a ninguna actividad artística. La musa anima al herido de guerra para que se dedique al cine, un tipo que todavía no tenía claro cuál iba a ser su dedicación (posteriormente se inició en el cine para hacer feliz a su amada), más preocupado por la guerra que por su futuro profesional, que se encontrará en una encrucijada entre la decisión de dejar fluir el nuevo amor por la musa de su padre o sus absurdas pretensiones de volver a la guerra una vez curadas sus heridas para defender a su querido país. Jean aparece como un ser silencioso que no exterioriza sus sentimientos (probablemente debido a su edad y el peso de tener una guerra en sus espaldas), y las escasas veces que lo hace muestra una personalidad muy poco atractiva para tener tanto peso en la narración. Todas las actuaciones son solventes, pero curiosamente, quien más destaca es el joven Thomas Doret (El niño de la bicicleta) en el rol del hijo pequeño del pintor (el único que no ha acudido a la guerra). Un Doret que con sólo 2 trabajos en el cine ha demostrado que hay un actor en ciernes con mucho talento.

Bourdos, mediante un ritmo sosegado (al son de una partitura de Alexandre Desplat menos inspirada de lo habitual), intenta aunar el realismo lírico del Renoir cineasta con el impresionismo de su anciano padre, a quien homenajea claramente con los colores de su paleta y la elección de los escenarios. La narración está acompañada de bellos desnudos artísticos de la joven pelirroja posando ante un paisaje sublime de los campos de Niza, y sutiles detalles de delicadeza estética como el de una pictórica secuencia donde cobra importancia la presencia del sol a través del inmenso polvo de la arena provocado por el viento. También resulta atractiva la secuencia de una merienda al lado de un río, inspirada claramente en los cuadros alegres de Renoir. Pese a la belleza que acompaña a la mayoría de las imágenes, también hay espacio para el dolor en las escenas donde vemos el tratamiento médico usado para apaciguar las maltrechas manos del genial pintor.

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Sin duda, el mayor potencial de la película se encuentra en el trabajo del director de fotografía taiwanés Mark Li Ping-Bing (artífice junto al gran Christopher Doyle de esa apoteosis fotográfica que es Deseando amar de Wong Kar-wai), con unos luminosos interiores, y unos exteriores muy coloristas, acompañados de unos hipnóticos movimientos de cámara con un leve movimiento que generan la sensación como si ésta flotase, que remiten a los de Terrence Malick en To the wonder. Durante buena parte de la narración asistimos a una especie de collage atorado de bellos cuadros en movimiento de Renoir, pero por desgracia, el director francés otorga demasiada trascendencia al aspecto biográfico (muy por encima del experimental y el estético) en una trama que desaprovecha el indiscutible atractivo de utilizar 2 personalidades fundamentales en la historia del arte que pertenecían a la misma familia, quizá porque la elección del momento en que tiene lugar la historia no sea el más atractivo para ninguno de los 2 artistas (especialmente el del joven indeciso Jean).

No es la primera vez que el cine francés nos sumerge en las vivencias de un pintor, ya sea con tintes biográficos o de ficción, pero por desgracia, la cinta de Bourdos se encuentra lejos de las más atractivas incursiones en la temática: Van Gogh de Maurice Pialat (otro filme que se dedicaba a mostrar los últimos días de un pintor, pero lo hacía con mayor solvencia narrativa e interés en el personaje elegido), La bella mentirosa (la radical e inmersiva incursión de Jacques Rivette en los entresijos de la creación artística pictórica, donde Michel Piccoli torturaba a la pobre Emmanuelle Béart con unas posturas dolorosas), e incluso Séraphine de Martin Provost (poseedora de una historia mucho más atractiva por la peculiaridad de la personalidad disfuncional de su protagonista).

Renoir cumple su función de dar a conocer a los menos iniciados la relación familiar entre ambos genios, pero no pasará a los anales de la historia del cine, pese a tratar gran variedad de temas atractivos, que por desgracia están mal desarrollados por falta de equilibrio y de arrojo en lo expuesto.

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