Lo mejor de 2012 por… Rubén Collazos

Aunque siempre ha habido y habrá espectadores y cinéfilos empeñados en seguir anticipando la muerte de un arte que mucho tiene que decir todavía y que a algunos sólo les remite a clásicos ante la saturación creativa de grandes mecas del cine como había sido la Hollywoodiense, por acogernos al ejemplo más sangrante, sólo es necesario echar un ojo a otras cinematografías (y, en ocasiones, ni esas, pues las filiales de ‹majors› en lo que atañe a cine independiente también aciertan de vez en cuando; ya no les cuento sin ‹majors› de por medio  para darse cuenta de que todavía hay suficientes alternativas en el panorama, tanto en sobresaturados géneros como el cine de terror que todavía sigue regalando perlas como la australiana Crawl (Paul China), la injustamente denostada Sinister (Scott Derrickson), esa gema llamada Excision (Richard Bates Jr.) o la maravillosa Maniac (Frank Khalfoun) como en otros que han reflotado gracias a compañías como Pixar o Ghibli, pero lejos de esos parajes siguen dejando cintas como esa pequeña delicia llamada El apóstol (Fernando Cortizo) o piezas de orfebrería en el creciente mundo del corto como Oh Willy… (Emma De Swaef, Marc James Roels) y El último autobús (Ivana Laucíková, Martin Snopek).

Pero como no todo va a ser cine de género o cine que sigue desatando prejuicios de lo más absurdos, también tenemos ahí grandes comedias tales como El nombre (Alexandre de La Patellière, Mathieu Delaporte), aportaciones dramáticas de peso en la Amor de Haneke o fantásticas cintas de acción como The Raid (Gareth Evans) y Dredd (Pete Travis), sin olvidar el formidable ejercicio que supuso Los vengadores de Joss Whedon, que no está de más citar aunque aquí busquemos otro tipo de propuestas. Mención aparte, eso sí, para dos cintas que llegarán este 2013 (así que ya caerán en ese top) y que son simplemente de lo mejor del año. Por un lado, la atmosférica y regeneradora The Lords of Salem de Rob Zombie, y por otro ese viaje pasado por ácido, referencias a la cultura moderna y un gran James Franco llamado Spring Breakers, de un Harmony Korine que no deja de azuzar todo lo que toca, aunque haya princesitas Disney mediante.

Dicho esto, iniciamos el repaso al Top 10 del año (estrenado en España o visto en festivales) por este humilde servidor:

 

10 – Compliance (Craig Zobel)

Aunque el cine independiente norteamericano no se encuentre en el mejor de los momentos gracias a inenarrables aportaciones como el Juno de Reitman o Los chicos están bien de Cholodenko, que no hacen más que blandir un estéril discurso conservadurista que palidece ante cintas como la mencionada Compliance, un film en el que la realidad queda empequeñecida gracias a la habilidad de un cineasta que nos habla sobre una sociedad servil y compone en un palmo de terreno un notable testimonio que ni puede ser acusado de resultar teatral, ni poco cinematográfico gracias a una impecable labor actoral, así como a una realización que rebasa, en mucho, lo esperado. Simplemente, hay que verla, y corroborar con ello que ni el mejor de los sketches de los Monty Python podrían reflejar lo que hoy en día supone la palabra sociedad.

 

9 – Moonrise Kingdom (Wes Anderson)

A muchos nos sorprendió con la pop y maravillosa Life Aquatic tras la que, lejos de decaer, dio un paso más con Viaje a Darjeeling e incluso se atrevió con la animación en El fantástico Mr. Fox. No obstante, mantener y continuar amplificando un discurso tanto formal como tonal no era sino una tarea de titanes, en especial teniendo en cuenta que Anderson ya se había lanzado a la aventura con una pareja de niños como protagonistas (ya se sabe, pueden no ser muy buenos aliados en el cine) y algún que otro actor de dudosas credenciales estos últimos años. El que más dudas generaba (por lo menos, a un servidor), Edward Norton, fue el que más sorprendió en esta enternecedora historia repleta de referentes, dirigida con mano maestra y dejando, por si todo ello fuera poco, algunas secuencias simplemente exquisitas tanto a nivel visual como de planificación, y otra de esas bandas sonoras por las que Alexandre Desplat se está ganando el cielo. No menos, está claro, que un Wes Anderson cuya próxima aventura se espera como agua de mayo.

 

8 – La casa Emak Bakia (Oskar Alegría)

Aunque en su momento, recién salidos del cine, palpitantes ante un ejercicio de irradiante espontaneidad y frescura, no nos atrevimos a dedicarle unas líneas que se extendiesen más allá de lo que escribiré aquí, bien merece darle un cálido homenaje en esta pequeña web al debutante y autofinanciado Oskar Alegría, que consigue lo que otros de proponen en su La casa Emak Bakia: deconstruir el documental, juguetear con él y ofrecer un auténtico recital de sapiencia narrativa, creatividad y tenacidad al lanzarse como un auténtico aventurero contra las aguas de un género normalmente olvidado que con la presencia de Alegría toma una nueva dimensión: ya no es necesario conocer de que se hablará o profundizará en la pieza en sí, lo único que hay que hacer es sentarse y disfrutar.

 

7 – Una pistola en cada mano (Cesc Gay)

Incomprensible el hecho de que se siga olvidando a un auténtico titán como Cesc Gay en una cinematografía patria que necesita autores como el catalán para crecer. Y no será porque esté dando sus primeros pasos o no tenga cierta resonancia entre determinados sectores del público; más bien lo contrario. De hecho, y como se suele decir, la experiencia es un grado, y Gay lo demuestra componiendo otro de sus mosaicos, en esta ocasión fijando la figura masculina en su punto de mira para llevar a cabo una historia coral donde el enlace no parece llegar, sin necesidad de que la estructura se resienta. También lo demuestra al manejar un elenco repleto de grandes nombres como quien no quiere la cosa, y logrando en su nuevo trabajo una de esas joyas que nos desnuda, nuevamente, haciendo gala de un genial e incluso perverso un sentido del humor que no tiene nada que envidiar a las grandes figuras actuales de la comedia, si es que las hay.

 

6 – Martha Marcy May Marlene (Sean Durkin)

Más cine independiente, en esta ocasión de la mano de un debutante que me hizo rememorar a su modo y no sin enorme fortuna (porque recordar una cinta así y que no haga mella es digno de mención) una de las sorpresas de 2009, la Canino de Lanthimos. Obviamente, Durkin se aleja de ese estilo tan (en ocasiones) críptico, peculiar y personal del griego para armar su propio discurso sobre la influencia de la sociedad en el ser humano y, en especial, en una etapa cognoscitiva que en Martha Marcy May Marlene se nos muestra acertadamente en una progresión de flashbacks que desembocarán en un inesperado e inquietante final. La elección de una de las que parecía (y digo parecía por lo que será su llegada al cine más comercial en esa nueva Godzilla) musas independientes de la nueva era no podría ser más acertada con una Elizabeth Olsen simplemente magnífica que culmina uno de los grandes títulos de la pasada temporada.

 

5 – Sightseers (Ben Wheatley)

Le descubrimos en la tremenda Kill List, y en su nueva Sightseers el vendaval de negrísimo humor del que hacía gala el trailer nos remitía directamente a la comedia más ‹british›. Sin embargo, y sin despeinarse, Wheatley se sobrepuso a ese difícil escollo que puede suponer estar a la altura de lo que generalmente ha salido de las islas, superándolo con una pericia digna de elogio volviendo a las constantes de un cine, el suyo, que siempre nos devuelve una auténtica bofetada donde las relaciones empiezan y culminan en la violencia. Sin regodearse en ella, simplemente siendo su modo de canalizar las frustraciones y desmanes de aquello a lo que llamamos amor. Así, la reinterpretación de un guión escrito por los propios protagonistas del film, unos brutales Alice Lowe y Steve Oram, nos devuelve a la realidad que ya se intuía en Kill List: que el británico es y será uno de los grandes talentos en los años venideros.

 

4 – Harakiri (Takashi Miike)

El loco de Miike, ¿qué decir de él? Visitor Q, La felicidad de los Katakuri o Ichi The Killer son ya de por sí cartas de presentación suficientemente contundentes. Pero… ¿y qué sucede si uno de los autores más bizarros y violentos de los últimos tiempos decide revisar un clásico absoluto? Pues que nos topamos con su madurez en algo que bien se podría tildar de obra maestra: un prodigio de la ambientación, de como manejar el ‹impasse› dramático de la obra y de como hacer que cualquiera se olvide del film original en una auténtica joya que no tiene desperdicio alguno. Es más, a día de hoy sigo manteniendo que el empleo de 3D que hace Miike en su Harakiri es el único de todos los habidos y por haber que complementa y dota de interés a la obra, sumergiéndonos (más si cabe) en ella. Poco más se puede añadir, en especial cuando el nipón demuestra que 13 asesinos no fue fruto de la casualidad y que, además, puede alcanzar cotas más altas sin que se le pueda achacar nada, pues en el fondo, y aunque difiera más de lo que se podría esperar de sus obras anteriores, el espíritu de Miike sigue estando ahí, agazapado entre quilates de cine que son oro puro.

 

3 – En la casa (François Ozon)

Infravalorado y generalmente olvidado, Ozon ha dejado esta temporada la que muchos han considerado una de las películas del año, sin nada que envidiar a vecinas galas como Holy Motors o De óxido y hueso. Todas ellas meritorias en mayor o menor grado, pero sin igualar el mérito mayúsculo de En la casa: ¿Cómo conseguir que un film que se desarrolla entre páginas termine por resultar más cinematográfico que literario? La respuesta la tiene el cineasta galo, que logra componer una auténtica joya entre cuatro paredes y con un puñado de actores que ni siquiera necesitan estar en estado de gracia, pues la reflexión y ese linde entre realidad y ficción que Ozon consigue atravesar sin que la estructura apenas se resienta es una virtud capital que refuerza un relato perversamente delicioso del que el espectador tendrá la misma escapatoria que sus personajes: ninguna.

 

2 – El caballo de Turín (Béla Tarr)

La autoproclamada última película de Béla Tarr llegaba a cines españoles tras su paso por Sitges. Según algunos, un autor que con Sátántangó y Armonías de Werckmeister había tocado techo y a partir de ese momento sólo quedaba el declive. Pero el autor húngaro no parece precisamente uno de los interesados en darle cancha a una carrera muerta, y con El caballo de Turín puso el broche de oro a una filmografía que aquí nos devolvía a esos exquisitos planos secuencia, una fotografía excepcional y un magnético relato para narrar, ni más ni menos, que el apocalipsis a través de la mirada de Tarr. Un apocalipsis que no se disfruta solamente mediante caramelos visuales, y que comprende su mayor espectro gracias a una experiencia sensorial, que deja que soledad y monotonía fluyan en pantalla hechizando a un espectador que no podrá más que quedar maravillado ante un cine que parece congelarse en cada secuencia y permanecerá atemporal.

 

1 – Casa de tolerancia (Bertrand Bonello)

No es Bertrand Bonello uno de esos autores que me interesasen previamente antes de enfrentarme a Casa de tolerancia, de esos films en los que uno se ve envuelto casi sin quererlo, todo ello gracias a un sentido de la composición exquisito, que no sólo hace fluir sus virtudes en una puesta en escena impresionante, sabiendo como hacer de cada espacio una experiencia única a través de la mirada de distintas muchachas que conviven en, como su título nos avanza, una casa de tolerancia, sino también nos lleva a las entrañas de una época que describe notablemente para sumergirnos en una decadente atmósfera que, a cada pequeño retal, queda definida con trazo maestro para encontrar su colofón en una última secuencia de esas que hielan la sangre con poco, dejándole a uno a merced de una de las, por méritos propios, obras maestras de este nuevo siglo.

 

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