Lois Patiño… a examen

La imagen que nos mira.

En esta semana se ha estrenado en salas Samsara (Premio Especial del Jurado en la sección Encounters de la pasada Berlinale), lo último de uno de los cineastas contemporáneos más representativos del cine europeo en el campo experimental, como es Lois Patiño. Un viaje espiritual entre Laos y Tanzania donde se cruzan la muerte, la reencarnación y la experimentación con la imagen con textura de antaño y un paréntesis de 15 minutos donde, paradójicamente, se nos pide que cerremos los ojos y “veamos” a través de la sensación en nuestros párpados con destellos y de las imágenes que puede generar en nuestro cerebro el sonido, provocando una experiencia cercana a la meditación de forma individual. Recurso sonoro con el que ya investigó en la pieza “Flotabilidad neutra”, perteneciente a la serie “Hadal” (2018), heredero del experimento con sólo sonido de Walter Ruttmann, Wochenende (1930).

Patiño (1983) nunca deja indiferente, apuesta por un cine alejado de los cánones habituales en el que la quietud, la observación, el paisaje y la inmersión en sus fabulosas formas visuales construyen la singular arquitectura de su luz y movimiento. Bebe de aquel cine puro, absoluto de las vanguardias de los años veinte del pasado siglo y no oculta la gran influencia del posterior cine estructural de Peter Hutton, James Benning, Sharon Lockhart o Chantal Akerman, entre otros. Posee estudios de psicología que influyen sin duda en su cine y también trabaja con videoarte en una continua exploración de la imagen que le ha llevado a estar presente y ser premiado en numerosos festivales y centros de arte internacionales.

Desde sus inicios ha jugado con la luz, médula irreemplazable del cine, a la que añade significados que hacen levitar sus imágenes, que se perciben en un estado diferente que te aleja de la realidad yendo más allá. Estado provocado por un aluvión de sensaciones como consecuencia de un tratamiento de la imagen sugestivo en el que le interesa fijar la atención en cómo afectan sus formas visuales al espectador haciéndole partícipe del proceso sumergido e imbuido por una suerte de hipnosis visual. Pero no sólo pone el foco en la imagen, “desafiando” a uno de sus grandes influjos como es Peter Hutton, donde el silencio vertebra su obra para abstraerse por completo en la imagen. Patiño le da mucha importancia a lo que se escucha. Por ello admira cómo Sokúrov trata el sonido en su cine, superponiendo capas, algunas veces casi imperceptibles, otras inundando lo que vemos. Con frecuencia nuestro oído es parte primordial de nuestra relación con su cine, contrariamente fundamentado éste en el juego lumínico.

Lois Patiño transita sendas tortuosas en el sentido de que su radicalidad narrativa, ausencia de un hilo argumental y serenidad podrían jugar en su contra. Sin embargo, es encomiable que exista este cine alternativo en nuestro país de tanta calidad, pleno de creatividad e investigación constantes, desarrollado de forma independiente y rodeado también de grandes técnicos. Un cine llamado a ser contemplativo, que nos apela constantemente, que de tan dilatado en sus planos secuencia termina mirando tus reacciones, sensaciones, permaneciendo en un estado gaseoso que cala. Un cine enclavado en planos fijos sobre el paisaje, con movimientos casi imperceptibles, en búsqueda de una abstracción y separación sobre lo que observamos, provisto de un trabajo sobre la relación espacio-temporal; estudiando que ese tiempo elástico nos induzca a habitar el espacio presentado. Perseguir la memoria de éste, ahondar en lo ancestral, su potencial, lo espectral que se queda ingrávido, cine para contemplar con parsimonia y caminar con su tempo, sin prisas.

Trabajos realizados en muchas partes del mundo en sus viajes como Sol rojo (2018), rodado en México y Galicia, en el que se trabaja la imagen por medio de la variación del color y la exploración de las zonas casi abisales del océano, asimilando el estado de suspensión que provoca el medio acuoso y su silencio. Así como Estratos de la imagen (2014), donde un plano fijo de una persona delante de una cascada nos sumerge en la relación entre el tiempo, color y movimiento. Extracto muy posiblemente sacado de otro corto llamado In Landscape’s Movement (2012), donde observamos una figura humana siempre inmóvil en diferentes tipos de paisajes estáticos aparentemente, pero con otra percepción del movimiento del paso del tiempo tal y como lo entendemos nosotros. Porque una de las constantes del cine de Lois Patiño es la relación cuerpo a cuerpo del ser humano con la naturaleza, de ahí que hallemos personas hieráticas, inertes, enclavadas en espacios naturales que mutan lentamente. En ese sentido destaco Fajr (2016), uno de los cortos más fascinantes de su filmografía, rodado en Marruecos, sobresaliendo unas figuras espectrales en el desierto en blanco y negro desde la noche hasta el amanecer que aparecen y desaparecen adquiriendo un magnetismo enorme entre las ondas sinuosas por el viento de las dunas y sus diferentes volúmenes.

También Montaña en sombra (2012) profundiza sobre la conexión de seres humanos en la inmensidad de la naturaleza a través de planos con mucho contraste entre montañas nevadas rodadas en los Alpes e Islandia y esos esquiadores diminutos que se deslizan ladera abajo provocando texturas muy interesantes en la nieve perdiendo su significado al verlas desde planos picados y adquiriendo una resignificación como muchas de las imágenes de este director. Las personas solitarias, como en los cuadros de Hopper, generan expectativas, están sus cuerpos, pero sus mentes permanecen en otro lado, en otro tiempo. En Lúa vermella (2020) asistimos a una alquimia de la imagen con colorido espectacular en tierras gallegas con el mar como misterio insondable que se traga vidas llevándolas al fondo y rodeado de figuras fantasmagóricas repartidas por distintos espacios como elementos naturales permanentes que ahondan en lo misterioso, la extrañeza, la muerte, lo místico. Personas que hablan de forma inexpresiva con resonancias atemporales y con voces atávicas.

Encontramos como aspecto habitual que en sus trabajos no suele haber diálogo, “norma” que rompió en Noite sem distância (2015) primero, y Samsara después, donde escuchamos a personas hieráticas y casi inmóviles, contrabandistas, hablar entre ellos en actitud fría con palabras que se quedan suspendidas en el tiempo entre la frontera de Galicia y Portugal décadas atrás. Unido a una belleza de la luz, con una noche alucinada, onírica, provocadas por el tratamiento de la imagen con inversión en negativo fantasmal y muy bien lograda. Porque este cineasta sonda lo abstracto, sus texturas visuales y sonoras habitan en el mundo de los sueños. Como decía Jean Epstein: «Al igual que el sueño, el cine puede desplegar su tiempo propio, capaz de diferir ampliamente del tiempo de la vida exterior, de ser más lento o más rápido que éste último». Su cine es instrumento del reflejo de lo profundo, lo insondable, lo inexplicable, lo oculto y enigmático que hay detrás de lo que vemos.

Y ese mundo irreal, nocturno e ininteligible está muy bien representado con la noche de Tokio distorsionada en El sembrador de estrellas (2022), enfatizada por las luces de barcos, reflejos en el río, edificios y trenes que adquieren otra dimensión, alcanzando otra forma poco a poco hasta conseguir una metamorfosis estelar mientras escuchamos las últimas reflexiones de unos reos a modo de ‹haikus› antes de morir y pensamientos de diversos autores. Una conjugación visual-literaria elevada, mística, alrededor de la muerte y muy bien trabajada plásticamente para conseguir planos verdaderamente hipnóticos.

Lois Patiño, poeta visual de su Galicia tal como refleja Costa da morte (2013), indagador de lo visible e invisible, transformador de los límites de la realidad, hacedor de sueños, alquimista de la imagen, auscultador del subconsciente.

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