Murió Nicolas Roeg, el reinventor del diálogo cinematográfico

En el día de ayer nos despertamos con la triste noticia de la muerte de Nicolas Roeg a sus 90 años de edad. Sin duda un cineasta peculiar donde los haya cuya trayectoria desgraciadamente sufrió un lento declive en los últimos tiempos, especialmente una vez finiquitada su época de oro que no fue otra que los años setenta, hecho que lo castigó a un paulatino olvido por parte de la nueva cinefilia, esa que está siempre alerta en busca de nombres otrora relevantes caídos en desgracia y que sorprendentemente (o al menos a mí me lo parece) no tiene al bueno de Roeg entre uno de sus nombres más venerados.

Y es que a lo largo de los años setenta Roeg cultivó un universo muy propio y estrafalario, alejado de todo atisbo clásico y por tanto rompiendo esquemas aún no establecidos gracias a un póker de cintas que se encuentran entre lo más jugoso y esotérico del cine anglosajón de todos los tiempos. Pues Performance, Walkabout, Amenaza en la sombra y El hombre que cayó a la tierra constituyen un grupo tan poderoso e impactante que ya de por sí serían capaces de encumbrar a su creador al Olimpo de los prestidigitadores de imágenes cinematográficas. Porque eso era fundamentalmente Roeg. Un mago de la imagen puesta al servicio del tiempo. En mi opinión, lejos de ese halo provocador que algunos achacaban a la figura del maestro, lo que verdaderamente marcó la diferencia entre lo que estaba haciendo el resto de cineastas y lo que moldeó Roeg fue sin duda su capacidad de manipular la conciencia del observador a través de la presentación de imágenes de alto contenido subliminal y simbólico, apoyadas en un montaje arrebatador y una fotografía convertida en un icono representativo de esa mente abierta y privilegiada que ostentaba el británico.

Pues Roeg arrancó su carrera en el celuloide como responsable del departamento de fotografía. Y aún hoy se mantiene como uno de los más grandes cameraman de todos los tiempos. Trabajó con los más grandes de la época de oro del cine británico, siendo especialmente relevante su labor en una joya del Free Cinema como The Caretaker así como su colaboración con David Lean en dos de sus obras maestras: Dr. Zhivago y Lawrence de Arabia. Asimismo trabajó con George Cukor en la menor Cruce de destinos y participó en el departamento de fotografía de esa fallida farsa bondiana que fue Casino Royale. Ya convertido en un tipo de prestigio, se encargó de dirigir la fotografía de algunos emblemas del cine británico de los 60 como la cachonda Golfus de Roma de Richard Lester, la lisérgica La máscara de la muerte roja de Roger Corman (cinta especialmente recordada por sus tonos cromáticos en rojo y azul que simulaban un infierno terrenal con modestos recursos fotográficos ornamentados por Roeg por su innata aptitud para la foto), la histórica Lejos del mundanal ruido de John Schlesinger (sin duda una de las obras más bellas desde el punto de vista visual de los años sesenta) y la que es considerada su aportación más reivindicada en el ámbito de la fotografía, la genial Fahrenheit 451 de Truffaut.

Ya convertido en una personalidad propia en el mundillo cinematográfico británico, Roeg debutaría en la dirección de largometrajes con la inquietante Performance, película en la que destacaba su perfil absolutamente dopado y surrealista que contaba entre su elenco con un Mick Jagger fuera de sí que sacaba de sus casillas a un carismático James Fox. Aquí Roeg daría la alternativa a una estrella del rock como el Rolling Stone Jagger, hecho que volvería a repetir en otras dos ocasiones en el futuro con idénticos buenos resultados. Performance sigue siendo una obra de su tiempo, con sus bondades y sus fallos, pero sobre todo se eleva como una pieza de rock psicodélico orquestada en imágenes cinematográficas tan difusas como perturbadoras, incluidas esas escenas de sexo y libertinaje que tanto agradaban a Roeg. Una cinta de gran influencia en la que son reconocibles los homenajes posteriores de Tarantino, Lynch e incluso PTA. Dividida en tramos muy fácilmente identificables, el primero más cercano al género del thriller y el segundo en el que el ritmo se va desenfocando para derretir sus desaires en un laberinto indescifrable y surrealista como esos experimentos que no sabemos si han conseguido éxito o han sido definitivamente un fracaso, Performance fue un debut arriesgado en el que se definen muchos de los ingredientes que posteriormente retomaría Roeg, siendo especialmente reseñable esa forma de manipular y turbar mediante el empleo de imágenes incendiarias sustentadas en un montaje loco y frenético.

Siguiendo esta senda arriesgada, al año siguiente llegaría Walkabout, que fue precisamente la primera cinta de Roeg que tuve la oportunidad de degustar. Y me capturó en su secta, pues guardo un recuerdo agridulce de esta pieza de arte y ensayo. Cuando la compré en el Fnac (pues formaba parte junto con Performance de su colección de videoteca) creía que me iba a encontrar con una de esas obras británicas donde lo exótico se tocaba con el imaginario del alumbrar a la vida de una pareja de hermanos perdidos en medio de un ambiente inhóspito que representaba el desierto australiano. Una de las protagonistas además era Jenny Agutter, con quien casi todos los cinéfilos de mi generación habían soñado tener una refrescante ducha a lo Un hombre lobo americano en Londres. Pero me topé con un film extraño y experimental. Si bien, al igual que en Performance, al ágil ritmo con el que se iniciaba el film iba decayendo hasta languidecer en su tramo final a cotas casi insostenibles. Walkabout emergía como una especie de cuento tenebroso colmado de luz y belleza merced a la académica fotografía firmada por el propio Roeg. Una escalofriante fábula acerca de los peligros que encierra el ambiente familiar, en la que ciertamente apenas sucede nada, únicamente observaremos a dos hermanos blancos mimetizarse con el ambiente, protagonizar gestos de manual de supervivencia básica y convivir con un aborigen que se encontraran en su camino y al que adoptaran como un medio para alcanzar una salida a su desesperada situación. Todo ello con un montaje en paralelo donde chocarán el progreso con la tradición y el salvajismo de la Australia más recóndita, y en el que Roeg expondrá los peligros que la civilización occidental acarrea para la supervivencia de un entorno natural amenazado por los seres más incivilizados del planeta que casualmente visten traje y corbata en lugar de taparrabos.

Su tercer largo permanece como su cinta más reivindicada y popular. Amenaza en la sombra es la película que etiqueta a Roeg como un autor claramente reconocible. En mi opinión igualmente es su película más redonda y memorable. Ya se ha dicho la enorme influencia que este film de culto ha tenido en cineastas como David Lynch (solo hace falta recordar Carretera perdida para corroborar este hecho). También continua siendo su película más accesible, la más apegada al universo del thriller y terror aún absorbiendo para sí no pocos conatos surrealistas extremos. Una cinta desasosegante e inquietante como pocas, que logran su objetivo desde la más rotunda cotidianidad del relato, una epopeya que habla de la pérdida, del tormento de una pareja que ha sufrido el peor de los calvarios y que se enfrenta a un futuro desconocido en un país igualmente extraño y misterioso. Una intriga que va enrevesándose (incluido otra de esas escenas eróticas míticas protagonizada por Donald Sutherland y la musa de Roeg Julie Christie a quien ya había fotografiado en Dr. Zhivago, Fahrenheit 451 y Lejos del mundanal ruido). Filmada en las callejuelas de una Venecia dantesca y tenebrosa que esconde en sus esquinas seres deformes y desordenados que alteran la tensa calma que existe en un matrimonio al que el paso del tiempo ha afectado su frágil resistencia. La cinta, además de su envoltorio atmosférico, es ante todo un estudio de los efectos que el paso del tiempo detenta en esos matrimonios perfectos en su disfraz exterior pero martirizados en sus entrañas. Un compendio que dialoga en la frontera que separa la vida y la muerte, en la elegía como desgracia indisociable de la existencia y todo ello regado con un surrealismo poderosísimo y encantador que sigue haciendo las delicias a los cinéfilos más exigentes.

Roeg refrendaría con El hombre que cayó a la tierra su enorme triunfo cosechado en los setenta. Mezcla de géneros y enmarcada en el glam rock como su protagonista absoluto David Bowie, Roeg retornaría a sus paradigmas característicos: fotografía marca de la casa de tonalidad cromática caliente tanto como algunas de las escenas saboreadas por Bowie y una belleza paisajista lejos del alcance de los más diestros cinematógrafos, surrealismo culto y subliminal que encierra como en Walkabout un bello canto en favor de la naturaleza y el humanismo y en contra de la modernización sin sentido que estaba aconteciendo en aquellos años. Una puesta en escena estilizada hasta decir basta y ese irregular ritmo que penetra con fuerza en los primeros minutos de metraje para desembocar en un riachuelo estancado conforme el relato va perdiendo su sentido lineal para torcer sus intenciones a parajes más bien espongiformes. En este sentido, Roeg aprovechó la densidad de la trama para jugar con el espacio y el tiempo, adquiriendo la personalidad de un hipnotizador que desentraña los misterios del paso del tiempo yendo para atrás y para adelante sin ningún tipo de obstáculos, perfilando elipsis imposibles de descifrar que suponían todo un deleite, así como esa psicodelia que muestra como el más virtuoso de los seres caerá en las tentaciones terrenales (aquí también Roeg pintará un par de escenas de sexo de alto voltaje) a medida que el ambiente empapa su destino.

Fueron los años ochenta el inicio de la caída de Roeg a los infiernos del olvido. No obstante el decenio comenzó de forma prometedora con Contratiempo, un thriller criminal esotérico y divergente protagonizado por otra estrella del rock como Art Garfunkel en compañía de la pareja de Roeg, la bella y felina Theresa Russell. De nuevo Roeg experimentó con la delgada línea que separa pasado y futuro, forjando marcas claramente identificables con su forma de entender el cine. De nuevo el paso del tiempo está muy presente, en esta ocasión mediante esa relación hombre maduro joven alocada que irrumpe en la línea principal del argumento. La narración volverá a jugar con el tiempo, caminando hacia atrás y hacia adelante mediante el empleo de esos flashback que tanto amaba Roeg, mezclando una trama policial algo destartalada con esa relación carnal que encenderá la pantalla para destruir cualquier conato de sensatez, demoliendo los cimientos de quien cree estar en posesión de la verdad absoluta. Volvemos a encontrarnos con la fatalidad del destino y con un enfoque autodestructivo de la pasión sin barreras en medio de un paisaje policíaco que tan solo sirve de base para verter las derivaciones subliminales del maestro.

Pero los demás proyectos que acometió Roeg en esta década no fueron de mi agrado. Eureka pecaba de excesiva ambición y fracasaba en su intento de desarrollar una epopeya familiar al más puro estilo de Cimarron o Gigante, que dado su carácter megalómano terminó desembocando en un desfile de estrellas emergentes de la época (Rourke, Hackman, Hauer y la propia pareja de Roeg Theresa Russell) que aparecían y desaparecían de escena al más puro estilo de los culebrones ochenteros. Se siente cierto cansancio de Roeg en cuanto a verter sus obsesiones presentes en sus anteriores filmes (el sexo, la perdición, la pasión, la belleza paisajista, la naturaleza con fin último del hombre no vencido por la tecnología y el capitalismo, el surrealismo que aquí desemboca en cierto bochorno, el paso del tiempo), acomodándose en la plasmación de una serie de secuencias bellamente captadas por el maestro, pero a las que faltaba ese ansia de experimentar y jugar que contenían sus anteriores cintas.

Con Insignificancia, Roeg se pasó a la comedia contando con un reparto muy heterodoxo (de nuevo la Russell esta vez junto a Tony Curtis y Michael Emil) y con una trama que evocaba el Hollywood dorado de los cincuenta con clara referencias a los iconos Marilyn Monroe, Albert Einstein y el inefable senador McCarthy. Todos reunidos en un hotel de reminiscencias buñuelescas colmadas de secuencias hilarantes y surrealistas. Un film muy interesante que desentraña la negrura de la condición humana, lo efímero que resulta el éxito, la confusión de la perspectiva pública y la privada, todo ello regado de esos saltos en el tiempo marca de la casa Roeg que esclarecen las miserias y temores que atenazan a ese ojo público repleto de enigmas y tormentos internos.

A partir de esta cinta, la carrera de Roeg recorrería una infinidad de saltos y agujeros negros, trabajando principalmente en televisión. Medio en el que rodaría un remake de Dulce pájaro de juventud protagonizado por Liz Taylor y algunos thrillers eróticos más de medianoche que de sobremesa donde destaca El masaje con la presencia de la ex de Cruise Mimi Rogers. De estos años de decadencia resulta recuperable la notable La maldición de las brujas, sin duda su última película destacable y todo un regalo oscuro e inquietante para ser devorado por los amantes del cine fantástico de brujería y marionetas. Un relato que partía del universo infantil para lanzar no pocas moralejas sobre la perversidad que persigue a una sociedad deshumanizada en la que la magia y la fantasía ha dejado de ser una prioridad frente al aburrido discurrir de los días.

En fin, se nos ha ido un icono del cine británico. Un cineasta al que le gustaba experimentar con el lenguaje cinematográfico, jugando con el tiempo y el espacio mediante unos elegantes flashback que contenían muchas de las obsesiones del maestro. Un juglar excéntrico y osado al que no le importaba ser considerado un bicho raro. Un autor de enorme influencia al que sus últimos trabajos en el medio televisivo relegó a un discreto segundo plano en lo que respecta a la popularidad cinéfila que sin duda será recordado por sus fantásticos e indelebles trabajos rodados en los años setenta en plena fiebre psicodélica del glam rock, aroma que supo adquirir para airear sus más importantes piezas de arte. Descanse en paz, Nicolas Roeg.

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