Lo mejor de 2018 por… Daniel Molina

Durante el pasado año he escrito mucho menos de lo que me habría gustado, pero, por suerte, he podido ver mucho más cine del que esperaba. Sin embargo, me han pedido que elija diez obras de 2018, mis diez películas favoritas de un año que, a mi parecer, es digno de celebración para cualquier amante del cine. En este momento, el de colocar unas obras por encima de otras, no puedo evitar sentirme un impostor, no solo por aquellas películas que no he visto (Burning, Sunset, Entre dos aguas serían los ejemplos más flagrantes), sino por aquellas que he visto y siendo grandes películas he decidido dejar fuera —Un sol interior, La última bandera, Cold War—.

Las diez películas que hay en mi lista me parecen extraordinarias, no diría incontestables, pero sí sólidas en sus planteamientos, sugerentes en sus formas y, sobre todo, proponen —a través del cuestionamiento de lo que entendemos como puesta en escena— una hoja de ruta acerca de las múltiples direcciones en las que el lenguaje del cine puede continuar evolucionando.

 

10 — 15:17 Tren a París (Clint Eastwood)

Estrenada directamente en VOD, puede que sea la culminación de un proceso de reflexión acerca de cómo penetrar en lo real a través de la ficción. Un estudio que Eastwood comenzó en J. Edgar y termina en este experimento performativo de personajes anónimos que se interpretan a sí mismos. Entre el falso documental y el drama de sobremesa, Eastwood cuestiona la masculinidad inherente al mito del héroe americano y señala, en la misma dirección que El francotirador, la falibilidad de un sistema de valores cada vez más obsoleto.

 

9 — Infiltrado en el KKKlan (Spike Lee)

Historia del cine para ‹dummies›. O cómo la cultura es un relato de invisibilización. Desde el prólogo con Alec Baldwin grabando un panfleto supremacista hasta las imágenes del incidente en Charlottesville, Spike Lee nos señala como espectadores para que no repitamos los errores del pasado. Un thriller algo descafeinado, una sátira de brocha gorda, pero la urgencia y la lucidez de sus argumentos merecen ser reivindicados.

 

8 — La fábrica de nada (Pedro Pinho)

Una crisis que nunca acaba, una caída sostenida, lenta, pero imparable. Estas son algunas de las ideas que Pedro Pinho (y el resto de sus colaboradores) lanza durante las tres horas que dura su, por qué no decirlo, magistral película. Coquetea con los géneros —atención a la escena ¿musical?— tomando desvíos narrativos, a cual más arriesgado; aborda la intimidad de la vida conyugal de sus trabajadores, las disquisiciones políticas sobre cómo enfrentarse al cierre de la empresa, el legado histórico de un país en constante reconstrucción y, por si fuera poco, propone una dialéctica formal entre lo testimonial y el cuestionamiento de su propia naturaleza representativa: ¿cómo filmar una película sin intervenir en lo que sucede?

 

7 — Lady Bird (Greta Gerwig)

Debut en la dirección de Greta Gerwig, protagonista de Hannah Takes the Stairs o Frances Ha, presagio de una cineasta inscrita en el realismo indie, capaz de armonizar los gestos más expresivos de Baumbach con el rechazo del sentimentalismo de Linklater. Las interpretaciones de Saoirse Ronan y Laurie Metcalf y la ilusión realista del plano largo y la cámara inquieta hacen de Lady Bird un ‹coming of age› a la altura de sus referentes en el retrato de lo cotidiano.

 

6 — Niñato (Adrián Orr)

Un filme asombroso. Adrián Orr como director y Ana Pfaff como montadora, construyen un documental sobre David, de 34 años, aspirante a rapero, dedicado a cuidar de tres niños. Tan solo —como si fuera poco— a través de la duración, lo cotidiano se infiltra en unas imágenes donde la cámara parece formar parte del ecosistema que retrata. Una nueva forma de realismo, en la que los protagonistas no parecen representarse a sí mismos, sino que, gracias a la cantidad de metraje y el preciso trabajo de montaje, lo real logra aparecer por sí solo.

 

5 — Lo que esconde Silver Lake (David Robert Mitchell)

David Robert Mitchell nos regala —sí, nos regala— su película más ambiciosa y, tras haber realizado It Follows, es decir mucho. Con Andrew Garfield especialmente inspirado en su papel de ¿millennial? conspiranoico, Mitchell utiliza la supuesta desaparición de una chica para desviarse una y otra vez por un Los Ángeles laberíntico. Pistas que conducen a más pistas, un asesino de perros, sombras tenebrosas y ardillas muertas, Lo que esconde Silver Lake se presenta como cóctel multirreferencial para señalar, precisamente, que nuestra obsesión como espectadores —pues, hoy en día, todo es espectáculo— por dar sentido al caos es lo único que mantiene en pie una cultura (la pop) que hace tiempo dejó de ser algo más que superficie.

 

4 — Lazzaro feliz (Alice Rohrwacher)

Alice Rohrwacher (La meraviglie) invoca el espíritu humanista del neorrealismo italiano en el rostro de su Lazzaro —emocionante Adriano Tardiolo—. La dignidad con la que retrata la candorosidad de sus personajes, obligados a sobrevivir en la miseria, la convierten en la película más emocionante del año. Mención especial al ‹flashback› en plano secuencia que, sin duda, evidencia la comprensión por parte de Rohrwacher de que forma y fondo son dos caras de una misma moneda.

 

3 — Zama (Lucrecia Martel)

Sin duda, Zama es la película con la que Lucrecia Martel (La niña santa, La mujer sin cabeza) sublima todos los recursos estéticos que barruntaba en sus anteriores trabajos. En este caso, a través de la subjetivización gracias a las voces en off y a las elipsis abismales, nos sumerge en la desesperación de Diego de Zama —interpretado por Daniel Giménez Cacho—, enviado de la Corona española a Paraguay, que espera el traslado a Buenos Aires. Los saturadísimos paisajes selváticos y el imaginativo uso del fuera de campo la convierten en una experiencia sinestésica, en la podemos sufrir los mecanismos de la espera desde la propia psicología del personaje.

 

2 — El hilo invisible (Paul Thomas Anderson)

Paul Thomas Anderson puede haber dirigido su mejor película, pero quizá es pronto para juzgarla dentro de una filmografía envidiable. PTA se sirve de la, según él mismo ha afirmado, última interpretación de Daniel Day-Lewis en el cine, para dar vida al modisto Reynolds Woodcock. Su personalidad obsesiva, perfeccionista, atormentada por el fantasma de su madre y la relación sadiana que establece con una de sus modelos revelan el carácter autorreflexivo de El hilo invisible. Anderson se mira a sí mismo —sin perder de vista el voyeurismo del Hitchcock—, sus filias y fobias, la capacidad del arte como exorcismo y finísima línea entre lo bello y lo siniestro.

 

1 — Western (Valeska Grisebach)

Recuerdo perfectamente el momento en que salí del cine tras verla. Supe que sería difícil que viese algo más estimulante en lo que restaba de año. Una historia sobre la identidad de un hombre sin pasado. Meinhard, así se llamaba el protagonista, empieza a trabajar en una zona fronteriza entre Bulgaria y Alemania. Allí, a caballo entre dos sitios, en tierra de nadie, se siente libre. Entabla amistad con las gentes de un pueblo y ve la oportunidad de ser alguien diferente. Valeska Grisebach (Sehnsucht) dirige, para mí, la mejor película del año: por cuestionar la concepción de identidad en la modernidad líquida de Baumann y por tomar el no-lugar de Augé como punto de partida para replantearse el futuro de nuestra sociedad.

 

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