Marguerite Duras. París 1944 (Emmanuel Finkiel)

Un pseudónimo legendario desde su enunciado, el que presenta a la escritora francesa —de nombre y apellidos reales— Marguerite Germaine Marie Donnadieu. Una ciudad clave, inmersa en un año histórico. Estos tres son los elementos que componen un puzle de resonancias míticas desde su título. La capital ocupada por los nazis, defendida con encono por la resistencia, en los últimos meses de dominio alemán. Los prisioneros de guerra separados de familias y amigos. El rencor que desata la libertad.

El dolor es un libro de memorias, tal vez noveladas, publicado en el año 1985. En el volumen la escritora narraba sus vivencias en París durante el tiempo que pasó deportado Robert Antelme, su marido, en el campo de Dachau y otros, a los que fue trasladado más tarde. Sucesos ocurridos cuatro décadas antes de la edición del manuscrito. Emmanuel Finkiel adapta la novela en un ejercicio empático hacia la protagonista, siempre acorde a la evolución psicológica de Duras, sin caer en la tentación de acercarla por simpatía o mímesis al público. Este alejamiento sentimental del espectador, dispuesto a juzgar a Marguerite sin compasión, crea un mecanismo de extrañeza que funciona a la perfección durante la mitad del metraje, una hora portentosa en cuanto a realización, aspectos técnicos y estructura del film.

La inclusión de una voz en off que pertenece a la escritora, narración que introduce los hechos desencadenantes de una trama, contextualizada en los estertores de la ocupación de París por parte del ejército alemán, es una sucesión de breves escenas que saltan del presente, el año 1945, hasta el pasado inmediato, en 1944. Sin más apoyo que algún rótulo temporal explicativo, Mélanie Thierry aporta una gestualidad, movimientos y ademanes que son registrados en escorzo o de espaldas a cámara en la mayoría de los planos. Pero son también capaces de complementar la expresividad posterior, mediante primeros y primerísimos planos. Con esta visión oblicua de los actores, el cineasta no reduce solo la planificación a un conjunto de réplicas en campos y contracampos frontales, imágenes que se acomodan más a la representación canónica de cualquier film comercial; tampoco pretende abarcar la biografía completa de Duras, sino que concreta la acción en esos dos años decisivos para ella, su país, incluso para el mundo. No hay flashbacks que nos sitúen en su juventud o niñez, solo en el bienio que da fin al conflicto bélico y civil. Toda esta mitad del film se desarrolla con el ritmo de una película de espionaje, dotando de más fantasía a la protagonista, porque Marguerite Duras no es un personaje real, sino un personaje de ficción, casi una agente que trabaja como infiltrada, perseguida por Pierre, el colaboracionista que quiere poseerla.

El ritmo visual está marcado por largos desplazamientos de cámara que siguen a la intérprete, panorámicas que relacionan a los aliados. O bien enemistan a los contendientes. El trazo tan nítido como vigoroso de la puesta en escena, reforzada por un tratamiento del sonido que complementa el trabajo sutil e impresionante de la ambientación, las localizaciones siempre adecuadas, gama cromática pálida pero expresiva, luminosa y diurna. Todos los departamentos conducen a la misma unión de fuerzas que logran pasión con un argumento gélido, algo que contrasta por la sensualidad de otras novelas o guiones creados por la autora.

Tras esos setenta minutos de metraje, el film evoluciona de forma natural desde la intriga hasta el padecimiento de Duras. Las secuencias rodadas en calles, plazas, restaurantes y otros exteriores, se encierran junto al personaje y sus visitantes, en la casa de ella. Son secuencias de interiores, penumbras y sufrimiento que modulan un relato claustrofóbico, directo al abismo. Con virtudes como el desdoblamiento de Marguerite en dos mujeres, la escritora que observa a su propio personaje. La narración comienza a ser más exigente para el público, sin dejar de lado nunca su reflexión sobre la escritura como catarsis y fabulación. Manteniendo la elegancia formal de toda la producción, la integridad de los personajes. El aura de misterio de la creadora.

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