Maria Chapdelaine (Sébastien Pilote)

Maria Chapdelaine o cómo la contemplación del vasto bosque es capaz de silenciar a una protagonista. Porque el título del film engañosamente nos emplaza a fijarnos en Maria, la joven hija de una familia de colonos franco-parlantes asentados más allá del río, en un solitario terreno que expandir de la nada, arrasando árboles en busca de un terreno firme que sembrar.

Pero lo que nos ofrece es un inicio, un paseo a través del tiempo en un mismo espacio, inhóspito pero esperanzador, un lugar donde ver crecer la naturaleza contra los deseos del hombre. Y a Maria observando todas y cada una de las estancias de ese lugar y sus escasos habitantes.

Pareciera que Sébastien Pilote, que se anima por primera vez a adaptar una novela, y no es que acepte un reto cualquiera, es la novela franco-canadiense más estudiada, una que escribió Louis Hémon a principios del siglo XX y que ya ha sido llevada al cine en innumerables ocasiones. Pareciera, pues, que el director se ha decidido por dar forma a los pensamientos de sus personajes, a expresar en imágenes todas esas partes descriptivas de una novela, que el frío tuviese color, que la indómita naturaleza conservase su forma, dando de lado a lo que podrían conversar o expresar con palabras los que allí vivían. El protagonista es el terreno, y sus habitantes, meros espectadores de suspiro contenido frente a cualquier ligera variación en sus respetables vidas.

Su larga duración permite que el contemplativo modo de exponer la historia se prolongue hasta la extenuación. No es una exageración pensar que aunque se vea el arduo trabajo de esta familia, cómo se esfuerzan en que el paisaje se convierta en un hogar talando árboles, recogiendo arándanos o jugando a las cartas, da la impresión de que nada sucede ni sucederá en el film. Es curioso pensar, una vez finalizado, que pasamos horas esperando escuchar a Maria, cuando no era lo realmente importante en este transcurso de elevado nivel. Puedes disfrutar de las vistas, sí, pero no de la elocuencia cuando no hay lugar para ella.

No es extraño que nos resulte gratificante el conjunto pero nos importe poco el individuo. Maria Chapdelaine se divide en cuatro capítulos con diferentes resultados. Nos acomodamos en un primer invierno que nos presenta sus quehaceres. También conocemos a unos pretendientes para la joven que son ajenos a la pasión, pero nos revelan esos distintos modos de vida en un momento en el que parece que el mundo debe dividirse entre los que afrontan el futuro ampliando horizontes disfrutando de lo que su esfuerzo les ofrece y los que quieren prosperar en el avance tecnológico y las comodidades de ciertas ciudades ya asentadas, donde muchos evolucionan lo que unos pocos sembraron en el pasado. Porque a veces, en algunas pocas ocasiones, la familia Chapdelaine se relacionaba con el exterior, y en estos momentos había espacio para afectadas conversaciones de cortesía que implantaban otro tipo de semillas para darnos a conocer ese ahora concreto, ajeno a su impuesta soledad.

La joven es una excusa sobre la que pivotar una futura revolución que anida en fronteras inexploradas de una Canadá que aún está por florecer, y aunque ella misma debe representar ese sentimiento, lo cierto es que su apocada resistencia disfrazada de ojipláticas miradas y sonrosadas mejillas necesita un poco de rabia de juventud para esmerar el relato. Es tan, y repito, tan contenido el drama que pasmosamente nos convertimos en meros observadores del paso de las estaciones, sin realmente aferrarnos a esos colonos que siempre querían vivir un poco más lejos de los demás.

En un último tramo que podríamos tildar de vertiginoso, el director incrusta sucesos y revelaciones que rompen esa sencilla mirada sin implicaciones que había mantenido hasta el momento, como si quisiera convencernos de que no había tiempo para mantener su alentador silencio y debiese resolver lo que la novela dicta. Aún así Maria Chapdelaine es una bella estampa de la naturaleza y una glorificación del trabajo duro y constante de aquellos que llegaron primero a cualquier lugar, con inspirados sobresaltos críticos y mucho, excesivo respeto por el prójimo que sabe contar las primaveras de una incipiente adolescencia sin utilizar ni uno solo de los recursos propios del género.

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