Nina Wu (Midi Z)

Una joven actriz que ha dedicado los últimos años a intentar salir adelante en la industria del cine en la gran ciudad de Taipei se encuentra por fin con una oportunidad de participar en un film que le de prestigio, fama y dinero. Todos sus esfuerzos de dejar atrás a su familia y su vida en una región rural sin futuro ni oportunidades para una intérprete como ella —que encadena sin embargo participaciones intrascendentes en anuncios y cortometrajes— parecen dar sus frutos. La protagonista del título de la película Nina Wu (Midi Z, 2019) lleva una existencia gris que disimula en sus transmisiones desde casa en directo a través de Internet para sus seguidores, donde se marca una línea divisoria clara entre su deprimente intimidad y la brillante y atractiva máscara pública que muestra al mundo. Una máscara que ella misma construye y maneja en sus propios términos, que permite controlar la interacción con sus fans mediatizada por la tecnología de las plataformas digitales y la barrera de las pantallas. Pero ¿qué ocurre cuando se transgreden los límites entre la actriz y su actuación en el ejercicio de su profesión? El rodaje de un largometraje de espías ambientado en los años sesenta deja al descubierto la instrumentalización del personaje de Ke-Xi Wu por parte de la figura de un director autoritario dispuesto a todo con tal de obtener de ella exactamente lo que quiere en cada toma, incluyendo la utilización sistemática del abuso físico y emocional.

A diferencia del planteamiento escénico más bien estático que Midi Z aplicaba en The Road to Mandalay (2016) a través de la composición de sus planos y del escaso movimiento de la cámara, en Nina Wu pareciera que la producción en sí se adaptara a explicitar su naturaleza de artefacto cinematográfico a través de un movimiento continuo y el uso concreto del ‹steadicam›. Los reencuadres de la protagonista empequeñeciendo su figura en relación a su entorno son recurrentes, principalmente en las secuencias relacionadas con el rodaje donde su presencia y voluntad parecen difuminarse hasta desaparecer rodeada de los miembros del equipo o los decorados. Sus miedos a exponerse y la represión sexual que palpita en ella al abordar una desafiante escena de sexo comienzan a fusionarse con su trabajo en pantalla hasta confundirse. Esta ambigüedad permea las imágenes a partir de las fugas entre sueños y visiones entre lo auténtico y lo imaginado que empiezan a colapsar su realidad —y el dispositivo narrativo de la película— sumergiéndola en una fotografía de luz espectral. Un colapso que permite vislumbrar su estado psicológico y dan pistas de un trauma del pasado fragmentado y manipulado en el recuerdo por su memoria, que se presenta al espectador como puzzle a resolver para comprender en toda su dimensión a la protagonista. De esta forma, tomando como punto de referencia su plano final, da pie a resignificar después todo el metraje en retrospectiva.

Una perspectiva crítica respecto a los medios y su aproximación morbosa y frívola del cine está presente para subrayar todavía más la falta de escrúpulos dentro de la maquinaria comercial que lo mueve: cuando en una rueda de prensa las preguntas pasan rápido a indagar sobre cuestiones de ámbito personal o el sensacionalismo del desnudo y el sexo en la pantalla concentran su foco al margen de los valores artísticos de la obra con total normalidad. Se exponen así distintas formas de explotación con los que Midi Z busca los límites de la tolerancia y la aceptación de ciertas prácticas hasta llegar a lo que nos resulta inadmisible. En esa compleja progresión repleta de matices —y en la huida hacia adelante de Nina Wu— radica un complejo entramado moral que interpela tanto a su protagonista como a nosotros. Su sentido de culpa o identificación como víctima, el miedo a asumir que su talento puede que no tenga nada que ver con su éxito y la opresiva percepción externa con sus expectativas configuran una enigmática exploración de la mente de la actriz, intrincada irremediablemente con un terrible contexto social y económico y que tiene su origen en las jerarquías de poder capitalista y patriarcal en las que se sustenta el sistema.

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