Lo mejor de 2017 por…. Rubén Collazos

Vivir alejado de la sociedad —o de la masificación de la misma, mejor dicho— tiene sus pros y sus contras. Y es que aquello de huir de esas muchedumbres en ocasiones tan molestas o poder sentarte tranquilamente en la butaca sin que nadie te importune —aunque no siempre, desafortunadamente— tiene su precio… y es el de no poder acceder a esa variedad que proponen las carteleras —siempre a través de distribuidoras más menudas y con menos medios para hacernos llegar sus títulos— en ocasiones, y menos todavía, acceder a ello en VOSE. Pero si algo tiene el cine, es que forma ya parte de nosotros, y aunque sea en el único día de fiesta habiendo de desplazarse al lugar que sea, no deja de ser algo más que un hábito. Así que, con algunas deudas pendientes, y no pudiendo haber disfrutado muchas de esas joyas que llegan cada temporada en la gran pantalla —o en ninguna, todavía, de hecho, por aquello de ir saldando cuentas poco a poco—, dejo por aquí aquellos títulos que me han cautivado en mayor o menor medida:

 

10 — La autopsia de Jane Doe (André Øvredal)

Después de un gran debut con Troll Hunter, tocaba ver cómo adecuaba André Øvredal el carácter de su cine a una ficción pura —o, en otras palabras, una ficción sin condicionantes, que es aquello que propone en cierto modo la inmersión en un subgénero como el del ‹found footage›, por haber ciertas «normas» establecidas—. La autopsia de Jane Doe asomaba así como la piedra de toque definitiva para un cineasta que había demostrado ideas y tablas, pero en especial como la forma de reinterpretar un relato ajeno a través de su prisma —pues en este nuevo film, el guión era ajeno—. Lejos de lo que pudiera parecer, La autopsia de Jane Doe se aparta de cualquier idea preconcebida y, aunque busca soluciones constantemente tanto en los territorios comunes como en la cronología del sobrenatural, sabe apoyar su tesis en una única escena —la que, precisamente, da nombre a la película— que el noruego borda con temple, y emplea como punta de lanza de un film que, por más que se torne un tanto formulaico en determinados tramos, no deja de resultar una notable incursión en un terreno conocido que Øvredal personaliza con una facilidad pasmosa.

 

9 — Verónica (Paco Plaza)

Cuando en 2007 llegaba aquella [•REC] rodada por Jaume Balagueró y Paco Plaza, algo destacaba por encima del «Experimenta el miedo» que sobresalía en su cartel, algo más allá de la experiencia de vivir el horror en primera persona y darle una vuelta (más) al desgastado ‹found footage›; y ese algo subsistía en una pulsión social, satírica, incluso en cierto modo ‹Berlanguiana› que precisamente le confería al film más virtudes de las que se le suponían a priori. Esa esencia, que conectaba en menor medida con sus secuelas, parece haberse trasladado en cierta medida al nuevo trabajo de Plaza, que si bien se desprende de ese componente mordaz, sabe poner en su mira una realidad que no hace sino complementar el universo creado por el cineasta. Así, aquello que se antoja tangible, palpable, incluso social, traba una sugestiva relación con el componente terrorífico de esta ‹coming of age› donde tan fácil resulta empatizar con los personajes o dejarse guiar por sus incógnitas, como empaparse de un horror cuyo mayor mérito resulta en exorcizar sus virtudes para llevarlas a una parcela en la que encontrar una identificación sin demasiados inconvenientes.

 

8 — Brawl in Cell Block 99 (S. Craig Zahler)

Saliendo de un primer visionado de Brawl in Cell Block 99, lo nuevo de S. Craig Zahler tras una ópera prima que valía su peso en oro, Bone Tomahawk, la pregunta era inevitable: ¿superaba su nuevo film al inesperado debut que nos ofrecía un par de años antes? Y la sensación era de que se trataba de un anexo notable, aunque inferior a Bone Tomahawk. Una afirmación que quedaba desmentida al digerir y madurar un film empapado nuevamente de cinefilia, donde Zahler dirige su mirada al terreno «exploit» empapado de una serie B cuyos mimbres precisamente sorprendían por huir de lo prototípico. El de Miami vuelve a cocinar un relato a fuego lento para implementar un fabuloso crescendo en el que Vince Vaughn se adueña del panorama casi sin quererlo, ya sea recibiendo o repartiendo. La realización de cadencia lenta nos lleva a un último acto en el que Zahler dispone las herramientas y Vaughn se desata definitivamente en la construcción de un ejercicio en el que, por si cabía alguna duda, su título ya dispone una direccionalidad y contundencia que Brawl in Cell Block 99 termina trasladando a sus entrañas con una fuerza digna de elogio.

 

7 — Housewife (Can Evrenol)

Si en su ópera prima el turco Can Evrenol se mostraba como un gran creador de atmósferas a través de las que fomentar un universo tan referencial como, en suma, personal, el cineasta turco pule en parte los palmarios defectos de Baskin —que se desarmaba ante una más que evidente voluntad de epatar— en su nuevo trabajo, un film mucho más medido, capaz de sustentar cada escena en la modulación de un carácter que nos lleva de las tonalidades más sutiles a un delirio absoluto que pocas mentes podrían concebir como la de Evrenol. Si por algo destaca Housewife, es por la evocación de un microcosmos que se vuelve a alimentar de alusiones y referencias —en especial, al imaginario Lovecraftiano—, pero además es capaz de trasladarlo a un relato tan febril y alucinado que no termina en su último plano, sino en la mente de un espectador que no tiene más remedio que rendirse ante un fascinante rompecabezas que no deja indiferente.

 

6 — Mimosas (Oliver Laxe)

Mucho se ha hablado durante los últimos tiempos de las no-inclusiones en SO oficial de cine español en los grandes certámenes —de hecho, con la aparición de la de Berlín, incluso surgieron listados de la poca atención en torno a las películas patrias en los últimos tiempos—; un hecho que, no obstante, no es óbice de nada, pues más allá de esa extraña tesitura —que puede tener su origen en no pocas causas— encontrar cintas como Mimosas, segundo largometraje de Oliver Laxe tras Todos vosotros sois capitanes en secciones como la Semana de la Crítica confirma que en nuestro cine hay algo más que aspiraciones. Pero además de ello, la vital importancia de Mimosas remite a ese «otro cine» patrio que encuentra en el prisma genuino de Laxe un viaje hasta los límites que rememora aquellos perpetrados por Herzog en décadas pasadas, (re)componiendo parte de su absurdo e irracional ideario, y encontrando en uno de esos personajes memorables (el interpretado por Shakib Ben Omar) una representación que se antoja el contrapunto perfecto a una obra notable de un cineasta que dará que hablar, si no lo ha hecho ya.

 

5 — Lady Macbeth (William Oldroyd)

Pocas son las ocasiones en que un debut genera los halagos e incluso expectativas que logró fomentar esta Lady Macbeth, y es que más allá del talento de su autor para componer un relato tanto desde sus personajes como a través de los espacios fomentados, nos hallamos ante uno de esos descubrimientos imponentes: el de la joven actriz británica Florence Pugh, que en su primer rol como protagonista absoluta, sostiene un tremendo pulso ya no únicamente con sus compañeros de reparto, también con una cámara de cuyo prisma se adueña con una soltura extraordinaria. Con un as en la manga como el de Pugh, Oldroyd desarrolla una cruenta y desalmada crónica en torno a un juego de poder que no se inicia como tal, pero en manos del aquí debutante termina dibujando uno de esos periplos que culminan en una imagen tan determinante como deshumanizada y heladora.

 

4 — Columbus (Kogonada)

Parece ser que el año que nos ocupa —o, mejor dicho, la temporada de estrenos que nos ocupa— ha sido de descubrimientos femeninos, y no únicamente tras las cámaras —debuts como los de Carla Simón, Ana Urushadze o Alice Lowe y confirmaciones como las de Ildikó Enyedi y Milagros Mumenthaler dan fe de ello—, también ante ellas; puesto que si nombres como los de Darya Zhovner (Demasiado cerca), Eili Harboe (Thelma) o Florence Pugh (Lady Macbeth) han dado que hablar, en Columbus no podemos dejar de enamorarnos vez tras otra de un personaje como el interpretado por Haley Lu Richardson y, cómo no, de su portentosa interpretación. Kogonada construye a través de ella un espacio emocional que se confronta con la arquitectura, y lo hace mediante un relato tan sutil y delicado como lo resultan sus personajes, llevando así una crónica que posee más en su interior de lo que se desvela en apariencia y logra un retrato repleto de sensibilidad orientado por un cineasta cuya virtud en lo visual complementa un trabajo que no hay que perderse.

 

3 — Demasiado cerca (Kantemir Balagov)

Llegada de Un certain regard de Cannes, de un debutante y con otra actriz (la ya citada Darya Zhovner) imponente al frente, Demasiado cerca es otra de tantas óperas primas que surgieron prácticamente como una confirmación al pasado 2017. Kantemir Balagov, apoyado en el núcleo familiar, la tradición y, en especial, esos muros autoimpuestos por la sociedad —que la propia protagonista define en el film de modo bastante mordaz como «tribus»—, logra en Demasiado cerca el relato crudo y contundente de una comunidad alimentada por absurdos prejuicios que no hacen sino empujar al propio individuo a un precipicio fomentado por la indefensión. Ila, la protagonista, busca huir de ese eje apoyándose en una libertad que, por más que intente asir por bandera, no deja de ser el perfecto reflejo de hacia dónde estamos apocados como sujetos. Sustentado por un formato que ayuda a hacer irrespirable ese en ocasiones descarnado ambiente, y empuñando lo visual en más de una ocasión en forma de hiriente metáfora, Balagov demuestra que su cine no está sólo en el alegato social y que, con poco, puede llegar más lejos de lo imaginable.

 

2 — El viajante (Asghar Farhadi)

En 2013 llegué casi sin quererlo a un descubrimiento: el cine de Asghar Farhadi. Cuando me encontré con El pasado no lo conocía, y si bien es cierto que todavía tengo una cuenta pendiente con el iraní, la impresión que me causó su anterior largometraje fue lo que me hizo dirigirme sin echar la vista atrás a su nuevo trabajo, esta El viajante que nos ocupa. En él, Asghar Farhadi vuelve a componer un film magnético, de esos que prácticamente dan inicio con lo que vendría siendo poco más que una anécdota, pero que en manos del autor de Nader y Simin, una separación termina cobrando tintes casi de epopeya dejando un último acto absolutamente demoledor. Y es que en El viajante no hay vencedores ni vencidos, sino estigmas de una sociedad ante los que la respuesta es siempre vívida, descarnada, en otro complejo relato que continúa confirmando a Farhadi como una de las grandes figuras del panorama actual.

 

1 — La idea de un lago (Milagros Mumenthaler)

Lo más complejo de componer un film como este La idea de un lago, lo nuevo de Milagros Mumenthaler tras Abrir puertas y ventanas, no es el de forjar uno de esos universos tan únicos como libérrimos, sino remitirnos a una época pasada repleta de cicatrices y hacerlo con un logrado tono que en ocasiones colinda con un fantástico más terrenal a través del imaginario, de lo ilusorio. Es así como Mumenthaler nos conduce a una crónica que se nos descubre en cada momento, que posee una capacidad maravillosa para sugerir y confrontar, encontrando así imágenes a través de las que evocar un escenario que se complementa con esa mágica irrealidad fomentada por la cineasta argentina. La idea de un lago infiere así en la idea de un cine sin límites, cuya imaginación sea parte de un salto al vacío que culmina en un film lucido, de esos que no hay que obviar y cuyas virtudes, ante todo, nos dejan ante la concepción de un fotograma que se siente más vivo que nunca.

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