La alternativa | Lisa (Gary Sherman)

La adolescencia, etapa de cambios hormonales y descubrimiento del mundo adulto, puede ser un periodo traumático y lleno de dificultades. El cine, en su exploración de estos años tan importantes en el desarrollo de todo individuo, ha recurrido a menudo al género de terror para descifrar los miedos, inseguridades y deseos de esos jóvenes espoleados por una sexualidad incipiente, así como por el anhelo de encajar en lo que entienden que el mundo (que a menudo les decepciona o contraría) espera de ellos, situándolos en una posición emocional muy complicada. La cinta más paradigmática en este sentido sería Carrie, pero hay muchas más. En 1989, sin ir más lejos, el reivindicable Gary Sherman firmó un pequeño thriller de terror que, prescindiendo del elemento sobrenatural presente en la cinta de Brian de Palma y en otras obras que también se centraban en la adolescencia, intentaba hablar de los peligros de querer madurar a toda costa, contándonos la historia de una joven de 14 años que empieza a flirtear telefónicamente con un hombre que resulta ser un asesino en serie.

Sherman acierta a tratar de forma bastante creíble la personalidad de la protagonista (encarnada por Staci Keanan, en una interpretación notable), cuyo interés creciente por los temas del corazón se ve entorpecido por los consejos y restricciones de una madre (la televisiva Cheryl Ladd) en teoría algo sobreprotectora, si bien tanto en lo que decide sobre las libertades de su hija como en la forma que tiene de abordar el tema impera la sensatez y el sentido común. La relación entre ambas está entre los elementos más atractivos de la película, más que nada por el tono equilibrado con el que todo se desarrolla, sin que ninguno de los dos personajes resulte odioso y consiguiendo que ambas posturas sean, como mínimo, comprensibles. La otra parte atrapante de la película está, obviamente, en su vertiente de thriller a la antigua usanza, con todo el suspense implícito en ese juego telefónico inocente que va deslizándose, sin que la protagonista sea consciente, hacia un territorio mucho más peligroso.

La habilidad narrativa de Sherman, así como la solvencia y claridad de su puesta en escena, contribuyen a hacer agradable una intriga que, de otro modo, podía haber caído en la simpleza propia de cualquier telefilme de sobremesa que uno encuentra los fines de semana en Antena 3. No está presente, sin embargo, la intensidad ni la escalofriante inmersión en el terror puro que daban lustre a una película tan emblemática como Muertos y enterrados, una de las cimas del género de los años ochenta. De hecho, el psicópata de turno, una suerte de Patrick Bateman que regenta un restaurante de lujo en vez de invertir en bolsa (hasta su piso resulta semejante, en una versión más ascética o espartana, eso sí), carece del poder perturbador que un tipo así requería. Además, el tema de las velitas no deja de ser un poco paripé, sobre todo si dejas la violencia fuera de plano, a expensas de la imaginación de cada espectador. En todo caso, esto no es óbice para que la cinta funcione con perfecta eficacia durante la mayor parte de su metraje, y muy especialmente en un clímax final no por esperado menos conseguido.

En resumidas cuentas, si uno quiere redescubrir un título menor, sí, pero bastante majete de los últimos años ochenta, o simplemente disfrutar con una historia que explora los riesgos a los que puede abocarnos el ímpetu hormonal que explota en el punto álgido de nuestra adolescencia, puede recurrir perfectamente a esta pequeña pero matona Lisa, en la que las charlas telefónicas (en la era previa a Internet, el teléfono podía ser un conducto inesperado hacia toda clase de peligros) ponen en duelo la inocencia y la maldad. Es cierto que, en otras manos, dicho argumento podía haber desembocado en algo menos convencional y mucho más perverso, pero como retrato naturalista de aquella etapa engarzado en una maquinaria de thriller con visos a terror de psicópata depravado, la peli tiene su punto y se ve sin problemas, aunque el mensaje (fácilmente traducible como “ojito con querer crecer muy deprisa”) le haya salido pelín obvio y moralista.

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